Los últimos seis años de
la vida de Victor Serge en México, según recordaría más tarde su amigo y
camarada Julián Gorkin, “fueron los más tranquilos y literariamente los más
fecundos”. Por ello la reciente aparición en México de Los años sin perdón
ha de leerse como un ajuste de cuentas de nuestra tradición literaria con el
autor de origen ruso. Exiliado en nuestro país desde 1941, luego de un
peregrinar accidentado por Europa y algunas islas caribeñas, Serge emprende su
escritura cinco años más tarde y no alcanzaría a verla publicada, al igual que
un par de obras más que languidecían en el mismo cajón de su escritorio en la
hora fatídica de su muerte en una calle céntrica de la capital, en 1947: Memorias
de un revolucionario y El caso Tuláyev.
Serge
es un reconocido autor por su vasto conjunto de obras de corte político
traducidas a numerosas lenguas (Lo que todo revolucionario debe saber sobre
la represión, El año I de la Revolución rusa, Literatura y revolución, Retrato
de Stalin, De Lenin a Stalin…); sin embargo, su obra novelística no ha
merecido semejante atención, más por razones políticas e ideológicas que por
méritos literarios, que los tiene de sobra. Y es que la vida de Serge, como la
de la mayoría de sus contemporáneos de la Europa de la primera mitad del siglo
XX, fue una existencia que raya en la ficción. Sólo que él, a diferencia de sus
colegas escritores, logró, con más pena que gloria, sobrevivir y trascender un
destino atroz para dejar testimonio de su tiempo.
El
tiempo de Serge es un tiempo que se extiende en la historia, un puñado de décadas
que abarcan el antizarismo de sus padres, trashumantes por Europa (él nace, por
este hecho, en Bruselas), el fin de la era Romanov, la Revolución de Octubre,
el encumbramiento de Stalin, el ascenso del nazismo, la caída de París, el
cerco a Leningrado, pueblos enteros devastados por los bombardeos aliados y la destrucción irracional de
ciudades hasta entonces emblemas de Occidente. Estos hechos históricos fueron
los elementos que Serge empleó para el trazado de Los años sin perdón,
los que dieron origen a las dos guerras mundiales, pero cometeríamos un grave
error si la consideramos una novela histórica.
No
es del interés de Serge ensalzar la Historia y las figuras de la pandilla
temible. El lector no encontrará una sola mención directa a Stalin, pero
percibirá su omnipresencia con la referencia del “Jefe”; o Hitler, sólo un
moribundo sustantivo en boca de algún oficial nazi incrédulo y metafóricamente
ciego. Serge considera que no merecen un nombre, por la misma razón que lo que
no puede ser nombrado nunca existió. Lo que le mueve al autor es el acontecer
humano en situaciones concretas, pero el hombre visto más como posibilidad y no
como alguien sujeto a una realidad. Para Serge, un intelectual que se nutrió de
todas las fuentes filosóficas en boga –pienso en los padres del
existencialismo, Nietzsche y el primer Heidegger, y los materialistas Marx y
Engels–, es el proyecto humano el que le da sentido al mundo.
La
trama de la novela, pronto veremos, no es sencilla. Sus protagonistas, Sacha y
Daria, son dos agentes encubiertos de la Internacional Comunista que renuncian
a la causa, él el primero, Daria requiere de más tiempo. En las voces de los
personajes centrales, que son la voz del propio Serge, el relato es el recuento
del doloroso despertar de los personajes, de las crisis de valores, del
incierto destino del arte y de la huida de sí inevitable.
Los
escenarios de la historia por los que transitan son el París crispado por la
amenaza nazi y el ambiente de terror de los espías: en el mundo del espionaje
(como en el del amor), la lealtad es un arma de doble filo. El sitio de
Leningrado será el siguiente escenario, donde todo y todos son sacrificables en
aras del sueño delirante y macabro de un solo hombre, el del Hombre de Acero.
En el tercer capítulo hacen su aparición las ciudades reducidas a escombros y
las fantasmales presencias de los habitantes sobrevivientes de una Alemania que
se resiste a la inminente derrota. Y, finalmente, el lugar del reencuentro de
los exagentes, el mítico México, escenario del fin de los viajes.
El
lector acaso podrá concluir que Los años sin perdón es un compendio de
historicidad, la misma que llevó a su autor a reflexionar e interpretar hechos
pasados que le eran próximos en el tiempo. Y Victor Serge se sirve de sus
personajes –espíritus libres dentro de un cuerpo material, finito y limitado–
para reflexionar sobre su propia temporalidad, la de la esperanza inútil puesta
en un mundo más igualitario, libre de guerras y ambiciones totalitarias. En
fin, la toma de conciencia de la revolución traicionada.
La
prosa de Serge hace alarde al desvelar los pliegues más secretos de la
condición humana, los del pueblo raso, amas de casa urgidas de pan para los
hijos, profesores que cultivan lilas para conjurar las bombas, médicos y enfermeras
obrando milagros en todos los frentes, soldados viles o con restos de
humanidad. Todos ellos encarnan al ser angustiado (que somos todos) ante la
presencia de la nada, que no sólo muere sino que sabe que va a morir. Serge, es
un hecho, no pudo vivir todas sus tramas, pero aseguraba haber conocido a todos
sus personajes.
Con
todo, Serge se veía a sí mismo como un ser optimista, su fe en la especie
humana era inquebrantable. Richard Greeman, autor del inteligente, bien
documentado y mejor escrito “Prefacio para la edición mexicana”, afirma que
quizá por ello el Serge novelista “inyectó un poco de su propio espíritu
invicto a su Sacha D. ficticio, quien sí logra resistir la desmoralización”.
Sí, tal cual lo hiciera Víctor Serge, que escribía en francés (él, que nunca
tuvo patria que lo reclamara) pero que, según su concepto de la misión de un
escritor, se consideró “en la línea de los escritores rusos”. Retomo del
Prefacio de Greeman, quien a su vez los tomó de Memorias de un
revolucionario, estos últimos apuntes de un autorretrato de Serge:
De
esta infancia difícil, esta problemática adolescencia, todos esos años
terribles, de nada me arrepiento en lo que a mí concierne […] Cualquier
arrepentimiento que albergue es por las energías desperdiciadas en luchas
destinadas al fracaso. Esas luchas me enseñaron que en todo hombre viven juntos
lo mejor y lo peor, y a veces se mezclan, y que lo peor viene por la corrupción
de lo mejor.
¿Y
dónde todos los muertos? En los años sin perdón, los años negros desperdiciados
en amores y luchas destinados al fracaso. Y es que Serge bien podría suscribir
que en la realidad pasan muchas cosas, pero si no estás tú, cómplice lector, no
hay historia. ♦
Los años sin perdón de Victor Serge, trad. Alberto González
Troyano, col. Ficción, Universidad Veracruzana, Xalapa, 2014, 479 pp.
Por Nina Crangle