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Irene Méndez Hernández Palacios. Q.E.P.D. |
(Irene Méndez 12 de septiembre de 1983 – 8 de junio 2010).
Alejandra
Méndez Hernández Palacios
Dedicada a todos los hermanos que se han ido, y a todos aquellos que
hemos tenido que seguir…
Dentro de unos días, será tu aniversario
luctuoso y el dolor permanece intacto … Te cuento que desde el 8 de junio, el
imborrable 8 de junio de 2010, la cosa en México sigue igual, la sangre corre
por las calles, mientras que el glitter y los tacones asesinan la
sensibilidad, la congruencia y la justicia social. Hemos aprendido a vivir sin
ti, a pesar de los días que precedieron a tu muerte en los cuales el mundo
pareció detenerse y tornarse casi inhabitable, tomamos fuerzas de las
profundidades de la lectura (hablo por Ester, Luis y por mí, Beti tomó fuerzas
de su lugar “celestial”) para volver a vivir. ¿Volver? Sí, volver, también
nosotros morimos con los seis balazos que atravesaron tu cuerpo. Nuestro padre,
no se lo he dicho a nadie, estoy segura de que los recibió todos en el corazón,
la acuosa mirada que se esconde tras su triste sonrisa lo dice. En las
entrañas, el corazón y la cabeza nuestra querida madre guarda aún las balas. Yo
creo haberlas recibido en los ojos, pues desde que te fuiste ya no veo la vida
de la misma manera. He dejado de llorar por todo; es más me cuesta trabajo soltar
un par de lágrimas. No lloro, pero sí río mucho, disfruto la vida y amo
intensamente. ¡Cómo tú lo hacías!
De tus asesinos poco se habla, optamos, o por lo
menos yo opté, por enterrarlos el día que depositamos tus cenizas; no busco sus
rostros en la calle ni me torturan en sueños sus posibles siluetas. Me costó
trabajo, pero logré no sentirme culpable de tu muerte, debí protegerte, mi
pequeña hermana. Unos días después de tu asesinato, papá me abrazó muy fuerte y
me susurró al oído: tranquila, tú no podías salvarla. Papá siempre logra saber
mis secretos, y esa vez a diferencia de otras me sentí aliviada de que los
supiera.
Poco a poco los gritos, tus gritos desesperados
que luchaban en mi cabeza, fueron
tornándose en risas y carcajadas; y las manchas de sangre que tiñeron el
asiento de tu “blanca nave” se fueron convirtiendo en recuerdos gratos de
nuestra fantástica niñez: nuestra estancia en Nueva York, nuestras noches en El
Vigía, donde bailábamos a la luz de las velas mientras mamá tocaba Para
Elisa; la tarde en que recibimos emocionadas a Beatriz y el día en que
descubrimos que tenía síndrome de Down; la insensatez de sabernos princesas y
poder tejer historias en el telar gigantesco que presidía la sala…
Poco a poco regresamos a la vida, dejamos de ver
pasar a los transeúntes y nos sumergimos en las calles, probamos de nuevo el
vino, y los placeres terrenales, aprendimos a vivir con este millar de
alfileres que de vez en vez se entierran más profundo y otras veces uno que
otro vuela. En fin, mi pequeña hermana,
somos felices, la familia crece, hay nuevos amores y nuevas alegrías en casa.
En fin, mi pequeña hermana, dentro de unos días
se cumplirán cuatro años de tu asesinato
y el dolor permanece intacto. ♦
Con amor
Alejandra