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Elli Wallach y Clint Eastwood |
Casi ninguno de los personajes que interpretó era un modelo a
seguir: Polanski lo vuelve un lugareño bastante chismoso e intrigante en El
escritor fantasma (2010); en Río místico (2003), Eastwood lo
muestra junto a Kevin Bacon y Lawrence Fishburne y en segundos les roba la
escena: es el dueño de una licorería, cuya virtud no es la memoria impecable
sino el rencor sinfín para con los malogrados jóvenes que ha tenido como
empleados. Posiblemente con quien menos lidió John Huston en Los inadaptados
(1961) fue con él, pues su discreto papel sólo tenía como dificultad enfrentar
a Monroe y Clark, en el papel de Marilyn y Gable, en el peor momento actoral de
ambos. Al inicio de su carrera figuró al lado de Steve McQueen y Charles
Bronson en Los 7 magníficos: personifica a Calvera, el octavo magnífico,
el cabecilla de la banda que asedia al pueblo de agricultores que será liberado
por el grupo de mercenarios inspirados en el film de Kurosawa. Trabajó bajo las
órdenes de Elia Kazan, Don Siegel, Aaron Sorkin, Oliver Stone y William Wyler.
En Batman, la serie televisiva, personifica al primer Mister Freeze,
sumándose a una lista legendaria de villanos que incluyen a Joan Collins, Zsa
Zsa Gabor, César Romero, Burgess Meredith y Vincent Price. Después tuvo
pequeños papeles en Kojak, La ley y el orden, ER y prestó
su voz para varios documentales. Sin embargo, para recordarlo sólo hay que
nombrar alguna de sus dos interpretaciones más célebres: El Feo de El bueno, el malo y el feo de Sergio
Leone y Don Altobello, el maquiavélico enemigo de Michael Corleone, de El
padrino III. Casi centenario, a los 98 años Eli Wallach murió el pasado 24
de junio.
Adicional a su capacidad para perfilar un
personaje bajo el método –además de ser destacado alumno del Actor’s
Studio–, Wallach tenía como recursos la mirada y la gesticulación, muchas veces
exageradas pero sin duda efectivas y singulares en él. De ahí que Francis Ford
Coppola en El Padrino III supiera siempre que sin Wallach no tendría al
villano perfecto para el final de su trilogía. Nadie como el actor de ascendencia
polaca para personificar a un aparente e inofensivo anciano mafiosi que
finge no entender nada de la última guerra contra la familia Corleone, en su
afán por volverse honorables. Entonces resulta efectiva la parafernalia de
ademanes aprehendidos a los italianos de su barrio cuando niño. Wallach no sólo
canta con perfecto acento rimas sicilianas y engaña en cada escena al negar el
origen de las amenazas para Michael Corleone, sino que pareciera sufrir de
senilidad repentina cuando se siente descubierto. Sólo su mirada esconde la
pista que permite al espectador atisbar sobre el cerebro detrás de las
conspiraciones: la escena clave la da con Andy García, quien debe presentarse
ante Wallach para fingirle lealtad y entregarle a Al Pacino. Mientras García dubita
en el primer plano de la cámara, al fondo la mirada triunfante de Don Altobello
brilla: es Fausto entregando al diablo un alma de los Corleone para la gloria
de los infiernos…
Sin embargo, la muestra más notable de su
talento para contar la historia a través de los ojos es evidente en El
bueno, el malo y el feo (1968) [en el cine de Sergio Leone el mejor ejemplo
es Érase una vez en el Oeste (1966), donde la mirada concentra todos los
recuerdos: el pasado como trama se abre y cierra con los mismos ojos, los de
Armónica (Charles Bronson), casi inexpresivos, detenidos en un tiempo preciso
en espera de consumar la venganza –tengo la impresión ahora de que Wallach fue
considerado por Leone para esa cinta, en el papel de Cheyene. Sin embargo, la
misteriosa parsimonia de Jason Robards era también única y distaba mucho del
carácter de El Feo].
Wallach, físicamente, no da el porte de un
mexicano y habla muy mal español (durante la filmación se entendía con el
director Leone en perfecto francés, pues ambos desconocían el idioma del otro).
Sin embargo, su interpretación resulta en un personaje fascinante, se conozca
poco o mucho a nuestro actor. Resulta difícil admirar a un tramposo, mañoso,
santurrón y cínico ladrón como El Feo –alias Tuco Benedicto Pacífico Juan María
Ramírez–, pero Wallach lo dota de un carisma sólo comparable al Blondie
de Clint Eastwood, y mientras Sentenza o Angel Eyes (Lee Van
Cleef) la mayor de las veces es despreciable, traicionero, despiadado, sin
pizca de escrúpulos, Tuco mantiene una ingenuidad en ciertos momentos que
conmueve, lo que permite establecer casi una “amistad” con Blondie, a pesar de las mutuas
celadas infligidas. De ahí tal vez la explicación de que en Italia y España el
personaje de Wallach sea nombrado en segundo término y no al final del título
del film, a diferencia de México.
Así, la mirada y los gestos resultan
fundamentales en el trabajo del neoyorkino, en particular en tres de las
escenas cumbres de El bueno…: durante la golpiza que le manda a propinar
Angel Eyes, la mirada de
Tuco es el dolor mismo; en el duelo final, los únicos ojos que dudan y
trasmiten angustia ante la inminente muerte, en medio del canto de los cuervos
y las trompetas con sordina, son los de El Feo… Pero ninguna se compara a “El
éxtasis del oro”: Tuco llega por fin al cementerio semicircular para tratar de
encontrar la tumba de Arch Stanton, donde supuestamente están escondidas las
cuatro bolsas que suman 200 mil dólares en oro. El mexicano mercenario es
impulsado sólo por su mirada y la precisa música de Ennio Morricone; los ojos
hechizados le elevan de un punto a otro dentro del anfiteatro, sorteando perros
asustados, tierra moribunda, cruces y pedruscos, en medio de una soberbia
sinfonía de ambiciones, donde el coro lo integran cientos de tumbas acomodadas
con sobriedad espartana. La mirada brinca, busca más allá del horizonte, no
desea estar quieta: se sabe a un paso del triunfo. Pasados tres minutos, la
cámara fija un primer plano vacío y espera… Ahora el rostro de Wallach se posa
y busca sus ojos. La mirada evoca al enamorado que ha encontrado a su amada con
tan sólo imaginar su nombre; ahora ese hombre se sabe dueño de un corazón que
ansiaba con toda su alma. Y esa mirada se llena de paz, la paz que da al bruto
Tuco encontrar su tesoro áureo. Casi podría semejar una metáfora de la búsqueda
del amor.
Uno de sus últimos papeles, en El descanso
(2006) de Nancy Meyers, era una especie de guiño sobre la imagen que tal vez
muchos podrían tener de Eli Wallach hacia el final de su carrera: Arthur
Abbott, un guionista que se cree olvidado a pesar de haber formado parte de la
época dorada de Hollywood, se rehúsa a asistir a una ceremonia de homenaje en
su honor. Cuando Abbott llega a la ceremonia con Iris (Kate Winslet), para
sorpresa del guionista la sala luce llena y el público de pie aplaude sus
logros, tal como sucedió con Wallach cuando recibió el Oscar honorífico de
manos de Clint Eastwood y Robert de Niro por su exitosa trayectoria en 2010.
Wallach siempre estuvo convencido en vida de la trascendencia de su actuación y
sus personajes, entendiendo así que uno de ellos se volviera sinónimo de él
mismo. No es gratuito que su biografía no consigne su nombre y en su lugar
evoque a su más memorable interpretación: El bueno, el malo y yo: en mi
anecdotario.
Los personajes interpretados por Eli Wallach
posiblemente no eran un modelo a seguir, sin embargo, creo, no cualquiera
hubiera podido darles vida como él lo hizo: volviéndose ellos, y ellos
trascendiendo su nombre. ♦Por Juan Javier Mora-Rivera