Mientras estoy en la fila para entrar al teatro, me indican que pase
al guardarropa. La chica me pide que deje mi cartera, como requisito para poder entrar a ver Psico/embutidos…
Le pregunté hasta dos veces si tenía
que darle mi cartera, sonriente volvió a afirmar… Se la di… Me sentí desnudo.
En la fila para entrar me sentí en la película de
Brian de Palma Hi, Mom!
(1970 ) cuando De Niro entra a un
montaje de teatro experimental, donde les pedían lo mismo al público que
asistía a ver esa obra. Me hallé repitiendo: es parte de la obra, es parte de
la obra, como otro de los personajes de la misma. Aunque veía mujeres todavía con bolsos grandes colgando
de sus hombros… En la película se pasan
de lanza con el respetable en aras de lo revolucionario, lo verdadero…
Temí que fuera este el caso.
Sólo 40, de 20 en 20 para ingresar a la carnicería
escénica. Cuando se abre el telón se ve la estructura desnuda,
cúbica, construida en varios niveles y desniveles, escaleras de caracol
y toboganes o resbaladillas; dividida en 19 pequeños cuadros, semejando
cuartos, sólo delimitados con cuerdas y marcos por donde los espectadores
pueden asomarse a través de todos ellos. En cada uno de los espacios sólo hay
una mesa y una silla de madera, en diferentes posiciones, encima un plato, a
veces un vaso o nada.
Aparecen los 19 actores y actrices desnudos, que
después de presentársenos frontalmente con toda su desnudez, se trepan a cada
uno de sus cubos, del cual ya no volverán a salir. Al verlos desnudos
introducirse a su morada me daban la impresión de gusanos o bichos rumbo a su
gusanera.
Nuestros guías, con delantales de carnicero, cuchillos y manchados de sangre, nos hicieron
pasar a los primeros 20 al foro, desnudo también, y nos sentamos hasta el
fondo. Mientras esto ocurre, vemos a los
actores percutiendo con sus manos y dedos sobre su cuerpo, emitiendo sonidos,
produciendo un efecto sonoro muy interesante, muy fresco, como un ritual de
limpieza.
Cada actor tiene pintado un número en su lomo, como
las reses en el rastro después de ser destazadas, pero durante el recorrido me
entero que nos dice su edad. Cada dos minutos suena una chicharra y cual
máquina de ensamblaje, los ritmos e intenciones de las percusiones cambian. A
esa misma secuencia los carniguías nos iban introduciendo a ella, cual
materia cárnica para ser procesada. Al ir entrando los primeros, los demás
ocupábamos los lugares que dejaban, permitiéndonos ver diferentes partes del
gran cubo.
Hasta que entré al primer cubil, subiendo la
escalera, desde arriba, encontrándome en un espacio reducido frente a frente
con “Mamá cuando Longaniza”, 25 años, que en dos minutos me dice qué le pasa,
qué le duele… anticipando un poco cuál es la historia que voy a vivir, a
transitar. Ahora todavía recuerdo el encuentro.
Y los que siguieron. Cada dos minutos uno nuevo,
con alguien más intenso. La emoción de estos cuerpos desnudos, que transpiran,
que inspiran, me invade. Con cada minihistoria es posible elaborar esta
historia que ocurre a través del tiempo, donde el cuerpo es entendido y
expuesto como un tobogán donde se deslizan felices nuestras enfermedades,
deterioros y abandonos.
Calculé y deduje que en las 21 estaciones que se
transitan en total hacemos un recorrido de 58 años, durante los 42 minutos
exactos que dura la obra (la magia del teatro y Pitágoras). Al final del
recorrido, al cual llegas por un largo tobogán está… ya sabemos quién está
esperándonos sentada, aunque no por ello deja de caer por sorpresa.
La honradez (iba a poner verdad, pero esta
siempre es sospechosa) se agradece, y en el teatro más. Me dio mucho gusto ver
a los actores realizando un trabajo escénico tan intenso, llegando al límite,
donde ya no hay más para dónde hacerse. Exponiendo su cuerpo desnudo para
mostrar el avance del tiempo, sus estragos; donde se desvisten el actor y el
personaje, y donde a veces el público
(en singular) también. No es nada fácil,
felicidades.
Se ve la mano del director en cuanto a su manejo
para llevarlos a contar una historia interesante que ocurre en el tiempo
ficticio (58 años) y el real (42 minutos), con un ritmo trepidante de un suceso
diferente cada dos minutos. Lo que no me queda clara es la analogía que se plantea
en el programa de mano entre el recorrido y las funciones del aparato
digestivo. ¿El cuerpo muerto, viejo, comparado con el excremento? ¿Al final la vida nos caga?
El teatro siempre plantea la misma paradoja: es un
acto colectivo, pero tiene que ser
fundamentalmente personal, íntimo, para que ocurra el hecho escénico,
único e irrepetible para cada quien. Pero no tiene que ver con la distancia
entre los participantes del acto, ni por su vestuario o su ausencia, que en
este caso se convierte en su vestuario, sino por lo que ocurre en ese
tiempo mágico de encuentro de personas que llamamos teatro. Aquí ocurrió. ♦
Psico/embutidos. Carnicería escénica de Richard Viqueira. Compañía Titular de Teatro (dirección Luis Mario Moncada), Universidad Veracruzana, 2015.
Por Cuitláhuac Pascual