Orquesta Sinfónica de Xalapa |
Luego de una serie de conciertos didácticos que se vieron
completamente desdibujados por la terrible acústica del gimnasio universitario
Miguel Ángel Ríos, la Orquesta Sinfónica de Xalapa (OSX) volvió al auditorio de
la Escuela Normal Veracruzana para presentar un concierto integrado por las
siguientes piezas: “Marcha y ballet” de la ópera Aída, de Giuseppe
Verdi; “Preludio y muerte de amor”, de Tristán e Isolda, obra de Richard
Wagner (en su versión para soprano y orquesta), y Sinfonía número 6, Patética,
de Piotr I. Tchaikovsky. Un programa, en sí, con piezas de diversos
estilos y gran calidad estética, pero algo común, si lo vemos desde una
perspectiva más general: ¿no es acaso la Sinfonía número 6 una de las
obras más interpretadas por las asociaciones sinfónicas de México? La
Filarmónica de la UNAM, por ejemplo, la tocó el 17 de febrero en la Sala
Netzahualcóyotl, y entre dicha orquesta y la Sinfónica de Xalapa la han
interpretado por lo menos cinco veces en los más recientes cuatro años (en
contraste, digamos, con la suite Lulu de Berg, que generalmente brilla
por su ausencia en los repertorios). La discusión es importante, pues es la OSX
–junto con la Facultad de Música y Radio Universidad Veracruzana– quien tiene,
al menos en esta ciudad, la mayor responsabilidad en el fortalecimiento y
ampliación del criterio musical del público.
Volviendo
a nuestra reseña, hay que decir que, desde el punto de vista interpretativo, el
concierto resultó muy afortunado –aunque hay que señalar algunos puntos: la Marcha
triunfal y ballet fue ejecutada, ya desde su mismo primer acorde, con gran
textura, fuerza y dinamismo: una manera deslumbrante de comenzar. Sin embargo, Preludio
y muerte de amor no mantuvo la consistencia de la pieza susodicha: es
verdad que la sección de violoncelos y contrabajos fue muy precisa, y que, en
varios momentos de la partitura, las violas y violines también lograron un
contrapunto magnífico; aun así, ciertos pasajes, sobre todo de los alientos, no
dieron la impresión de absoluta seguridad interpretativa que se obtiene sólo
cuando uno se ha familiarizado completamente con una obra y, por tanto, la
ejecuta casi como un movimiento natural de su cuerpo. Con la presencia de la
soprano, se generó una nueva disyuntiva: Sarah Sipill cantó uniendo un timbre
delicado con una potencia vocal profunda, combinación de indudable valor
estético; no obstante, la orquesta no se pudo vincular con ella de modo cabal:
hubo un tenue pero importante desfase (tonal, tímbrico, y aun de tempi)
entre voz e instrumentos. Con dicha compenetración, la pieza habría sonado
maravillosamente: ¿faltó tiempo para ensayos?
El intermedio no nos vino muy bien, porque nos sacó
de ritmo; así, no fue sino hasta la entrada de los timbales en el primer
movimiento de la Sinfonía número 6 de Tchaikovsky que recuperamos la
capacidad de concentración. A partir de allí, notamos que la orquesta estaba
fluyendo nuevamente en su apropiado cauce, como en la pieza inicial. Por
ejempo: el Allegro con grazia lució con gran brillantez, mientras que el par de tutti del Allegro
molto vivace alcanzó una perfecta sincronía, con lo que quedaron resaltados
sus agradables valores rítmicos. Igualmente formidable resultó el Adagio
lamentoso, cuya lobreguez depende en gran medida de los violoncelos
–instrumentos que se mostraron particularmente “conectados” en aquella noche.
Finalmente, el encore, una de las Enigma variations de Edward
Elgar, supo prolongar este mismo sentido de interioridad espiritual.♦Por Héctor Miguel Sánchez