Retrato de grupo: Redacción de Performance con colaboradores y amigos durante el brindis del Día de Reyes, 2013 |
Colaborador asiduo de
este medio, Luis Enrique Rodríguez Villalvazo repasa la situación actual del
quehacer cultural en Veracruz en su contexto natural: la violencia. “Si en
periodismo político no hay opciones
–escribe el autor–, en el periodismo cultural no hay otro referente que Performance”.
A
diferencia del siete, las referencias
al carácter simbólico del ocho son limitadas (no pienso hacer la relatoría aquí
de mi decepción al guglearlo para tratar de encontrar una respuesta enigmática
que sirviera de hilo conductor a este relato, aunque debo reconocer que una
página llamó en particular mi atención, y fue aquella que describe la
personalidad a partir del número que te corresponde al hacer un cálculo con
base en la fecha de nacimiento y ofrece alternativas para emparejarte con
alguien cuyo número sea compatible) y no ofrecen verdaderas opciones como para
vincular este aniversario con una suerte de halo místico.
Lo enigmático sí es la persistencia de
quienes encabezan un proyecto periodístico como Performance, en un medio
que se caracteriza por la facilidad con que se pergeñan elogios zalameros a la
medida, trajes que encandilan al rey para que deambule desnudo por la plaza
pública mostrando sus pudibundeces y que en ello sustentan un “prestigio” que,
dicen, los sostiene. Lejos de lo que Tony Judt argumentaba cuando decía que los
periodistas –en particular los periodistas de investigación, género del cual
Veracruz sufre de anemia– eran los únicos críticos eficaces del poder.
En los ocho años más recientes, Veracruz ha
transitado por un incremento en la violencia generada por el narcotráfico a una
especie de calma chicha –en la acepción primigenia del término– en la que la
angustia transita soterrada siguiendo la ruta de las carreteras federales que cruzan
por la entidad, que se derrama en veredas y caminos de tercer orden. El cambio
de partido en el poder no ha significado una variación en ningún sentido en la
política de seguridad.
Son ocho años en los que las “opciones
políticas” en Veracruz se han deslavado. Una izquierda sectaria y demasiado
proclive, dúctil, a la negociación, sin capacidad de aprovechar el envión que
les significó la figura de Andrés Manuel López Obrador, quien aporta su cuota
destructiva; el panismo ensimismado, rumiando soberbia y fracturado en
grupúsculos. El PRI, rehén de una generación de jóvenes políticos, forjados
bajo la sombra de un echeverrismo tropicalizado, parto con fórceps de quienes
no acabaron de formarse y por lo cual la nodriza ha vuelto para acabar de
encaminar a los pequeños cuervos.
En el último cuatrimestre los jóvenes que
vieron en la elección presidencial de 2012 una ventana a la cual asomarse y
reclamar su espacio en este tinglado, han vuelto al anonimato; parafraseando a
José Cruz, letrista de Real de Catorce, no cambiaron el mundo ni incendiaron el
sol, no hubo una primavera árabe, ni siquiera un verano peligroso. El Submarcos
asomó la capucha, pero volvió a esconderse bajo los élitros de Durito, ante la
andanada que le propiciaron por su aparición oportunista.
En ocho años Xalapa se ha transformado para
mal en una ciudad desordenada, en ocasiones sucia, en permanente deterioro,
asfixiándose entre pegotes de una modernidad
mal entendida y que recusa su pasado arquitectónico, un paisaje cada vez
más limitado, ganado a fuerza de edificios grises en su tono y en su diseño. La
consigna es meter bloques verticales de concreto y tablaroca por todos lados.
En materia de cultura en ocho años las cosas
parecen no variar. Si en periodismo político no hay opciones, en el periodismo
cultural –al menos en lo que se refiere a Xalapa y la zona conurbada
Veracruz-Boca del Río, pues reconozco mi ignorancia sobre lo que ocurre en
otras ciudades del estado en este sentido– no hay otro referente que Performance.
Sigo insistiendo en que el asunto aquí radica en lo poco redituable que
resultan, económica y políticamente hablando, las empresas culturales.
Con la llegada del Hay Festival se revitalizó
una parte de la escena xalapeña, pero se sigue careciendo del factor que
vincule a la ciudad con el festival. Aún no adquiere la carta de identidad y en
consecuencia a muchos les sigue siendo ajeno, severamente elitista, a pesar de
los guiños como el de la edición 2012 con la participación de Café Tacuba.
En ese contexto ha crecido Performance,
entre esos avatares se han movido sus editores. Son ocho años de luchar con la
pantera hasta domeñarla, pero sin uncir el yugo en el cuello, sólo lo
suficiente como para posar la mano en su lomo y percibir a la bestia cuando
ronronea.
Salud.♦
Por Luis Enrique Rodríguez Villalvazo