Obra de Emanuel Tovar, Édgar Cobián y Cristian Franco |
Tampoco al
arte y la música hay que tomarlas tan
en serio. Habrá que aprender a reírse de pretensiones, poses, estereotipos e
incluso de sonidos e imágenes, de uno mismo y de los otros, para aventurarse a
uno de los festivales de música más independientes y menos acartonados,
solemnes y ceremonioso de México: Doña Pancha Festival, que nació en 2008,
cuando la banda Los Nuevos Maevans buscaban espacios, acompañantes de tocada y,
sobre todo, espectadores comprensivos. Los Maevans encontraron en Tecate, Baja
California, el espacio ideal para una buena tocada que después se convirtió en
tres conciertos, más adelante en varias sedes y, para este 2015, en un festival
que se llevará a cabo en su natal Tecate, pero también en Guadalajara y
Mexicali en México, y en San Diego y Los Ángeles California, en Estados Unidos.
El Doña Pancha es coordinado por tres amigos de
infancia, los tres de Tecate: Cristian Franco, Julián González y Guillermo
Cosío, y han agregado otro buen elemento: las artes visuales. Ahora la
aparatosa, guapachosa, ruidosa y divertida música sin pretensiones del
festival, también se transforma en intervención, descontextualización y arte
acción, desde el escenario hasta el boletaje, proponiendo otra manera de
difundir el arte, tan diferente como el contenido y las bandas que se presentan
sobre el escenario (aunque, habrá que agregar, que la mayoría de los artistas
que se presentan tienen algo de propuesta visual, bastaría presenciar un
concierto del magnífico El Muerto de Tijuana o Los Pellejos, o las bandas que
han nacido pensando en el festival, como Players, Juan Cirerol, Trillones,
Rancho Shampoo, Maniquí Lazer o San Pedro Cortez).
En 2014, para la primera edición en Guadalajara, el
festival estrenó sus “boletos de autor”: boletos intervenidos por tres artistas
jóvenes pero bastante reconocidos en el círculo de las artes visuales
mexicanas: Emanuel Tovar, Édgar Cobián y Cristian Franco, piezas únicas
surgidas, en palabras de Franco, porque “antes los boletos estaban chingones y
ahora son una cagada; antes los flyers para un concierto se imprimían y
los hacían artistas, ahora los hacen diseñadores gráficos. Se nos ocurrió para
reunir fondos para el proyecto (la edición especial costaba un poco más que el
boletaje normal), y también para criticar la pérdida de los valores estéticos
de esta época, donde el boleto o el flyer ya valen para pura verga”.
Este año se renuevan las estrategias visuales, se
amplían los escenarios y se engrandece la geografía de Doña Pancha, el espacio
perfecto para escuchar una buena banda, bueno, más bien una banda diferente, o
bueno, una banda underground, o bueno, una banda que suena mejor después de dos
caguamas, o bueno, una banda más un boleto intervenido. Dios Salve a Doña
Pancha. ♦
Por Dolores Garnica