La mejor recompensa: un cigarrillo. Los Álamos, agosto de 2013 |
Ramón Rodríguez (Córdoba, Veracruz, 1925) es
un caso único en el panorama de las letras veracruzanas. Hasta hace sólo unos
años, solía afirmarse que su poesía era prácticamente inédita en la república
de las letras de nuestro país. Sin embargo, su obra, fraguada durante más de
cincuenta años, ha sido conocida y apreciada por varias generaciones de
lectores devotos no sólo de su estado natal.
Sus
libros han visto la luz sobre todo por el empeño y la tenacidad de sus amigos
editores: Sergio Galindo (quien le publicó a escondidas su primer libro: Ser
de lejanías, UV, 1960); Ángel José Fernández (Cuartel de invierno, La
navaja de Ocamm y Desciendo al corazón de la noche. Obra reunida); José Homero (Old
fashion blues y Boleros nobles y sentimentales) y Rafael Antúnez (Juego
de cartas y Fandango). A mediados de 2011, la Universidad
Veracruzana publicó Agenda del libertino y Apuntes para un blues,
dos títulos antológicos de y sobre su obra en Cuartel de Invierno, una
colección que toma su nombre de uno de sus libros emblemáticos. Inspirada en la
dilatada trayectoria de Ramón Rodríguez, esta colección rinde homenaje al autor
de una de las obras más singulares de la poesía mexicana.
Ramón
Rodríguez es sin duda, a decir de Rafael Antúnez y José Homero, “uno de los
poetas más jóvenes de México” y “el joven maestro de Veracruz”, porque a lo
largo de su pródiga vida ha alentado vocaciones literarias y animado relevantes
empresas culturales (individuales o de grupo). Es uno de los miembros
fundadores de La Palabra y el Hombre y de la Editorial de la Universidad
Veracruzana, institución para la cual aún labora.
Don
José de la Colina, por su parte, escribió que “Ramón es un poeta que escribe
sus poemas con la voluntaria, la gozosa inocencia de quien descubre la poesía,
sus ritmos y arritmias, sus palabras bien ritmadas y rimadas o lanzadas en un
golpe de dados que no abolirá el azar, poeta que incurre en el soneto, en el
romance y el romancillo, en el blues o el tango, en el balbuceo o el
retruécano, y va adonde el poema quiera…”.
Pero
vayamos a otros tiempos, a cuando todavía no existía esta Feria del Libro
Infantil y Juvenil, ni ninguna otra, que esta tarde lo honra al dedicarle su
edición número 24. El poeta cordobés, siempre cargado de libros, solía visitar
a sus jóvenes amigos y discípulos en horas de escuela para invitarnos a algún
bar o café y enseñarnos, como Hölderlin lo hizo con él, que “por la poesía y
poéticamente es como el hombre ha vuelto habitable la tierra”.
Y como
deseábamos mejorar nuestra educación literaria, abandonábamos sin ningún pudor
nuestros cuadernos para seguirlo con un
enorme entusiasmo y muy buena disposición a donde él nos propusiera. Esos
lugares (entre menos recomendables, mucho mejor) constituyeron nuestros
cuarteles de retiro para escuchar al maestro hablar de todas sus obsesiones, y
compartir las nuestras: música, cine, libros, autores y el poder de la poesía.
Lo
mejor de esas reuniones, debo decirlo, era apreciar el impulso verbal de Ramón:
tenía poderes suplementarios, pues nos devolvía la versión bella y mejorada de
un mundo que percibíamos terrible y cruel. Y aunque Ramón siempre ha visto con
recelo las muestras de lo que él llama “alta cursilería”, debo repetir lo que
seguramente muchos de ustedes saben y suscriben: le tenemos mucho cariño y
admiración a este hombre que continúa ejerciendo la más noble de las
vocaciones, además de la del poeta: el magisterio del buen vivir. ♦
Por Nina Crangle