Ramón Rodríguez: el magisterio del buen vivir


Publicado porJosé Homero el 8:48 a.m.

La mejor recompensa: un cigarrillo. Los Álamos, agosto de 2013
Ramón Rodríguez (Córdoba, Veracruz, 1925) es un caso único en el panorama de las letras veracruzanas. Hasta hace sólo unos años, solía afirmarse que su poesía era prácticamente inédita en la república de las letras de nuestro país. Sin embargo, su obra, fraguada durante más de cincuenta años, ha sido conocida y apreciada por varias generaciones de lectores devotos no sólo de su estado natal.
Sus libros han visto la luz sobre todo por el empeño y la tenacidad de sus amigos editores: Sergio Galindo (quien le publicó a escondidas su primer libro: Ser de lejanías, UV, 1960); Ángel José Fernández (Cuartel de invierno, La navaja de Ocamm y Desciendo al corazón de la  noche. Obra reunida); José Homero (Old fashion blues y Boleros nobles y sentimentales) y Rafael Antúnez (Juego de cartas y Fandango). A mediados de 2011, la Universidad Veracruzana publicó Agenda del libertino y Apuntes para un blues, dos títulos antológicos de y sobre su obra en Cuartel de Invierno, una colección que toma su nombre de uno de sus libros emblemáticos. Inspirada en la dilatada trayectoria de Ramón Rodríguez, esta colección rinde homenaje al autor de una de las obras más singulares de la poesía mexicana.
Ramón Rodríguez es sin duda, a decir de Rafael Antúnez y José Homero, “uno de los poetas más jóvenes de México” y “el joven maestro de Veracruz”, porque a lo largo de su pródiga vida ha alentado vocaciones literarias y animado relevantes empresas culturales (individuales o de grupo). Es uno de los miembros fundadores de La Palabra y el Hombre y de la Editorial de la Universidad Veracruzana, institución para la cual aún labora.
Don José de la Colina, por su parte, escribió que “Ramón es un poeta que escribe sus poemas con la voluntaria, la gozosa inocencia de quien descubre la poesía, sus ritmos y arritmias, sus palabras bien ritmadas y rimadas o lanzadas en un golpe de dados que no abolirá el azar, poeta que incurre en el soneto, en el romance y el romancillo, en el blues o el tango, en el balbuceo o el retruécano, y va adonde el poema quiera…”.
Pero vayamos a otros tiempos, a cuando todavía no existía esta Feria del Libro Infantil y Juvenil, ni ninguna otra, que esta tarde lo honra al dedicarle su edición número 24. El poeta cordobés, siempre cargado de libros, solía visitar a sus jóvenes amigos y discípulos en horas de escuela para invitarnos a algún bar o café y enseñarnos, como Hölderlin lo hizo con él, que “por la poesía y poéticamente es como el hombre ha vuelto habitable la tierra”.
Y como deseábamos mejorar nuestra educación literaria, abandonábamos sin ningún pudor nuestros cuadernos para  seguirlo con un enorme entusiasmo y muy buena disposición a donde él nos propusiera. Esos lugares (entre menos recomendables, mucho mejor) constituyeron nuestros cuarteles de retiro para escuchar al maestro hablar de todas sus obsesiones, y compartir las nuestras: música, cine, libros, autores y el poder de la poesía.
Lo mejor de esas reuniones, debo decirlo, era apreciar el impulso verbal de Ramón: tenía poderes suplementarios, pues nos devolvía la versión bella y mejorada de un mundo que percibíamos terrible y cruel. Y aunque Ramón siempre ha visto con recelo las muestras de lo que él llama “alta cursilería”, debo repetir lo que seguramente muchos de ustedes saben y suscriben: le tenemos mucho cariño y admiración a este hombre que continúa ejerciendo la más noble de las vocaciones, además de la del poeta: el magisterio del buen vivir.







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