La realidad como una ficción: Vicente Leñero (1933-2014)


Publicado porJosé Homero el 6:29 p.m.

Ah, caray, todavía tengo ceja...
Cuando se discute sobre los grandes de la literatura mexicana del siglo XX, jamás se le menciona. Entre los gigantes, aparecen siempre los mismos nombres: Rulfo, Paz, Fuentes, Arreola; y en los últimos años, Pacheco y Pitol. Vicente Leñero fue siempre relegado de la élite literaria, desplazado por razones que él consideraba anecdóticas, “no asistía a las fiestas de Fuentes”, explicaba.
Injustamente, fue necesaria su muerte para advertir el vacío que deja su nombre y aquilatar, obligadamente a la distancia, lo que significa su obra.
Leñero, quien estudió ingeniería después de una formación en colegios católicos, y todavía alcanzó a dirigir alguna que otra obra (no de teatro, lo que hizo después, sino una obra de construcción), lo cual se advierte en Los albañiles (1963), pues el Nene es una suerte de álter ego, se decidió por la literatura tras ganar un concurso de cuento en el cual Juan Rulfo fue uno de los jueces. Ganó el concurso con dos relatos que “sonaban mucho a Rulfo”, incluidos más tarde en La polvareda (1959), pero cuando fue a buscar al maestro, éste le respondió que él no había votado por sus cuentos, “entonces me fui con Arreola, a quien le debo haber escapado a tiempo de la voz de Rulfo”.
Rulfo es uno de los temas de Leñero, pues lo considera una sombra para los escritores mexicanos, deslumbrados por lo que había logrado: una obra magistral en apenas dos pequeños libros, tanto que muchos lo imitaron, y eso se consideraba bueno. El mismo Leñero lo emuló en La voz adolorida, su primera novela, publicada en 1961.
Leñero relata este conflicto en memorias, relatos y confidencias, pero en Los albañiles es donde ocurre el parricidio. En la novela es evidente que la relación con el padre es uno de los temas centrales: Isidro, uno de los maestros de la obra, perdió a su hijo golpeado por una piedra; el Nene, el ingeniero encargado de la obra y de quien todos se burlan, debe enfrentar su propio sentimiento de inferioridad ante su padre; el otro Isidro, el chalán, es el principal sospechoso de la muerte de Jesús, el vigilante, personaje aborrecible como pocos en la literatura mexicana, por quien fue abusado.
Precisamente es el velador Jesús quien encarna a Rulfo, habla como Rulfo y su estilo es inconfundible cuando relata su propia maldición y las leyendas con los muertos en su pueblo natal. La muerte del velador Jesús es la muerte de Rulfo como figura ascendente para Leñero. Después, en relatos y memorias, regresa a él, en “Un tal Juan Rulfo”, incluido en Sentimiento de culpa (2005), hace un retrato del Rulfo persona, no el escritor inmenso sino el hombre temeroso y miedoso. En Gente así (2008), uno de los relatos es acerca de “La cordillera”, la supuesta novela que escribe el autor de Pedro Páramo, la obsesión que generó y sigue generando en escritores y críticos, y el daño que habría hecho a varias generaciones que quisieron emularlo y escribir como él.
Los albañiles le trajo a Leñero un éxito tremendo e inesperado, con esta novela ganó el premio Biblioteca Breve de Seix Barral un año después de La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa, la novela que muchos críticos afirman abre el boom. Sin embargo, Leñero habría de creer y afirmar que su premio fue debido a la influencia de su editor, Joaquín Díez-Canedo, ante Carlos Barral, quien habría buscado un autor mexicano para incidir en este importante mercado; además, la crítica en el país no lo recibió con gusto. Pero dejando de lado los pormenores, Leñero tenía allanado el camino como escritor afamado, sin embargo, en lugar de continuar con el mismo estilo, como hicieron los autores del boom, se arriesga con un gusto particular, la influencia de la noveau roman, y escribe Estudio Q (1965) y El garabato (1967), novelas experimentales opuestas completamente a la estética del boom.
Y es que Leñero siempre se arriesgó, incluso llevando las de perder y pagar un precio que para cualquier escritor resultaría inaceptable e insoportable; aunque fue doloroso, eso sí, en Lotería, retratos de compinches (1995), relata su relación con Carmen Ballcels, la afamada agente del boom, quien lo contactó tras el premio y vendió promesas que no cumplió. Años más tarde, Leñero habría de decidir también entre el periodismo y la literatura, creyéndolos caminos divergentes y hasta contrarios. Toda su vida fue una batalla por confrontar y unir periodismo y literatura, azotándolos hasta mezclarlos.
Su carrera en el periodismo había arrancado algunos años antes de escribir Los albañiles. Fue colaborador en la revista Claudia, una suerte de Esquire mexicano donde se congregaron escritores de la Onda como José Agustín y Gustavo Sainz. Para Claudia, Leñero escribió crónicas, entrevistas y reportajes que amalgamaban literatura y periodismo, a la manera de Truman Capote o Norman Mailer, reunidos después en Talacha periodística (1989).
En 1966 ingresa a Excélsior y conoce a Julio Scherer, quien sería su jefe, compañero, amigo y hermano durante más de 50 años. Sin embargo, Vicente creía fervientemente en que debía decidirse por la literatura o el periodismo, tan es así que habría entregado su renuncia a Scherer, quien lo convenció de quedarse en el diario y dirigir la Revista de Revistas. Ganó la lealtad de Vicente y se quedó con él tras el golpe del gobierno echeverrista contra el diario y en la fundación de Proceso.
Leñero escribe entonces una novela sobre el golpe a Excélsior que muchos han visto y siguen viendo una non fiction novel, tipo Capote o Mailer, pero para estas fechas, Leñero tiene una idea más compleja de la realidad y de las posibilidades de la literatura y el periodismo. Los periodistas (1978) parece una novela reportaje, pero no lo es, por lo menos no es sólo eso, como tampoco lo es Asesinato, querer verlas así es una simpleza.
Los periodistas está construida como una ficción en donde lo documental es apenas una coincidencia. Julio Sherer es un héroe trágico, gigante en comparación con todos los demás, incólume e inmaculado. Pero aun así, Leñero es capaz de mostrarnos las paradojas del periodista emblema, como las atenciones con que la clase política lo agasaja. En el inicio de la novela, durante una fiesta del diario, Scherer les cuenta que el gobernador de Guanajuato le prestó su finca para pasar la Navidad y que le mandó a hacer colchas con su nombre bordado en ellas.
Habría que analizar meticulosamente Los periodistas al igual que otras obras para hallar lo que Leñero quería mostrarnos, pero lamentablemente sólo son periodistas, y en realidad muy pocos, los lectores de esta novela, pues la crítica literaria sólo ha reparado en Los albañiles, creyendo ver en otras novelas reportajes directos. De Los periodistas, se puede mencionar una escena esencial, aquella de la celebración del Día de la Libertad de Expresión, cuando en presencia de Echeverría, Scherer es obligado a dar un discurso. Tras ello, con la amenaza encima de la represión y cuando el gobierno ya tiene prácticamente preparado el golpe, el presidente le pide a Scherer acompañarlo y caminar con él, le ofrece su brazo y Julio lo toma, instantáneamente el golpe certero de uno de los guaruras casi le rompe el brazo: “¡no toque al presidente!”. La imagen por sí sola representa las relaciones del periodismo y el poder, caminando juntos, necesitados uno del otro, pero desconfiados, enemigos. Una relación obligada pero imposible.
A Leñero lo caracteriza sobre todo su honestidad, brutal siempre, así en Los periodistas como en La gota de agua (1984), donde él y su familia se convierten en protagonistas, o en crónicas confidenciales donde muestra el miedo detrás de los hombres periodistas que deben decidir entre informar y sobrevivir, como en aquella crónica donde relata las amenazas del director de la Policía Judicial, a quien todos temían y de quien se sabían horrores, ante un reportaje sobre los sobrinos de Bartlett cuando éste era secretario de Gobernación, ante lo cual deciden, él y Julio, no publicarlo, o los muchos relatos sobre sus encuentros con Salinas de Gortari.
La idea de Leñero sobre la novela va más allá de la non fiction novel o de la novela reportaje, y Asesinato, el doble crimen de los Flores Muñoz (1985), es la culminación de un proceso y la madurez de una estética, de la concepción sobre la realidad y la ficción que tanto preocupó a Leñero. Asesinato es la novela sobre el crimen de Gilberto Flores Muñoz y su esposa, quienes fueron asesinados en su propia residencia del Distrito Federal, prácticamente decapitados con un machete, homicidio del que fue culpado su nieto, Gilberto Flores Alavés.
El caso es increíblemente novelesco, protagonizado por un sujeto que participó en la Revolución, fue gobernador de Nayarit y estuvo a punto de ser presidente; su mujer, una esposa sumisa y convencional, pero escritora en secreto, autora de libros de poemas, cuentos y novelas con seudónimos, un nieto atormentado y de una profunda formación católica que modifica de manera radical su percepción de los hechos, y un acontecimiento que cimbró a la sociedad mexicana.
Con estos ingredientes, Leñero escribe una novela sobre la construcción de la realidad, haciendo hincapié en aquella creada por los medios de comunicación, evidenciando estrategias que van más allá de la simple manipulación noticiosa y que se enredan en la madeja de corrupción en la cual las autoridades toman un papel sobresaliente y dominante. Vicente disecciona las historias y las opiniones sobre el caso, historias inventadas y opiniones prejuiciadas siempre. La crítica no sólo destruye las premisas del periodismo, sino de la misma realidad.
Este es el derrotero que seguirá Leñero a partir de entonces y cuya idea se materializa en pequeñas narraciones que ya se anunciaban en Lotería, el libro de “retratos” donde narra anécdotas de conocidos suyos, escritores, periodistas, políticos y sus propias obsesiones. A esos pequeños relatos regresa en Sentimiento de culpa, Gente así, y Más gente así, donde mezcla con desparpajo realidad y ficción en dosis puntuales y exactas.
Leñero siempre se aventuró y se arriesgo, nunca permitió que sus deseos quedaran yermos, hizo televisión, teatro y cine, a pesar de cierto sector de la crítica que siempre lo ninguneó, esa es la palabra, desdeñaron su literatura por ser “periodística”, desestimaron su teatro y sus guiones por “simplones”, desatendieron su ideología por su “catolicismo”. Es hora de ver su obra sin tapujos ni prejuicios.

Leñero nos descubre que la realidad se construye con distintas estrategias, pero siempre como una ficción, y no solamente es así en la literatura, sino en la vida.
Por Juan Carlos García Rodríguez

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