París. Miércoles 7 de enero, 11: 30 de la mañana, frente al edificio del
periódico semanal satírico Charlie Hebdo, Coco, una de las dibujantes de
la revista, teclea, temblando, el código de la puerta de la entrada bajo la
vigilancia de una Kalashnikov. Hoy sale en los kioscos el número de Charlie
Hebdo dedicado a la nueva novela de Michel Houellebecq, donde el polémico
escritor imagina una Francia dirigida por un partido musulmán. Hoy es día de la
conferencia de redacción donde se debaten los temas de actualidad y se fija el
sumario del próximo número. La mayoría de los colaboradores de la revista están
reunidos alrededor de una mesa. Dos hombres encapuchados, vestidos de negro y
armados con armas de guerra, interrumpen la reunión, preguntan por Charb,
ilustrador y director de la publicación. Lo abaten. En los minutos que siguen,
los tiradores, de manera metódica, matan a siete periodistas, un empleado de
mantenimiento, un invitado, un policía guardaespaldas y un policía que
patrullaba en la calle. Pilares del periódico mueren en el ataque: los
caricaturistas Cabu, Wolinski, Tignos y Honoré, el editor y corrector Mustapha
Ourrad, el economista de izquierda Bernard Maris y la psicoanalista Elsa Cayat.
Saldo final: doce personas muertas y once heridas. Grabada por periodistas refugiados
en la azotea de un edificio vecino, la sangrante odisea circula rápidamente en
Youtube y en la cadenas de televisión de Francia. En las grabaciones se puede
oír a los atacantes gritar “Allahou Akbar” (Dios es el más grande), dejando
pensar que los asaltantes son de influencia islamista. Más tarde los
identificarán como Chérif y Saïd Kouachi, de nacionalidad francesa y de padres
argelinos. La policía los matará dos días después, como a otro joven
terrorista, Amedy Coulibaly, autor del asesinato de una policía vial en
Montrouge y de cuatro personas en el ataque de un supermercado kosher el 9 de
enero en el oeste de París.
Charlie Hebdo no nació para
complacer, sino para hacer reír, provocar reacciones, despertar la reflexión.
Fundado hace 45 años, se había vuelto el aguafiestas de los populistas, de los
bienpensantes, de los extremistas. Su historia empieza en la Francia
conservadora de finales de los sesenta con el despertar de la izquierda y del
idealismo libertario. En 1970 la revista satírica Hara Kiri está
prohibida por el gobierno después de publicar una portada de humor negro sobre
la muerte del general Charles De Gaulle. Poco tiempo después, tres miembros de
la difunta publicación lanzan un nuevo periódico titulado Charlie. Su
línea editorial –profundamente enraizada en los valores de la izquierda
francesa– se define como antiracista y atea. En 1981, el periódico desaparece
por falta de lectores.
Doce años después, Charlie
Hebdo renace de sus cenizas de la mano de miembros fundadores como Cavanna,
Defiel de Ton, Wolinski y Cabu, y de nuevas plumas como Plantu o Charb. Su
lema: libertad total de tono, humor corrosivo, irreverencia. Nadie escapa a la
vigilancia de sus caricaturistas: derecha francesa, izquierda radical,
religiones, conservadurismo, mojigatería, excesos del liberalismo, etc. Al
final de los años 2000, la revista, muchas veces demandada por políticos
arañados o grupos católicos indignados, abre un nuevo capítulo de su historia.
En febrero de 2006, decide reproducir las caricaturas del profeta musulmán
Mahoma publicadas en un periódico danés. Esa decisión le atrae la enemistad de
muchas organizaciones musulmanes: argumentan que la representación del profeta
no está permitida por la religión musulmana. Varias de ellas emprenden una acción
legal en contra del semanario por blasfemo. En 2007, Charlie Hebdo gana
el juicio, amparado por la ley francesa que protege la libertad de creencia y
de crítica en una sociedad laica y pluralista. En esta ocasión, el equipo de la
revista vuelve a afirmar que denuncia todos los tipos de extremismo y
fundamentalismo, sin fondo racista. Siguiendo su línea satírica, Charlie
Hebdo se burla de nuevo de los islamistas en noviembre de 2011. Para
denunciar la victoria del partido radical Ennahda en Túnez, publica un número
especial rebautizado “Charia Hebdo”. En vísperas de la difusión de esa edición,
su edificio es atacado con una bomba molotov. El incendio destruye todos los
archivos.
A veces me doblaba de
risa. Otras, giraba la mirada. Hubo ediciones que abandoné sobre un asiento del
metro. Y hojas que nunca se irán, grabadas en mi memoria. Eso es Charlie
Hebdo. Páginas para burlarse de la cosas serias con ligereza. Nunca con
odio. Menos con racismo. Uno puede no estar de acuerdo con el humor negro, la
floración de dibujos de penes o de chistes obscenos, las caricaturas rudas de
las ideas o de las creencias. Pero, a los minutos del ataque a Charlie Hebdo,
toda Francia se volvió Charlie. Musulmanes, católicos, judíos o ateos
condenaron el ataque violento de la revista. A los días, los medios, las
tiendas, las calles se vistieron de luto. No quiere decir que todos lo leyeran
o estén de acuerdo con el tono del semanario. Desde hace muchos años, la
revista venía perdiendo lectores. El tiraje se reducía. En noviembre de 2014,
su redacción tuvo que hacer un llamamiento al público para conseguir donativos.
Pero, de repente, millones de franceses decidieron ser Charlie. No por lo que
es, sino por lo que representa: el derecho y la libertad de decir lo que
pensamos sin ser castigado. Por la posibilidad tan regocijante de analizar
nuestra sociedad con acidez y espíritu crítico. Sin censura. Con distancia. Con
algo que les duele mucho a muchos en este mundo: la autocrítica y el sentido
del humor. La risa es una arma contra las sombras. Hasta el 7 de enero de 2015,
Charlie era una arma contra las sombras. Ese día, a mediodía, en las salas de
millones de hogares, el tiempo se suspendió. Hubo lágrimas. Estupor. Miedo. Y,
rápidamente, el efecto sorpresa pasado, solidaridad. Porque, cuando vieron las
imágenes en la tele o escucharon a sus vecinos contarles la noticia, muchos no
escucharon “atentado contra Charlie Hebdo” sino “atentado contra un
periódico”. Porque la prensa, todavía, tiene peso, legitimidad, y genera fe en
los ciudadanos. Porque reconocemos al periodista de prensa escrita como alguien
que garantiza la libertad de saber sin ser, demasiado, manipulado. Porque el
periodista, en Francia, todavía puede ejercer su oficio, que es de informar a
pesar de las presiones de los poderes económicos o políticos, sin ser tildado
de chismoso.
Una semana después del
atentado salió un número especial de Charlie Hebdo, realizado por los
sobrevivientes y con la contribución de nuevos dibujantes voluntarios. La
portada, firmada por el ilustrador Luz, muestra una caricatura del profeta
Mahoma llorando y llevando entre sus manos un cartel con la inscripción “Yo soy
Charlie”. En los kioscos, en las estaciones de tren, en los aeropuertos, se
formaron filas de personas que esperaron hasta una hora para conseguir la
revista. El nuevo Charlie Hebdo alcanzó los cinco millones de
ejemplares. Un homenaje a la memoria de los desaparecidos. Una palma de narices
a los terroristas y a los que nos quieren callar. Una victoria contra el miedo. ♦
Por Mylene Moulin