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Mimetizándose: los ojos de gato, la piel negra. [Angela Davis] |
Autora extravagante y
prestigiosa dentro de la literatura anglosajona –ha sido galardonada con el Man Booker International Prize y la
beca Guggenheim, entre otros reconocimientos–, la norteamericana Lydia
Davis ha construido una obra narrativa original compuesta por ficciones y
microficciones, que ensanchan la perplejidad y el misterio de la existencia.
Celebrada en nuestra lengua por Rodrigo Fresán y Enrique Vila-Matas, Eterna
Cadencia (Argentina) publica No puedo ni quiero, su último libro de
relatos que contiene textos de una cuartilla, medio párrafo y hasta de una
línea.
Traductora
del francés de autores canónicos como Gustave Flaubert y Marcel Proust, Davis
se ha creado un nombre propio en una profesión singularmente machista donde no
resulta fácil desprenderse del mote de “exmujer de Paul Auster”, lo que
demuestra la sagacidad de su criterio y su talento como escritora.
R. T.: ¿Qué tan difícil es, en una sociedad como la
estadounidense, devota de las novelas mastodónticas, practicar un género
alejado de los patrones comerciales y el gusto del gran público, como lo son
las microficciones y el cuento corto?
L. D.:
Ciertas publicaciones –muchas, en realidad– son bastante conservadoras y
prefieren publicar cuentos convencionales y tradicionales que el público
disfruta, gente que lee sobre todo novelas. Pero también hay muchas, pequeñas y
aventureras editoriales que están abiertas a formas menos tradicionales, es
decir, a géneros menos practicados. Personalmente prefiero escribir sólo las
cosas que me interesan, así no encuentre grandes audiencias.
¿Sientes un impacto de tu trabajo
como traductora de clásicos franceses en tu literatura de creación?
No
estoy segura del efecto que mi trabajo como traductora ha tenido en mi
escritura. Soy consciente de que poner una atención minuciosa a todas las
posibilidades de traducir una palabra o una frase al inglés me ha vuelto más
consciente de las capacidades de la lengua, y eso probablemente me ha llenado
la cabeza con distintos vocabularios y diferentes estilos de escritura. La
inmersión profunda en la literatura de Proust o de Flaubert debe haberme
enseñado algunas cualidades de cómo escribir una buena o incluso una
extraordinaria novela.
¿Cómo fue la experiencia de traducir
a Maurice Blanchot a tu lengua?
He
traducido seis libros de Blanchot al inglés, hace mucho tiempo, allá por los
años setenta y ochenta. Encontré mi trabajo satisfactorio casi siempre, porque
la manera en que Blanchot va al fondo de la conciencia de un solo personaje, y
la manera en que ese gesto se vuelve una abstracción, a semejanza de un pensamiento,
hace que el personaje exista físicamente en el espacio. Empero algunos de sus
libros más complejos, ciertos pasajes y ensayos, están entre lo más difícil que
he traducido en mi vida, algunos enunciados sencillamente nunca los entendí.
¿Lees literatura latinoamericana,
poesía, ensayo y material por el estilo?
Siempre
he leído literatura latinoamericana,
desde que era una adolescente absorta en Borges, que es una referencia absoluta
para los escritores en los Estados Unidos. Poseo la obra completa de Luisa
Valenzuela en mi biblioteca, por ejemplo. Mis padres vivieron en Buenos Aires
durante seis meses en 1965 y yo pasé dos con ellos. Daban fiestas a la que
invitaban escritores, y justo ahora,
aquí en mi escritorio, tengo dos libros dedicados por Eduardo Mallea de aquella
época. Recuerdo haber leído uno suyo en español: Todo verdor perecerá.
También leí El túnel de Ernesto Sabato.
Creo que mis padres lo conocieron,
aunque no estoy segura. Tengo una historia escrita a la Hemingway basada
en mi experiencia de entonces (tenía 19 años) en Argentina. Se publicó en línea hace unos años y se llama
“Caminos”.
¿Piensas que tu último libro
publicado en la Argentina pertenece a la tradición del posmodernismo?
Siempre
he pensado que mi única novela, The end of the story, calza bastante
bien con esta tradición, dado que contiene dos historias paralelas: la historia
de un affair amoroso del pasado, recordado por el novelista, y la
intención del novelista por escribir la novela contando la historia de ese affair
amoroso del pasado.
Al
respecto de No puedo ni quiero, no estoy tan segura. Algunas de las
historias son muy cercanas a lo tradicional, como aquella del accidente de
avión. Otras narran sueños de manera directa. Por tanto, teniendo en cuenta
todos los tiempos de historia que lo atraviesan, yo diría que el libro tiene
parámetros y horizontes más grandes que los postulados por el posmodernismo.
¿Crees que la literatura es una
forma de venganza?
En
lo absoluto. No veo la literatura bajo una luz tan negativa como esa. Por el
contrario, los mejores libros, incluso cuando son intolerantes, furiosos o
trágicos, se encuentran llenos de una fortaleza positiva que los nutre de vida. ♦
Por Rafael Toriz