Expuesta hasta el 22 de febrero, en la Galería Ramón
Alva de la Canal, Gallo 100. Carteles de Celso muestra una selección del
trabajo que durante veinte años ha realizado el artista plástico Celso Arrieta
–creador de varias portadas para Performance–,
de quien Omar Gasca escribe: “es más artista que diseñador o es en todo caso un
diseñador de carteles de autor, esto en el sentido en que, al margen del tema,
invariablemente plasma su particularísima visión, su ánimo y un irrenunciable
estilo”.
Entre sencillez y
complejidad, ilustración literal y figuras retóricas, toda clase de recursos
conceptuales y gráficos atraviesa la obra de Celso Arrieta en su muestra Gallo
100. Carteles de Celso, en la Galería Ramón Alva de la Canal, con piezas
que abarcan de 1995 a 2015. Domina en ellas precisamente eso, la
ilustración, pero destacan también el empleo del color, que de lado bastante
tiene que ver con cierto periodo del cartel cubano, y lo que podría tenerse
como una actitud que coincide con o recibe influencias del cartel polaco en el
sentido de su propensión humanista y artística, un poco al modo, también, del
trabajo de Rafael López Castro.
Por
razones de su vocación y formación, Arrieta es más artista que diseñador o es
en todo caso un diseñador de carteles de autor, esto en el sentido en que, al
margen del tema –aunque siempre en él y con él–, invariablemente plasma su
particularísima visión, su ánimo y un irrenunciable estilo estrechamente ligado
a lo orgánico, a lo cálido, a las curvas. Si se pensara en las funciones del
lenguaje de acuerdo con Jakobson (no Bühler, no Halliday, no Alexander, no otros): la fática o de
contacto, la metalingüística, la referencial, representativa o informativa, la
apelativa o conativa, la emotiva o expresiva y la estética o poética, estas dos
últimas serían las que sobre todo entrarían en sintonía con los carteles de
este autor. Por una parte la exteriorización de las pasiones y las emociones,
centrada en el emisor, y por otra la búsqueda orientada a la atracción sobre la
forma, que frecuentemente no sólo se opone al fondo sino a todo lo demás, es
decir, a lo que no es icónico sino textual.
Otras razones explican la idea de “carteles
de autor”: estamos lejos de Jules Cheret y Toulouse-Lautrec y aun de otros
autores más recientes. El cartel ha dejado en buena medida de ser “… un grito
en la pared”, como dijo Josep Renau, el notable intelectual, diseñador gráfico
y pintor valenciano que radicó en México entre 1939
y 1958. Los nuevos medios, las nuevas
arquitecturas urbanas y diversos hábitos sociales, salvo excepciones han
convertido al cartel más en una pieza conmemorativa que en un medio para
convocar. Documentan un hecho, para el cual se suele requerir a través de otros
medios: electrónicos, diarios y revistas, redes sociales, páginas web, mensajes
colectivos a través del teléfono móvil y otros. Al cartel, especialmente al
cultural, se le suele hallar en el lugar mismo al que convoca: en el cine, la
galería, el museo, el teatro; rara vez, en la calle; la calle no es más su espacio
natural. Menos todavía por cuestiones económicas que afectan los tirajes, que
van de cortos a mínimos a pesar del plotter.
De otro lado cuenta que el cartel ha cobrado
una paradójica importancia, de carácter autoral, gracias a diversos concursos y congresos, y
particularmente en nuestro país a las bienales internacionales. ¿Qué se privilegia?
Primero la estética, el oficio, la originalidad y luego, quizá, la eficacia
comunicativa. El cartel es ya otra cosa. De hecho, por más que se insista en
diferenciar el arte del diseño, si de carteles se trata estos frecuentemente se
presentan como piezas de comunicación, como objetos de diseño y como obras de
arte. Si se piensa que el cartel se realiza muchas veces por encargo y debe
satisfacer ciertas funciones que pueden llamarse prácticas, lo mismo ocurre con
cierta clase de música, de escultura y con toda la arquitectura (por ejemplo: Réquiem
de Mozart, El Juicio Final de Miguel Ángel, Notre Dame de Ronchamps de
Le Corbusier: obras por encargo que tenían que ser de cierta manera).
Quizá por todo ello este diseñador, este
artista, Gallo para la familia y los amigos, se concibe como artesano
gráfico, expresión que alude en principio a los tiempos y modos de la
serigrafía, de las pantallas o bastidores, los raseros y la tinta, pero que
también refiere, con todo y las nuevas no tan nuevas tecnologías, al afecto por
el trabajo manual, por el trazo a mano, aunque digitalizable después. Un
artesano y, por lo tanto, un artista; la oposición entre tales términos, no
siempre superada, obedeció en su momento a cuestiones más de orden económico
que estético o artístico.
Distingue a Celso
Arrieta, como a algunos colegas suyos en la misma ciudad (Morelos, Huerta), la
temática de sus piezas: danza, teatro, música; los hechos culturales que
abundan en nuestra geografía, de lo cual resulta que la muestra de la que
hablamos, visitable hasta el 22 de febrero, sea algo más que una suma de
carteles de gran formato porque se trata de una autobiografía y de una crónica
que a modo de una panorámica de 20 años da cuenta de un modo de ser y de hacer
personal y social. ♦
Por Omar Gasca