En el célebre ensayo La
mente moderna, su autor, T. S. Eliot, escribe: “Lo que el poeta experimenta
no es la poesía, sino el material poético. Escribir un poema es una
‘experiencia’ original, la lectura de ese poema por el autor u otra persona es
cosa distinta”.
Eliot, al hermanar poesía y poética, no se
conforma con desentrañar el fenómeno estético sólo desde el punto de vista del creador, sabedor de que
todo acto de amor, como lo es todo poema, requiere del compromiso del otro, del
autor transmutado en lector y de un lector, cualquier lector, ajeno al acto
creador. Y traigo aquí al más común de los lugares comunes: la lectura de un
poema es otra forma, la más inusitada, de conocernos, de ponernos nuevamente en
el camino –para atrás o hacia adelante– de nuestra memoria lírica, y más aún:
de nuestra memoria pasional; ambas, la tradición y las pasiones, son de natural
subversivas, de ahí la fuerza liberadora que propicia el acto de leer. No estoy
muy segura, pero creo que es a esto a lo que se refería Eliot cuando dice que
la lectura de un poema “es cosa distinta”.
Y fue por esa cosa distinta, por la pasión
por la poesía, que Silvia Tomasa Rivera haría su aparición en la letras
mexicanas con un título emblemático que más parecía una papa caliente en el ya
lejano 1984: Poemas al desconocido. Poemas
a la desconocida, todo un acto
transgresor para una autora en ciernes y de “provincias” que rompió de entrada
con las normas establecidas por y desde la polis de la República de las Letras.
De ahí vendrían otros libros donde nuestra
poeta continúa en la línea de su apuesta inicial: Duelo de espadas, Apuntes de abril, La rebelión de los solitarios o
Como las uvas, cuya lectura no deja
lugar a dudas: la de Silvia Tomasa Rivera ha sido, hasta ahora, una poética de
la pasión amorosa, narrada casi siempre en primera persona, que alcanza las
cumbres sólo para descender a los infiernos del amor contrariado.
En esta su nueva entrega, Río de frente (publicado por la upav en
su colección Premios Nacionales), Silvia Tomasa se aventura –en el poemario del
mismo nombre– en la historia del amor desgraciado de un joven rarámuri por una
niña “con cara redonda / como la luna llena / que no tiene misterio”. Pero
antes, en “El arco y la cruz”, el poemario con que abre el volumen, la autora
nos introduce en la cosmovisión y los mitos del pueblo rarámuri para referir
la vida de Próspero Tánori y la de sus
ancestros, “los de los pies ligeros”, en la Sierra Tarahumara:
Nosotros no tenemos pasado
ni futuro.
Alimentamos el presente
con maíz y tesgüino…
Nadie tiene hambre,
nos curamos solos
con la mano de Dios.
Y si alguien muere
nace otro y otro;
por eso somos eternos
los rarámuri.
Se nos informa que Próspero Tánori no nació
en la sierra sino en la ciudad de México y que al igual que Juan Preciado
retorna a Comala para buscar a su padre, Próspero Tánori viaja a la inhóspita
sierra para buscar la tumba de un padre desconocido en un pueblo llamado
Chinatú. Así, al final de “El arco y la cruz”, descubrimos que es la búsqueda y
el viaje, el permanecer en tránsito, lo que en realidad importa.
Como lo es para el protagonista de “Río de
frente” el estar enamorado, porque el amor que confiesa es “amor del bueno,/ no
hay nadie que se oponga./ Ella es mujer y yo soy hombre./ Los dos somos
rarámuri; / y ya bailamos el yúmari / en el frente del río”.
Pero la poeta insiste que el destino es cruel
y elocuentes las señales:
Traigo
un presentimiento.
Entre gritos
y aullidos de coyote,
se anuncia mi llegada.
No hay lucero ni estrellas
en el cielo.
Sólo el relámpago
y el trueno
mantienen las miradas
al acecho.
A partir de estos versos, el lector se
anticipa al fatal desenlace: los padres de la niña, más por cálculo que por
amor, la entregan a otro, mejor dicho, la cambian por una recua de caballos
salvajes. El ofendido da muerte al rival en defensa de su corazón y rechazado
por todos emprende la huida por desolados parajes.
No espere el lector un final feliz en estos
poemas, “El arco y la cruz” y “Río de frente”, que aunque se leen por
separado guardan una unidad. Le diré lo
que no es en el segundo caso: una historia romántica. Aquí, mediante versos
cortos y unas cuantas estrofas, Silvia hilvana dos bellos relatos
contemporáneos pero que parecen remotos en el tiempo y remarca a la vez el
sello de su casa poética: el suyo es el tema más próximo a la tragedia, el del
amor imposible, lo que Platón llamaba una “aventura solitaria”, pues Silvia
Tomasa Rivera, ante la ausencia del otro pero no del sentimiento que inspiró,
comunica con hondura en este libro y en toda su obra anterior la existencia simultánea
del más obstinado de los deseos con el éxtasis y la cólera, la esperanza y la
resignación, el amor y el odio, el desprendimiento y el vano sufrir, la
errancia en soledad hacia la profundidad de la noche. ♦
Silvia Tomasa Rivera, Río de frente, col. Premios Nacionales, Universidad Autónoma de
Veracruz, Xalapa, 2014, 124 pp.
Por Nina Crangle