Disciplinado, a pesar de su
juventud, Adán Medellín (Ciudad de México, 1982) posee una expresión literaria
propia, un estilo decidido, patente por sus libros publicados o sus premios
obtenidos. En su obra, ubica en primer lugar el orden y el trabajo constantes,
reelaborando sus escritos hasta encontrar el tono preciso y justo, como si de
construir un sueño se tratara: las imágenes regresan varias veces hasta
completarse y adquirir sentido… al menos el sentido de un relato. Y este hábito
que en Medellín resulta una constante de su trabajo, dista mucho de la prisa,
la velocidad y el afán tan de moda y tan característicos de los jóvenes autores
de nuestro país, preocupados sólo por producir sus primeros libros, sin ideas,
constantes o carentes de unidad.
Eso da pie para hacer un
apunte respecto de los premios literarios: al menos en nuestro medio, aquellos
tienen mucho de misterio. Las circunstancias en que un libro o un autor son
premiados resultan secretas y poco claras. A veces pasa que el propio autor
desconoce las razones de su repentino éxito y el lector, más todavía, la
trascendencia o importancia de un galardón. No es el caso de El canto
circular de Adán Medellín, el cual resultó ganador del concurso de cuento
Sueño de Asterión, convocado en 2013 por el Instituto Literario de Veracruz.
Dicho galardón se destaca por privilegiar la literatura en lugar de la fama o
la influencia del autor, a diferencia de otros certámenes, principalmente si se
trata de los organizados por instancias gubernamentales de cualquier nivel
(municipal, estatal o nacional). Se comprueba, a partir de la revisión de los
cuentos de El canto circular, que Sueño de Asterión prefirió un libro de
cuentos donde fuera notable “su manejo del lenguaje, su complejidad narrativa,
la unidad de estilo y el tono propuestos, lo que le provee de una calidad
narrativa particular”, según señala el Acta de Jurado.
Apuntado lo anterior, puedo
afirmar que dos son las preocupaciones en la narrativa de Adán Medellín: la
construcción de los personajes y la selección de las palabras. Y aunque,
nuevamente, esto pareciera una obviedad tratándose de literatura, no es tal:
cada protagonista, siempre en situación límite –la inminencia de la muerte, el
óbito como fatalidad detonadora de otros sucesos, el recuerdo de la persona
amada, las voces misteriosas que atormentan la existencia de alguien–, está en
la búsqueda del momento preciso en que todo cambió en su vida, en que fueron
necesarias otras palabras para poder explicar el mundo que ahora lo obsesiona y
que lo eterniza en la historia relatada.
Así, los seis cuentos de El
canto circular coinciden en explicar la vida de sus protagonistas a partir
de la presencia de seres ausentes, vivos o fallecidos, que determinan el
momento desde donde se narra cada historia. No resulta un exceso afirmar que
los protagonistas de este libro se encuentran en medio de un delirio de
recuerdos, donde las palabras, más allá de su significado, se vuelven
situaciones, sentimientos o escenarios de un laberíntico proceso, indispensable
para llegar a la verdad, que implica y justifica la travesía repetida, la
reiteración del paisaje, la persistencia de los sueños, el escuchar de nuevo
las voces del ayer o el recorrer los espacios vividos hasta entonces.
La aspiración de Adán
Medellín es hacer sentir al lector que lo vivido por sus personajes no es
distinto de lo que nos sucede a muchos de nosotros a diario: nuestra vida,
aceptémoslo, está determinada, aquí y ahora, por nuestros familiares,
amigos, compañeros de infancia, vivos o difuntos todos, lo que convierte a
nuestros actos presentes en un concierto de decisiones que, a la luz de la
razón, carecen de sentido… pero que nos permiten encajar en nuestro orden
personal, y se vuelven guía para explicarnos a nosotros mismos y para explicar
nuestro origen y destino. Con esto, Medellín explora en estos relatos, como
continuación de su propuesta literaria iniciada en Tiempos de furia
(Ediciones B, 2013), la idea del fantasma, entendida más como las voces del
pasado que pueblan la existencia y que potencian el presente de los
protagonistas de sus narraciones.
La poesía propone, en más
de un forma, explicar el origen y el destino del mundo. No creo, entonces,
excesivo afirmar que en los cuentos de Medellín hay mucho de poesía. Leo El
canto circular y pienso en ¿Águila o sol? de Octavio Paz, acaso
porque aquí también todos los muertos parecieran estar vivos o uno
parece estar muerto sin dejar de estar vivo. La prosa más de una vez semeja
ser estática, reiterativa; intenta ser dulzura, dureza, ironía; ubica
presencias, cambios de vida, a pesar de su sombrío destino. Telaraña de
palabras siempre crecientes, donde estilo, gramática y sintaxis brillan o se
oscurecen, dando paso al ornamento que supone alterar la construcción verbal
cotidiana.
El canto circular a veces se complica en su
lectura, pues su autor prefiere sacrificar la prosa amena y la anécdota
sencilla para entregarnos un estilo complejo, barroco e intrincado, con frases
demasiado elaboradas, pausadas, donde imperan los detalles, los matices y las
nuevas significaciones que permitirán el desarrollo y resolución del relato. De
tal forma, Medellín asume el reto, nada sencillo, de sumergirse en la densa
trama, en lugar de la anécdota sencilla; busca una voz personal, y la obtiene,
proponiendo un estilo complejo; asume su pasado y el de sus personajes,
entregando narraciones donde luces y sombras se combinan con pasión e
inteligencia.
Juan Vicente Melo gustaba
de renombrar la realidad y lo cotidiano, acaso como un mecanismo para
recomponer el desorden del mundo. Lo mismo hacía con su literatura y la que le
interesaba. Su elogio favorito y único de un texto que le apasionaba era
siempre, según José de la Colina: genial-sensual. Robando una flor a
Melo diré de Adán Medellín y El canto circular: es distinto y
prometedor. Sin duda alguna es genial y sensual. ♦
Adán Medellín, El canto
circular, Cuadernos de la Libélula, Instituto Literario de Veracruz,
Xalapa, 2013, 140 pp.
Por Juan Javier Mora-Rivera