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La muerte se pasea impune por las ciudades |
En este fragmento de ensayo, Camila Krauss explora la ética que
subyace en la autocensura, la que ejercemos de manera individual o en los
medios de comunicación. Ésta es, escribe nuestra poeta, “una forma de cobrarse
justicia a propia mano en solitario. Mutilación de la voz, acallar lo frágil,
primario, posponer lo urgente, vulnerado. La autocensura es una forma de
uniformarse y buscar acomodo en los estándares de lo convenido, de lo
‘razonable’ y lo ‘apropiado’”.
La
autocensura es un tema grave en el estado de Veracruz, no sólo en el gremio de
la comunicación y el periodismo, debido a la intimidación del crimen organizado
y a intereses políticos. El miedo que ha sembrado el asesinato impune de al
menos diez periodistas hasta ahora, se ha propagado, y su impacto ha sido
severo. En el estado de Veracruz, en sus ciudades importantes y sin duda en sus
pequeños municipios, hay una “transición al silencio” alarmante. Es lamentable
–y urgente revertir– no sólo que los periodistas no puedan informar, sino que
los ciudadanos prefieran no saber. Esta negación a saber, discutir y cruzar
información es autocensura. “El silencio de muchos también es un problema”,
refirió el relator de la ONU, Frank La Rue, en su paso por México, en febrero
de 2013 (http://www.eluniversal.com.mx/notas/902129.html). Totalitarismo es
también hacer que la sociedad opte por el silencio y pretender que las
versiones de un país embonen en una sola narrativa, sesgada y sin disensos.
La autocensura es la
elección de no hacerse hablar. No actúo, no denuncio, no defiendo, no me
apropio, no encaro, no cambio, no expreso, no replico, no perdono. La
autocensura es una medida de autodisuación, un proceso de anulación y
descrédito y una consecuencia del dolor y efecto del miedo silencioso y
silenciado. La autocensura es una elección de vivir parcialmente.
La autocensura es una
forma de cobrarse justicia a propia mano en solitario. Mutilación de la voz,
acallar lo frágil, primario, posponer lo urgente, vulnerado. La autocensura es
una forma de uniformarse y buscar acomodo en los estándares de lo convenido, de
lo “razonable” y lo “apropiado”. Elegir no existir es una aniquilación de la
persona, un “exilio interior” o un lento suicidio.
No decir o no querer
saber es una escisión: aliena la colectividad, la divorcia de la justicia. Y
también la autocensura es un entorno psíquico de revictimización, una vigilia
impuesta, una sumisión al sonambulismo desde donde se mira la justicia como
algo inmerecido y postergable.
La autocensura es una
pretensión de civilidad y autocontrol. Reconocer en voz alta, públicamente
señala, avergüenza… Exigir es obsceno. Exigir es dar de qué hablar, exigir es
exagerar y no tragarse y conformarse con lo irremediable.
Voz es opinión y
testimonio, repudio y defensa; voz es gozo en público y en privado; duelo
compartido que no necesita esconderse. A diferencia de la autocensura, la voz
vibra, tiene ecos, resonancias, réplicas, diálogos, acuerdos y desacuerdos. La
voz alienta, la autocensura reprueba.
El escritor premio Nóbel
J. M. Coetzee, a partir de su experiencia del apartheid, escribió sobre la
censura en Sudáfrica y en otros estados totalitarios, como la URSS y Cuba. “El
modo en que la figura del censor es incorporada involuntariamente a la vida
interior, psíquica, trae consigo humillación, asco por uno mismo y vergüenza” (Contra
la censura. Ensayos sobre la pasión por silenciar, trad. de Ricard Martinez
i Muntada, Debate, México, 2007). La vergüenza mina y margina. “La batalla contra
la autocensura es anónima, solitaria, sin testigos… te conviertes en tu propio
juez, más estricto y suspicaz que cualquier otro” (Danilo Kis,
“Censorship/Self-censorship” en Idex on censorship, 15/1 enero de 1986,
p. 45, citado por J. M. Coetzee).
La autocensura responde
a un cerco de miedo, desmantelar el miedo puede ser como querer limpiar de
minas un páramo de guerra.
Coetzee refiere:
“Trabajar bajo censura es como vivir en intimidad con alguien que no te quiere,
pero que insiste en imponerte su presencia” (op. cit., p. 59).
La negación o represión
de esta condición de convivencia intenta aminorar el dolor, amortiguar la
duración, creer que basta la voluntad para tener control sobre estos males.
“Reinaldo Arenas –apunta
Coetzee– escribió sobre la existencia en Cuba de un ambiente que hacía del
ciudadano ‘no sólo una persona objeto de represión, sino también autoreprimida,
no sólo una persona censurada, sino autocensurada, no sólo vigilada, sino que
se vigila a sí misma’ ”. Esa vigilancia que veta, decapita sociedades que
aspiran a crear. La vigilancia controladora ahuyenta las posibilidades de
expresión espontánea, despide, aleja y mata con ansiedad anticipada.
Ese “exilio interior” al
que se relegan los autocensurados “glorifica al tirano con el muñón que les
queda: el muñón de su lengua”. Esta es una cita de Nadiezhda Madesltam, la
esposa del poeta ruso, incluida por Coetzee en uno de sus ensayos, expone esa
vengativa fuerza autodestructiva que amenaza la conexión de vida libre y la
creatividad del individuo, obligándose a glorificar al tirano cuando calla.
Despojarse de la lengua (idioma, órgano) es sumisión, falso exilio.
“Solzhenitsin –volviendo
a La pasión por silenciar– comparó el estudio de la historia rusa con el
estudio arqueológico de la prehistoria, una era que ya no puede hablar por sí
misma” (idem, p. 179). Las violencias sufridas en México, sin voces que
le den memoria, pueden derivar en que una de las épocas más oscuras de la
historia se convierta en ‘una era que ya no puede hablar por sí misma’. ¡Si aún
no te han cortado la cabeza, deshazte a voces de la mordaza!
Cuando la voz es voz, no
vigila, vive. La oralidad es un presente conquistado. La voz hace alianzas, es
la palabra, pero también en la voz está latente el mundo preverbal, nuestra
prehistoria: los balbuceos y los sonidos de la boca y el cuerpo; los cantos y
los gritos de la psique.
Dicen que la Verdad
tiene voz de mujer, pero también abundan los dichos, refranes y estereotipos
que insisten en cerrar la supuesta incontinencia verbal femenina. La poeta
canadiense Anne Carson, especialista en Literatura Clásica, en 1995 escribió
“The gender of sound” (El género del sonido); resultan cimbradoras las pistas
que esta poeta rastrea hasta el pasado helénico para confrontar sesgos operantes
hasta la fecha sobre la mujeres y otras minorías: “Closing women’s mouth was
the object of a complex array of legislation and convention in preclassical and
classical Greece” (Glass, irony and God. New Directions Books, Nueva
York, 1995). Existían leyes que regulaban el tipo de llantos permitidos a las
mujeres, y el lugar y fecha para expresarlos; el espacio cívico en Grecia,
según nos dice la estudiosa, restringía la oralidad femenina, “Greek women of
the archaic and classical periods were not encouraged to pour forth unregulated
cries of any kind within the civic space of the polis or within the
earshot of men” (op. cit., p. 126).
No sólo la voz sino los
sonidos que emitían las mujeres podían resultar una amenaza y una
“provocación”; así Anne, la poeta contemporánea, se pregunta: “How our
presumptions about gender affect the way we hear sounds?” (ibidem, p.
136). Sí, las presuposiciones y prejuicios acerca del género afectan la manera
en que escuchamos, y describimos los sonidos, “is according to the sounds
people make that we judge them sane or insane… These judgment happen fast and
can be brutal” (ibidem, p. 119).
Aristóteles asevera en
su Política: “el silencio es el kosmos (orden armonioso) de las
mujeres”. Anne Carson ve lo que los griegos quisieron censurar: “Woman is that
creature who puts the inside on the outside… By projections and leakages of all
kinds –somatic, vocal, emotional, sexual– female expose or expend what should
be kept in” (p. 129). Fundado en ese temor arcaico, los griegos censuraban a
las mujeres por ser “criaturas que ponen afuera lo que está dentro”, criaturas
que escurren, desbordan, expanden y exponen lo que es preferible sellado o
mantenido a raya. Como describe Carson, estas proyecciones responden a
connotaciones somáticas, vocales, emocionales y sexuales, este tipo de
proyecciones acerca de las mujeres que exponen su voz está latente en los
procesos que encaran cuando se presentan en ministerios públicos, tribunales,
hospitales, instituciones y juzgados en los que buscan amparo.
Las mujeres para muchos
–y al parecer desde la antigüedad– son inferiores por ser diferentes o son
diferentes por ser inferiores. Según la poeta, autora del largo poema titulado La
belleza del marido, nos dice en el ensayo antes referido:
The
sounds made by women are said to have different inflectional patterns,
different ranges of intonation, different syntactic preferences, different
semantic fields, different diction, different narrative textures, different
behavioural accoutrements, different contextual pressures than the sounds men
make.
Así, los censores
griegos veían “dos aspectos de la producción del sonido [femenino], la cualidad
de la voz y el uso de la voz” . La autocensura “ve” dos aspectos de la
producción del sonido, una voz física y sus cualidades y el uso que traiciona
una voz interna. La voz que no se usa es la voz censurada, usar la voz es
autorreferirse y así constituirse. La autocensura obedece a una sordera que
ensordece a otros y sigue su virulento contagio. La autocensura magnifica la
vocecilla entrometida y achatada, o magnifica la indefensión de la víctima
amenazada a cambio de un equilibrio aparente. La voz libre de censura actúa,
crea, negocia, no se diluye en el silencio de las multitudes.
Every
sound we make is a bit autobiography. It has a totally private interior yet its
trajectory is public. A piece of inside projected outside. The censorship of
such projections is a task of patriarchal culture that divides humanity in two
species: those who can censor themselves and those who canno.
“Cada sonido que hacemos
es autobiográfico”, nos dice la poeta canadiense. Las autobiografías –públicas
o inéditas– no deben truncarse por autocensura. La voz es de quien la trabaja.
La autocensura es una
forma de brutal de aceptar el abandono, la conciencia es una hazaña de
voces-voz que se dicen y dicen, y siguen diciendo mientras deciden, piensan,
conocen y averiguan a qué suenan.
La
voz es temible porque siempre escapa de todos los territorios vigilados. ♦Por Camila Krauss