Güeros (ópera prima de Alonso Ruizpalacios) cuenta cómo
Tomás, adolescente rebelde de provincia, viaja a la Ciudad de México para pasar
“un tiempo” con su hermano, Federico, apodado “Sombra”. Tomás, se nos muestra,
es insoportable: su madre lo manda lejos, a la capital, porque le arroja un
globo con agua a una mujer que llevaba un bebé en carriola. El muchacho llega a
un arquetípico departamento de estudiante universitario: sucio, desordenado,
con platos sin lavar por todos lados y un compañero de cuarto que parece
inamovible: el Santos, amigo de Sombra. En la radio local escucharán que
Epigmenio Cruz, músico que, según Tomás, “pudo haber salvado el rock nacional”,
se encuentra agonizante, y a falta de algo mejor que hacer, emprenderán un
recorrido por toda la ciudad para encontrarlo.
En este punto, Güeros se
imbrica con esas narrativas de introspección personal que orbitan en torno a
una gran urbe. Es una extensa tradición
que pasea a través de estilos, décadas, ciudades: After hours de
Scorsese; Oslo 31 de agosto de Joachim Trier; Before sunrise de
Linklater; Oh Boy de Jan-Ole Gerster —todas obviamente emparentadas con Paseos
nocturnos, el ensayo fundacional de Charles Dickens—. Dentro del cine
mexicano hay al menos tres películas que funcionan como perfectas antepasadas
de Güeros: Los caifanes, dirigida por Juan Ibáñez y escrita por
Carlos Fuentes; 5 de chocolate y 1 de fresa, dirigida por Carlos Velo y
escrita por José Agustín, y Mil nubes de paz cercan el cielo, amor nunca
dejarás de ser amor de Julián Hernández. Todas presentan variaciones de un
elemento central: un personaje, o grupo de personajes, vagabundea durante un
periodo breve (un día, una noche) por una gran ciudad. El recorrido por esa
ciudad abre puertas, permite que se conozcan mejor, que aprendan algo o —en el
más oscuro de los casos— que se despeñen en sus angustias.
En Güeros, la geografía del
Distrito Federal es pieza clave de la narrativa. Dividida en capítulos —cada
uno identificado con un rótulo que señala el lugar en el que ocurre: el sur,
Ciudad Universitaria, etc.—, los personajes comienzan su recorrido en un
conjunto departamental, hogar de Sombra y Santos, y avanzan por las avenidas y
vialidades: primero huyendo de sus vecinos; después, y ante la insistencia de
Tomás, buscando a Epigmenio. La ciudad —en blanco y negro— se abre ante ellos,
expectante, y la comitiva llega a la UNAM en huelga, a una fiesta esnob en una
azotea del centro del DF, a una pulquería de Texcoco. En la UNAM encontrarán a
Ana, exnovia del Sombras, quien se unirá al viaje.
Es más o menos aquí, a media
película, que sucede un desplante metaficcional que convierte a Güeros en
una rareza del cine mexicano reciente: uno de los personajes reconoce a la
película como película, comenta el guion y su estructura e incluso se alcanza a
ver a una claqueta haciendo la señal de “¡Corte!”. Esto permite leer a Güeros
de otra forma. En sus Tesis sobre el cuento, Ricardo Piglia aventura que
“el cuento es un relato que encierra un relato secreto”. Aunque su tesis está
pensada para hablar de la literatura, y aunque se refiere a cómo un relato
puede cifrar otro relato mientras se va narrando, creo que la misma tesis
podría aplicarse sin muchos problemas a la película. El relato secreto en Güeros
sería otro viaje: el que describe la misma película para encontrar un estilo
cinematográfico. Por eso vemos un cine que toma prestados elementos de todas
partes, que asoma desplantes metaficcionales y expresionistas, que comenta
—incluso verbalmente— el “estado del cine mexicano”; por eso vemos también un
cine que a veces tropieza, por ejemplo, con diálogos que no poseen la cadencia
natural de una conversación o que son enunciados sin mucha convicción por
algunos actores. El estilo de Güeros no está definido, y es casi una
virtud que así sea: este viaje estilístico, en el que el protagonista —la
película misma— recorre un amplio terreno en pos de sí mismo, es tan rico y
emocionante como aquel otro viaje narrativo, el que emprenden los güeros del
título en pos de un cantante de rock venido a menos pero, también, de su
identidad, de su lugar en ese hecho que sucede y que tenemos a bien llamar
México.
Güeros de Alonso Ruizpalacios (director y
coguionista). Actuaciones: Tenoch Huerta, Ilse Salas, Leonardo Ortizgris,
Sebastián Aguirre, Raúl Briones y Laura Almela. México, 2014. Duración: 108
minutos. ♦
Por Luis Reséndiz