Martha Luna [Fotografía: Leticia Olvera] |
El teatro es, sin duda, una de las actividades más
vivas de la ciudad –gracias a la numerosa oferta de puestas en escena.
Cuitláhuac Pascual, teatrero ícono de Xalapa, rememora el ambiente y las
condiciones de la capital del estado desde su arribo en la década de los
setenta.
Cuando recién llegué con mi familia a Jalapa creo que todavía se
escribía con jota. Las calles estaban empedradas en su mayoría; había neblina y
chipi-chipi seis meses al año y sólo había cuatro rutas de camiones urbanos,
los cuales tenían únicamente dos filas de asientos de madera en los costados,
una frente a otra, costaba 25 centavos el pasaje y como no había cambio te daba
el conductor unos cartoncitos que valían cinco y juntando varios podías pagar
con ellos el autobús… Corría el año de 1974… Creo que me estoy poniendo
nostálgico.
Un poco
después, cuando estaba en el bachillerato, tuve la fortuna de ir a la Sala
Chica del Teatro del Estado a ver montajes memorables a cargo de la Compañía
Titular de Teatro de la UV y de la Infantería Teatral. Obras como En los
bajos fondos, dirigida por Julio Castillo, o Saco y Vanzetti,
actuada por Claudio Obregón y Salvador Sánchez; así como Cúcara y Mácara
o La ñonga dirigidas por Enrique Pineda; sin dejar a un lado a La Caja,
entonces recién inaugurada, viniendo a mi memoria Marat/Sade dirigida
por Marta Luna.
Después
de ver teatro el fin de semana había dos lugares en el centro para ir a platicar,
uno era La Parroquia, que todavía existe, la cual era algo cara o elitista,
según algunos, ya que ahí solo asistían los “artistas verdaderos”, los
directores de dependencias, actores profesionales, músicos de la Orquesta
Sinfónica, a dilucidar sobre los rumbos de las nuevas políticas y tendencias
culturales de la capital.
Por
suerte también estaba un auténtico café de chinos, todo largo y con bancas de
madera con los respaldos encontrados y un chingo de pan (no me acuerdo cómo se
llamaba: Chop Suey, creo, o tal vez estoy siendo cliché). Estaba en la calle de
Enríquez, donde está ahora el Burguer King o la Lotería Nacional, ya no lo
ubico bien.
Los
dueños chinos siempre estaban sentados y
callados hasta el fondo del café, donde Belén nos atendía, una mesera como de
60 años muy regañona pero de buen corazón. Cuando llegábamos enseguida nos
ponía una charola de pan en la mesa ya que solo se podían vender cervezas con
alimentos y ella sabía que nada más íbamos a beber.
Se
comentaba el teatro, si había una buena función o estreno, el concierto de la Sinfónica
del viernes cuando había llegado una nueva solista… También comentábamos,
cervezas y cigarros de por medio, sobre el ciclo de cine del Ágora,
(excelentes, además se podía fumar en la sala), del Cine Club de la UV. La
escasa cultura cinematográfica que poseo fue gracias a esas dos salas (bueno,
seré sincero, también de vez en cuando iba los miércoles al cine Radio). Si alguien
tenía un poco más de dinero para invitar podíamos rematar en la entonces recién
fundada La Tasca, donde se podía uno ligar a una que otra gringuita que venía a
los cursos de verano… acompañados con canciones de protesta de Los Calchaquis,
Atahualpa, Silvio o Mercedes Sosa…
Ya
entrada la década de los ochenta, en Xalapa (no supe desde cuándo se empezó a
escribir con x, seguro me estaba
sirviendo otra chela Belén) ocurre una explosión en todos los ámbitos de las
artes y la cultura siendo sede de encuentros y festivales nacionales e
internacionales (no tanto en lo que se refiere al teatro, más bien casi nulo: a
no ser por Candilejas y su Teatro de Alacena actual) consolidándose como una
capital cultural en el país.
En algún
momento, dentro del fluir de ideas y personas de todo el mundo que se venía
dando en la ciudad, me imagino que de pronto alguien muy abusadillo gritó algo
así como: sálvese quien pueda o puto cola o algo así (o también pudo haber
gritado: “Dios, no te pido que me des sino que me pongas donde hay”, o “Él que
no se mueve no sale en la foto”, o “Es preferible vivir en el error que fuera
del presupuesto”, o cualquiera otra de esas perlas priistas que tenemos
injertados los mexicanos hasta la médula), ya que de pronto son acaparados los
puestos claves (plazas, les llaman) de la cultura tanto dentro de la UV como
del gobierno del estado y municipal generando la institucionalización de La
Cultura y Las Artes. A mí ni me miren, yo no estaba ahí, ni me enteré, ni
me invitaron (seguro ya andábamos en ese entonces por La Tasca).
Actualmente
la ciudad es un monstruo enorme que ni se me antoja describirla por inabarcable
y llena de automóviles, aunque es necesario reconocer que uno de los grandes
beneficios de los que gozamos los teatreros xalapeños es que aparte de
la oferta oficial e institucionalizada que existe actualmente a cargo de la
Orteuv, dirigida por Alberto Lomnitz y Boris Schoemann, Tisev, bajo la batuta
de Yaco Guigui, Teatro Ambulante, otrora del fallecido Dagoberto Guillaumin y
ahora con Enrique Málaga, se oferta un sinnúmero de propuestas escénicas
diferentes en los más variados espacios de la ciudad y no propiamente en los
teatros.
Cada
semana se amalgaman las propuestas en una cartelera extensa que ningún medio la
tiene completa, pero creo que llenaría varias páginas de cualquier rotativo. La
oferta es nutrida por montajes de un gran número de grupos libres (no me
gusta la palabra independiente, ya que el teatro no puede serlo) que le
apuestan tanto a la taquilla como a ganarse uno de los escasos y peleados
apoyos oficiales que cada año se ofertan para la comunidad artística (si logras
alguno es casicasi como sacarse la lotería y volverse loco un rato).
Los
grupos son muchos y merecen una atención aparte; por lo pronto me vienen a la memoria
algunos como Teatro la Libertad, Chicantana, Caramba Teatro, Umbral, Así le
dijeron a mi hermana, Espacio Vacío, Akbal, Vulcanizadora Producciones,
Converso, Rueda, Pável, Merequetengue, Títere Vivo, Febrero 10, Producciones
Cañandonga, Foro X, Salvatore Rogan Arte Escénico, Hombre Gacela... pero hay
más. ♦Por Cuitláhuac Pascual