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Hombre y esfinge (Esteban Azamar) |
La leyenda es
consustancial para nimbar con lauros de oro la efigie de ciertos artistas. En
el breve periodo de una década, entre la segunda mitad de los años ochenta y la
primera mitad de los noventa, uno de los pintores que se perfilaba como
perdurable era Esteban Azamar. Nacido en 1954, en Minatitlán, Veracruz, el
artista había demostrado firmeza y levedad en el trazo siendo a la sazón un
gran dibujante, además de un don para componer obras que si figurativas
inducían a un orden simbólico. Era claro que para Azamar el acto pictórico no constituía una sencilla
representación del orbe cotidiano ni una asimilación nostálgica del neoclásico
sino un orden en el que cada elemento poseía un secreto susurrando sibilino al
espectador. Una composición plástica que participaba del encuentro entre
elementos ajenos entre sí pero sin el habitual dejo surrealista. Diríase, como
lo atestigua su preferencia por alusiones escultóricas y pétreas, que era un
arte de ruinas, el testimonio de una razón fragmentaria.
El
cambio de milenio transformó este derrotero . La devoción filial apartó a
Azamar no sólo de la pintura sino de toda actividad ajena a la dedicación a su
amada madre. Sus selectas obras –sólo lista dos exposiciones individuales y
apenas una decena de colectivas– se convirtieron en emblemáticas y aun hoy
circulan en subastas de Internet.
Azamar
ha sufrido un profundo dolor, uno de esos golpes como el rayo de Vallejo, que
lo han obligado a recapitular sobre la existencia y también sobre los
fundamentos del arte. Paulatinamente ha retomado el sendero, primero como
alumno, después como maestro de formación estética y últimamente otra vez como
ejecutante. El lienzo aún aguarda pero entre tanto este ignoto maestro actúa
con la fotografía digitalizada.
Las
muestras de este quehacer recuerdan las composiciones clásicas de Azamar. Hombre y esfinge por ejemplo retoma una
antigua fotografía de desnudo y la entrevera con una suerte de quimera que
Azamar compuso con objetos encontrados. La composición evoca la serie de óleos
de Azamar con fotografías de Eadward Muybridge y en la propia composición, en
la atmósfera lograda a través de los filtros de Photoshop, se aprecia un cuadro
de indudable factura azamariana con reminiscencias de la tradición simbolista y
por qué no órfica. Otras obras, como Niveles
del sueño, evocan a los cuadros de pequeño formato que junto a las empresas
mayores, compuso Azamar en su juventud con elementos florales y orlas evocando
la estética camp de las tarjetas de felicitación de los años treinta y
cuarenta. Son obras que retoman el elemento camp pero al descontextualizarlo y
urdirlo en una trama distinta transforman el sentido. Esa filiación camp lo
acercó en su momento a Carla Rippey y también al denominado neomexicanismo.
Otra
cualidad de Azamar es su pasión por la trama. No claro está por las peripecias
narrativas sino por la simetría que urden las matemáticas vegetales. Y aquí en
su nueva faceta de artista de manipulación digital, Azamar recupera ese gusto
por las ramas, las frondas y las flores para componer collages que si
abstractos no evaden nunca su origen natural. Una muestra, Naturaleza muerta.
Presentar
estas imágenes que atestiguan el paulatino retorno de uno de los artistas
mayores de México me conmueve y enorgullece. Disfrutémoslas como lo que son: un
ejemplar regalo para conmemorar los diez años de Performance. ♦
Por José Homero