Tláloc, dios de la abundancia y de la lluvia |
El Museo Nacional de
Antropología, uno de los grandes espacios museísticos del mundo, cumple
cincuenta años de existencia; verdadera obra del renacimiento y prueba
irrefutable de la grandeza mexicana por la suma de talentos que lo edificaron
en un tiempo récord y también por las joyas históricas que se exhiben aquí.
Descubrimiento tras descubrimiento, gracias a infatigables investigadores, se
va enriqueciendo el mayor acervo arqueológico de toda América. El periodista
Mendoza Mociño comparte con nosotros una numeralia con atención a los detalles.
Esa cascada es tan irresistible
como meterte en ella y darte un chapuzón para cerrar tu visita al Museo
Nacional de Antropología. Osadía llama a osadía. A quién se le ocurre tentar a
la valiente juventud mexicana y poner una cortina de agua a más de treinta
metros de altura bajo un paraguas enorme, que mide 54 por 84 metros y que se
apoya en una columna, donde se emula la ceiba sagrada de los mayas con una piel
de metal que, por el agua que cae, no permite apreciar un bello mural que
diseñó José Chávez Morado hace cincuenta años y que gira en espiral desde el
suelo hasta el cielo hacia los cuatro puntos cardinales.
Esa no
es la única simbología oculta en este museo que cumple años el próximo 17 de
septiembre. Hay más claves secretas, como tesoros hay en este lugar que
abarca 79 000 700 metros cuadrados y que recibe, año con año, 2 000 000 de
visitantes.
Un
lugar con tanta historia es, a su vez, un mar de historias, muchas de ellas
épicas. De entrada, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez recibe el encargo
presidencial y la obra se realiza en el tiempo
récord de 19 meses con la colaboración y asistencia de Jorge
Campuzano y Rafael Mijares, porque se trabajó las 24 horas, sin descanso y con más de 40
asesores científicos al frente de varios equipos de especialistas.
Por
supuesto que Ramírez Vázquez no pensó que el paraguasote sería la fuente de
bautizo de todos los visitantes de este recinto que reúne la mayor colección de
arte prehispánico de todo el país, aunque decenas de niños y jóvenes se empeñen
en demostrar lo contrario lanzándose a sus aguas como si se arrojaran de La
Quebrada. En realidad, buscó que esta pieza, la primera en erigirse durante la
construcción, creara dos ambientes con un elemento permanente, el agua, y dos
estímulos opuestos: luz y sombra. El patio central del museo tiene un lado con
sombra, gracias al paraguas, y otro está abierto al cielo, donde refulge el sol
que se refracta en un estanque con lirios que evoca el origen lacustre de la
civilización azteca. El agua que cae, el agua que es espejo, vincula ambos
espacios y crea diferentes sensaciones, de reposo, al visitante.
Es el núcleo de otro palacio más en la Ciudad de los Palacios y,
hoy en día, de los rascacielos. Cuenta con una armonía de acero y luz, vidrio y
mármol, cedro y tezontle, unido todo con esa piedra líquida llamada cemento. El
trazo del recinto es un rectángulo en unos terrenos que pertenecían a la
Secretaría de Comunicaciones y Transportes. La plaza exterior se conecta con un vestíbulo, con la misma dimensión, cubierto y limitado
en sus cuatro costados, donde se recibe y se distribuye a los visitantes con
una plataforma que evoca la pirámide circular de Cuiculco.
El
patio central del museo evoca las grandes plazas de las ciudades prehispánicas
y está inspirado en el Cuadrángulo de las Monjas de Uxmal porque comunica
varios edificios con el exterior mediante aberturas francas en los ángulos.
Otra solución arquitectónica maya es la celosía realizada por Manuel Felguérez,
la cual recubre los ventanales, y que recuerda la forma geométrica de la
serpiente de luz que desciende del cielo en Chichén Itzá.
El
museo tiene tres niveles. Uno es invisible para el público y es donde están las
bodegas que albergan las miles de piezas del acervo y que los arqueólogos que
trabajan ahí llaman, sin humor, “El inframundo”. Arriba de ellos está el
segundo nivel, el más visitado, porque reúne todas las salas arqueológicas del
pasado prehispánico que se pueden visitar en forma consecutiva o independiente.
Y en el tercer nivel está el presente indígena con la mayor exposición de
etnografía del país en concordancia con las más importantes áreas
geográficas-culturales del ayer nacional.
Hace
medio siglo, cuando se inauguró este recinto, el escritor Jaime Torres Bodet
dijo que frente a la Coatlicue los mexicanos nos inclinamos en doloroso arrobo
porque, ante su falda de serpientes, sabemos que “la muerte está en la
existencia cual semilla en el fruto”, pero este museo busca mostrar que
existencia y muerte se compenetran, para los individuos y las naciones, en
torrentes de eternidad. Como todos los torrentes de eternidad que fluyen en sus
espacios entre piezas sagradas y obras de inquietante belleza que siguen
sumándose a tantas más.
Línea de tiempo. Cuando
los dioses no se ocultan
1790.
Coatlicue, la madre del dios guerrero Huitzilopochtli, y la Piedra del Sol o
Calendario Azteca otean otra vez el valle de México desde el Zócalo cuando unos
trabajadores los desentierran en agosto.
1825. El Museo
Nacional Mexicano es creado por decreto del presidente Guadalupe Victoria y
entre sus piezas estelares están la Coatlicue y el Calendario Azteca.
1865. El emperador Maximiliano de Habsburgo designa que el recinto de la calle de Moneda número
13 sea la nueva sede del museo. El acervo no deja de ser un universo en
expansión.
1963. En
febrero, en alianza con 42 ingenieros y 52 arquitectos, Pedro Ramírez Vázquez
comienza la construcción del Museo Nacional de Antropología. El 16 de abril,
desde Coatlinchan, Estado de México, se traslada el Tláloc, con sus 168
toneladas de peso. 23 000 personas lo esperaban en el Zócalo bajo una inusual
tormenta. El 17 de septiembre, como había sido acordado, el presidente Adolfo
López Mateos inaugura el recinto.
1985. El
hurto de 140 piezas del museo es llamado “El robo del siglo”, y el director del
INAH, Enrique Florescano Mayet, lo considera "el más grande despojo que se
haya hecho al patrimonio arqueológico mexicano”.
1989. Se
recuperó el 90 % de los objetos robados, pero se ignora el paradero de diez
piezas.
1999. Remodelación
de todas las salas del museo para incorporar nuevos hallazgos arqueológicos y
nuevas tecnologías en los guiones museográficos.
2005. Una réplica del juego
prehispánico de pelota se inaugura en la Sala Tolteca.
2010. Se presenta la exposición Rostros
de la Divinidad, con ajuares funerarios encontrados en tumbas del periodo
clásico de la cultura maya (200-900 d.C.).
Los distintos tiempos
mexicanos
A
través de 24 salas de exhibición, de las cuales 23
son permanentes y una destinada a exposiciones temporales, se narra la historia
de México, desde su más remoto pasado hasta su presente. Un auditorio y una
biblioteca con 250 000 volúmenes completan el afán de divulgación de cómo y
cuáles han sido las distintas culturas que han conformado al país.
1. El auditorio
tiene una capacidad de 350 espectadores y lo engalana un gran mural de Rufino
Tamayo que representa las cualidades positivas de Quetzalcóatl, la Serpiente
Emplumada, frente a Tezcatlipoca, dios de la oscuridad.
2. La sala
de exhibición temporal tiene 1500 metros cuadrados y en ella se ha mostrado con
gran éxito de asistencia exposiciones sobre los etruscos, los griegos y el arte
budista del sur de la India.
3. Las
diversas salas pueden visitarse en un circuito continuo o de manera aislada. En
todas se detalla el ámbito geográfico, el hombre físico y su interacción con su
medio ambiente, elementos de su cultura, la vida comunitaria y el mundo mágico
y religioso.
4. En la
Sala del Poblamiento de América destaca la reproducción de la cueva del ratón
en un gran bloque de 10 metros por 10 metros que pende del techo. Se trata de
una pintura prehistórica con más de 200 figuras
pintadas; en este panel hay unas 80.
5. Cuando
aún era de noche, cuando aún no había el día, cuando aún no había luz, se
reunieron. Se convocaron los dioses, allá en Teotihuacán, apunta el Códice
Matritense a la entrada de una sala donde destaca una reproducción del Templo
de la Serpiente Emplumada y una maqueta externa de Teotihuacan, elaborada a
escala 1:100, con una cortina de nopales y magueyes.
6. La
selección de los poemas prehispánicos y las referencias de crónicas de
conquistadores o evangelizadores españoles corrió a cargo del escritor Salvador
Novo. Él eligió para la sala de los Atlantes de Tula y la reproducción de
pinturas de Cacaxtla el siguiente verso: “Estos toltecas eran ciertamente
sabios. Solían dialogar con su propio corazón”, que forma parte de los
“Cantares mexicanos”.
7. La sala mexica está en la parte central del
museo y abre con los versos de los “Cantares mexicanos”, que sostienen: “En
tanto que permanezca el mundo no acabará la fama y la gloria de
México-Tenochtitlán”.
8. La
estrella central de la sala es el Calendario Azteca y la Coatlicue con sus 2.57
metros de alto. Están distribuidos en forma de cruz para evocar los cuatro puntos
cardinales.
9. Las más
notables piezas aztecas son las esculturas sobre piedra. Se trata de un arte
extraordinario de un pueblo que sabía proyectar en ellas la compleja variedad
de ideas, creencias y mitos que conforman el mundo que permitió el alto desarrollo
de su civilización.
10. Un gran
mural de Luis Covarrubias muestra la ciudad lacustre encima de una maqueta que
detalla el centro ceremonial de la capital imperial donde también destaca una
canoa, cuyas maderas han resistido las mareas del tiempo.
11. Tras el
hallazgo del Templo Mayor en 1978 se han añadido algunas de las ofrendas
halladas ahí. Destacan una donde hay un pez sierra y un cráneo con un cuchillo
incrustado junto con otra donde hay
cráneos con deformación craneana.
12. La
réplica del penacho de Moctezuma es tan celebrada como la reproducción del
mercado de Tlatelolco con sus 200 figuras y que mide 3.55 metros de profundidad
y 9.10 de ancho.
13. La máscara del dios murciélago, los códices Selden, Nutall y
Colombino, joyería en oro, plata y cobre, y la recreación de la Tumba 104 de
Monte Albán, engalanan la sala de Culturas de Oaxaca.
14. 16 figurillas de olmecas talladas en jadeíta y serpentina junto
con colosales cabezas humanas con rasgos negroides destacan en la sala de
Culturas de la Costa del Golfo.
15. De ninguna otra civilización precolombina como la maya se
conocen tantos y tan bien conservados ejemplos de arquitectura. Por eso, con
piedra traída de la península de Yucatán, se realizaron réplicas de algunos
templos. Destaca la reproducción fiel de las pinturas de Bonampak.
16. A la reproducción del mascarón zoomorfo de Hochob, Campeche, se
suma la de la Tumba de Pakal y la Reina Roja en Palenque, grandes hallazgos
arqueológicos.
17. La estela Calakmul, con la fecha maya 9.14.19.17.0, con sus más
de dos metros de altura junto con el marcador de juego de pelota de Chinkultic
completan las joyas de la sala.
18. Réplicas de Casas Grandes, Chihuahua, la Cueva de la Candelaria
y de las pinturas rupestres de Baja California Sur con chamanes y venados
pintadas con rojo y negro engalanan la sala de Culturas del Norte, que vivían
como flechadores en un entorno inhóspito.
19. Con sus propias manos, los pueblos indígenas que viven en México
en la actualidad hicieron reproducciones exactas de sus habitaciones,
utensilios y demás elementos de su vida diaria para ocupar todo el segundo
nivel del museo.
20. Obra de Jorge
González Camarena, Luis Covarrubias, Raúl Anguiano, Leonora Carrington, Mathias Goeritz, entre otros, comparte muros y engalana varias
de las salas de todo el museo.
Datos numéricos
sorprendentes o curiosos
Cada
año lo visitan 2 000 000 de personas.
El museo cuenta con 44 000 metros cuadrados bajo techo,
distribuidos en 24 salas y 35 700 metros cuadrados de áreas descubiertas que
incluyen el patio central, la plaza de acceso y algunos patios hundidos a su
alrededor.
El área total del museo es de 79 700 metros cuadrados (casi 8
hectáreas).
La obra se realizó en el tiempo récord de 19 meses.
Se utilizó un presupuesto de 170 000 000 de pesos, lo que
representa un costo de 3 777 pesos por metro cuadrado de los 45 000 de construcción.
70
expediciones etnográficas recorrieron el país de extremo a extremo para reunir
el acervo y recopilar piezas.
Se
tomaron más de 15 000 fotografías en blanco y negro de miles de objetos de uso
doméstico y ceremonial que ingresaron al museo.
De
frases célebres
“El
Museo de Antropología es uno de los mejores museos del planeta porque está muy
bien pensando y porque tiene una museografía excelente”.
Arquéologa
Guadalupe Espinosa
“Quisiera
que [el Museo de Antropología] fuera tan atractivo, que la gente pregunte a
algún pariente o amigo: “¿ya fuiste al museo?”. Quisiera que los mexicanos al
salir de él se sientan orgullosos de serlo”.
Adolfo
López Mateos, presidente de México (1958-1964)
Fuente:
El Museo Nacional de Antropología (Panorama Editorial, 1968), Pedro
Ramírez Vázquez et.al.
Museo
Nacional de Antropología. Gestación, proyecto y construcción.
El robo del siglo
Los
ladrones eran dos y entraron al museo por una escalera del sótano y de ahí se introdujeron
por los ductos del aire acondicionado hasta las salas maya, mexica y la de
Oaxaca para robar 140 piezas la noche del 24 de diciembre de 1985.
La
mayoría de las piezas provenían del Cenote Sagrado de Chichen Itzá, aunque
también fueron sustraídas una vasija mexica de obsidiana, la máscara zapoteca
del dios murciélago y la máscara mortuoria de Pakal procedente de Palenque.
Ocho
policías, más un subinspector y un bombero tenían que cuidar el acervo, pero
esa noche, por ser Nochebuena, no realizaron sus rondines y se pusieron a
brindar hasta que el 25 los despertó con la cruda noticia de que habían robado
el museo que resguardaban.
Hasta
1989 se recuperó parte del botín cuando un narcotraficante, cuyo nombre nunca
fue divulgado, confesó haber participado en el robo. El detenido en Ciudad
Juárez delató a su cómplice, que tenía más objetos en la casa de su novia, pero
ese ladrón se dio a la fuga y hasta ahora no ha sido detenido. Se recuperaron
130 piezas, pero se piensa que las faltantes jamás se recuperarán porque,
afirma la investigación oficial, fueron intercambiadas por droga y “porque
parece mentira, la verdad nunca se sabe”, como alguna vez escribió el novelista
Daniel Sada.
Entre renacentistas
La rosa
de los vientos del talento jamás dejó de girar. Mientras 70 expediciones de
arqueólogos y etnógrafos recorrían el país de extremo a extremo para reunir
miles de objetos, grabaciones de música, notas y fotografías que conforman un
archivo científico invaluable, los mayores artistas de México participaron en
la creación de este museo.
Así,
entre el ir y venir de alabañiles, ingenieros, carpinteros, electricistas y
arqueólogos, muchos arquéologos, Raúl Anguiano, Jorge González Camarena, José
Chávez Morado, el Dr. Atl, Nicolás Moreno, Alfredo Zalce, Pablo O’Higgins,
Mathias Goeritz, Carlos Mérida, Leonora Carrington, Rufino Tamayo, Luis
Covarrubias, Manuel Felguérez, Arturo García Bustos, Arturo Estrada, Iker
Larrauri, Valeta Swann, Adolfo Mexiac, Regina Raull, Fanny Rabel, Arturo Trejo
y Nadine Prado, trabajaban hombro con hombro.
Tamayo
y todos los pintores compartían todo, ideas, talentos, impresiones, con los
técnicos, los trabajadores, los albañiles, los escultores, los que montaban
maquetas, los carpinteros, los jóvenes que asistían a los cursos para
establecer el primer sistema interno de guías del país, los vigilantes, los
policías bancarios que laboraron en 1964, escribió el arquitecto Pedro Ramírez
Vázquez.
“Todo
transcurría en una armonía tal, que permitió crear un ambiente extraordinario
de responsabilidad común. Al salir de una de las visitas, después de saludar a
Tamayo, a O´Higgins, a Leopoldo Méndez, después de ver la obra y la vida que la
animaba (entre 4 000 y 5 000 personas trabajando), Jaime Torres Bodet le
comentó al licenciado López Mateos: ‘Es como una obra del renacimiento’”.
Y ese
arte renacentista está por doquier. Desde la arquitectura hasta los versos
prehispánicos que seleccionó Salvador Novo y que fueron esculpidos en las
paredes de mármol, como aquel que se llama “Huehuetlatolli”:
Comenzaban
a enseñarles:
Cómo
han de vivir
cómo
han de respetar a las personas.
Cómo se
han de entregar a
lo
conveniente y recto.
Han de
evitar lo malo.
Huyendo
con fuerza de la maldad.
La
perversión y la avidez.
El arte
se despliega en el mural de Iker Larrauri en la Sala de los Orígenes, donde se
muestra una tribu prehistórica, cubierta de pieles, llegando al centro del país con sierras nevadas y
lagos donde pastan mamíferos que cazarán. También de su autoría es ese cuadro
de grandes dimensiones donde se pintó a escala real la fauna prehistórica que
había en el v alle de México.
Por
primera vez en la historia de la museografía mexicana los habitantes de cada
región reprodujo con exactitud su hábitat dentro del museo. Así, el jefe huichol
que lleva un portafolio de cuero y luce un reloj de oro discute los detalles
finales con los museógrafos para terminar de edificar una casa donde las
mujeres hicieron la loza y los niños elaboraron sus animales de juguete. Todos
trajeron consigo su ropa, sus instrumentos de labranza y su magia. Hasta
entones ningún otro museo en el mundo había recurrido a los representantes de
las distintas culturas para que ayudaran directamente a los museógrafos
responsables.
El
patio del museo se llenó e materiales de todas las regiones del país, la
chinamita, el tule de caña, la blanca piedra de Yucatán, y en los jardines
fueron instalados los talleres donde los escultores realizaron la réplica del
mercado de Tlatelolco, con sus 9.10 metros de largo y 3.55 de profundidad.
A ese
diorama lo integran más de 200 figuras, todas diferentes, todas especiales. El
atuendo, las posturas y otros elementos fueron cuidadosamente cotejados por
Antonio Caso e Ignacio Marquina con la documentación de los códices. Nada es
ficticio y cada pieza es un verdadero documento de vestuario y mercaderías. El
modelado de las piezas fue realizado por la escultura Carmen Antúnez bajo la
dirección del maestro Antonio Caso.
El
escultor zacatecano Manuel Felguérez realizó otra de las piezas emblemáticas
del museo: la celosía que cubre los ventanales de la parte alta y que permite a
los visitantes sentirse dentro del museo sin ser vistos desde el vestíbulo.
Se
trata de un eco histórico, un guiño artístico a la historia nacional, porque la
celosía se remonta a los antiguos conventos de monjas, donde las internas
debían oír misa sin ser vistas. Se trata de una solución probada para un mismo
problema: ver sin ser visto.
Por eso
Felguérez optó por realizar un elemento vertical que geométricamente partía del
movimiento de una serpiente (presencia prehispánica) que permitía abrir o
cerrar la vista hacia el patio. Se estudió con detalle que sus apoyos siempre
coincidieran con la unión de las placas de mármol o con el centro de ellos,
solución de técnica constructiva y arquitectónica, no decorativa.
Además
de realizar el escudo nacional que corona la entrada principal, José Chávez
Morado realizó junto con su hermano un columna de bronce que se forjó en la
Fundición Artística de Pablo Portilla. Sin duda es una obra maestra porque la
composición escultórica se orientó con respecto a los tres elementos clásicos
de una columna: base, fuste y capitel, conservando como ejes básicos los cuatro
puntos cardinales, lo cual resultó una excelente interpretación escultórica de
los textos de Jaime Torres Bodet, lo detalló el vida el arquitecto Pedro
Ramírez Vázquez y el mismo creador guanajuatense:
“Vista
al este. Integración de México. Precisamente, por la costa oriental de México
llegaron las naves españolas de la conquista. En la base se presenta al pasado
prehispánico de México por medio del águila y del jaguar, que son símbolos del
día y de la noche. Entre ellos aparece la espada de la conquista y el sol
naciente. En el fuste, la espada penetra en las raíces de una ceiba, símbolo
maya de la fundación de los pueblos, que se abre en su parte superior con dos
rostros, uno indio y otro español, los cuales constituyen la base principal de
nuestro mestizaje. Sobre este símbolo y correspondiendo el capitel se apoya el
águila, emblema nacional del México de hoy.
”Vista
al oeste. Proyección de México. Esta proyección hacia el mundo se inicia desde
nuestras costas occidentales, con la expedición a las islas Filipinas. Sobre
los símbolos prehispánicos de la base; y partiendo de la acostumbrada
representación del agua de los códices, se ve un sol poniente, símbolo del
rumbo hacia donde se inició la proyección de México, con la expedición a
Filipinas. En el fuste, la ceiba está cruzada por una vigueta de acero y una
rosa de los vientos, representación de la firmeza y amplitud de esa proyección.
Sobre la misma ceiba, que se abre con un símbolo de la fisión nuclear, se apoya
como capitel un hombre con los brazos extendidos y las entrañas descubiertas,
enmarcado por dos ramas de olivo y una paloma para significar que se entrega
totalmente a la paz.
“Vista
al norte y al sur. Lucha del pueblo mexicano por su libertad. En los lados
norte y sur se ven tres armas que hieren el cuerpo de la columna –México– y que
corresponden a nuestras tres etapas formativas: Independencia, Reforma y
Revolución Agraria. El capitel está coronado por formas prehispánicas que
simbolizan el cielo. La composición basada en los cuatro puntos cardinales se
liga con las viguetas de acero que en forma radial sostienen la cubierta
monumental y contribuyen a dar la
impresión final de la universalidad de la cultura mexicana”.
En
el archivo histórico del museo hay imágenes donde se puede ver a todos estos
creadores pincel en mano y ropa de faena, o bien, como ocurre con Tamayo o
Chávez Morado o Goeritz portando elegantes trajes. Imaginarlos allí,
trabajando, creando, es una novela, una escena similar a la película En este
pueblo no hay ladrones. Es un momento renacentista de México donde, para
embellecer más el cuadro en movimiento, ninguno de los artistas cobró un solo
peso por su participación y su obra sigue allí: hechizándonos. ♦Por Arturo Mendoza Mociño