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Litografía de la Plaza del Rey en el libro Historia de Xalapa |
Desde las
primera rutas comerciales trazadas entre la Villa de la Vera Cruz hasta la
capital del virreinato, Xalapa se convirtió en el principal cruce de caminos de
todas las mercaderías la Nueva España que dieron lugar a sus célebres ferias.
Eduardo Sánchez Rodríguez evoca la legendaria Plaza del Rey, punto de reunión
de los comerciantes, donde hasta el día de hoy se ubica el Mercado Jáuregui,
inaugurado en 1879.
Desde la primera fundación de la Villa de la Vera
Cruz por Hernán Cortés en 1519, el islote de San Juan de Ulúa fue el punto
estratégico para la carga y descarga de todo tipo de mercancías –incluidos
africanos esclavizados; de acuerdo con el colombiano Erick Werner Cantor: “… se
prefirió la utilización del término esclavizado en lugar de esclavo, para
significar que la esclavitud no fue una condición natural de los negros, sino
que fue el resultado de una relación de poder en la cual estas gentes se vieron
sometidas a la esclavitud”. Durante casi tres siglos tales mercancías fueron
transportadas por las flotas imperiales entre Veracruz y el puerto de Cádiz,
pasando primero por La Habana y otros puertos del Caribe español, como
Portobello y Cartagena. Sucedió así gracias a la protección que contra los
vientos y los piratas proporcionaban el islote y sus arrecifes para el fondeo
de las naves. Quien deseara entrar al puerto necesitaba la ayuda del “práctico”
del puerto para arribar con buenaventura al Muro de las Argollas, amarrar la nave
y comenzar el tortuoso proceso de llevar los bienes a la playa desde donde se
distribuiría a todos los puntos del enorme Virreinato de La Nueva España (que
en ese entonces abarcaba desde los actuales estados de California, Arizona,
Nuevo Mexico y Texas, en los Estados Unidos de América, hasta la actual
república de Panamá, donde termina Centroamérica).
Si bien la Villa Rica de la Vera Cruz anduvo errante, primero en
Quiahuixtlán (1519-1525) y después en La Antigua (1625-1600), el manejo de
mercancías continuó realizándose en San Juan de Ulúa. Finalmente, en 1599, el
rey Felipe II dio la orden de su traslado definitivo al sitio original donde
Cortés la fundó ochenta años antes, denominado “Las Ventas de Buitrón”,
apellido de un terco mesonero que se mantuvo allí en la última parte del
periplo de la villa.
Con los bienes ya en la playa, se organizaban enormes recuas que los
llevarían a su destino siendo, por supuesto, la ciudad de México, la magnífica
Ciudad de los Palacios, el más importante. Resultó prioritario buscar el
mejor camino para el altiplano. Como narra el historiador Abel Juárez: “En
realidad, desde el siglo XVI, hubo dos rutas para subir de Veracruz a la ciudad
de México. Una era la de Xalapa y la otra pasaba por las villas de Orizaba,
Córdoba y Tehuacán hasta Puebla, donde convergían ambos caminos; esta ruta
tenía 40 kilómetros menos que la primera, pero su terreno era más difícil”.
En otro capítulo de esa misma
historia, en 1313, los xicalangas, olmecas, teochichimecas y totonacas poblaron
el área en torno a tres manantiales nombrados Xallapan, Xallitic y Techacapan.
La nueva población se situó en la zona de transición entre la Sierra Madre
Oriental y la planicie costera del Golfo, y fue conquistada por los aztecas en
1467. El 15 de agosto de 1519 sus pobladores recibieron y dieron hospedaje a
Hernán Cortés y su ejército. Consumada la conquista y con los indígenas locales
sometidos, Cortés nombró patrona del lugar a Santa María de la Concepción,
bautizando con nombres hispánicos a los barrios indígenas: a Xallitic lo llamó
El Calvario, a Techacapan San José de la Laguna, a Tecuanapan San Francisco, y
al de Tlalmecapan, Santiago. Los españoles advirtieron la necesidad de reunir a
los barrios primigenios en torno a un edificio monumental, y eligieron una loma
en medio de los caseríos que ocupaban los barrios indígenas de Xallitic,
Tecuanapan, Techacapan y Tlalmecapan (los investigadores dicen que este último
era sólo un lugar de sembradíos) para construir el primer convento-fortaleza de
San Francisco, terminado en 1556.
Quince años después, la
edificación logró reunir los dispersos caseríos; y como el acceso más rápido lo
poseía el de Xallitic, hizo que los españoles tomaran el nombre del manantial
Xallapan (manantial de arena) para nombrar la población. La parroquia de
Nuestra Señora de la Natividad (1531-1534) fue el núcleo de las primeras
edificaciones coloniales que formarían la “ciudad antigua” o el “casco viejo”
de la Xalapa actual. Por su clima y su privilegiada posición en el Camino Real
a México, Xalapa no fue encomendada a ningún conquistador y se le reservó para
tributar directamente a la Corona. Durante los siglos XVI y XVII, Xalapa se
consolidó como un poblado de españoles, mestizos e indígenas. Por estar ubicada
entre sierra templada y tierra caliente, la zona recibió una atención especial
en la Colonia, debido a las explotaciones agrícolas azucareras que rodeaban al
entonces pueblo, sede de la Jurisdicción Real. La provincia de Xalapa tenía
como agregada a la de Jalacingo y, en el siglo XVII, abarcó hasta Tlaxcala.
Los nuevos señores fueron
construyendo los edificios básicos necesarios para el funcionamiento del nuevo
poblado: la sede de gobierno, el parque central a un lado de la Parroquia, y
una serie de plazas y parques; destacando entre ellas la Plaza del Rey. Estaba
ubicada al borde de la barranca de Xallitic, y recibía el cotidiano jolgorio de
los comerciantes provenientes de los poblados vecinos para vender sus
mercancías, frutas y verduras principalmente, ya que se contaba con un portal
para las carnicerías. El sitio donde se ubicó la plaza formaba parte del
antiguo barrio de Xallitic y era, desde antes de la llegada de los españoles,
un espacio abierto en el que no había ninguna construcción. Con el arribo
colonizador de los peninsulares, en la segunda década del siglo XVI, se dio
forma a una verdadera plaza, que fue consagrada al rey de España. Allí se
realizaron, en diversas épocas de la Colonia, juras de fidelidad a la realeza,
actos muy de los siglos XVII y XVIII, adornando profusamente la plaza, por lo
que también se le llamó Plaza de las Juras.
A principios del siglo XVII, la
población avecindada en Xalapa estaba optimista y con fe en el crecimiento
económico, con base en la agricultura, la ganadería, el comercio y la expansión
de la industria azucarera. Los ingenios, trapiches y estancias ganaderas de la
región incrementaron su producción gracias a los altos precios del azúcar, el
uso de la mano de obra esclavizada y la demanda de novillos y mulas para los
arrieros y carreteros. Para 1641, se levanta la Parroquia de la Inmaculada
Concepción.
En el siglo XVIII, de las ferias
de la Nueva España destacaban las de Acapulco, San Juan de los Lagos, Saltillo
y Chihuahua, pero la más importante de su tiempo era la de Xalapa; villa que desde
su primera feria, en 1720, adquirió verdaderamente una fisionomía de ciudad,
contaba con siete mil habitantes. Y el lugar apropiado para la venta de la
mercancía fue, por supuesto, la espaciosa Plaza del Rey.
Yolanda Juárez, en su maravilloso
libro Persistencias culturales afrocaribeñas en Veracruz (Editora de
Gobierno, 2006, pp. 82 y 83) narra: “La
Real orden de Felipe V en 1718, por medio de la cual se acordaba celebrar las
‘ferias’ en Xalapa, lugar propicio por su cercanía al puerto de Veracruz, por
su clima más sano y su buena comunicación, en la ruta hacia el centro del país.
Fueron trece las flotas que llegaron a Veracruz entre los años de 1718 a 1778,
con una interrupción entre 1736 y 1769 debida a las guerras; de estas, once
feriaron su cargazón en Xalapa. La movilización que suscitaba su celebración
convertía a Veracruz y Xalapa en el centro del comercio colonial; y, como
menciona Abel Juárez, en tiempo de feria, ‘todos los caminos conducían a
Xalapa’. Desde Guatemala, Oaxaca, Querétaro, San Luis Potosí, Valladolid (hoy
Morelia), Guadalajara, Guanajuato, Pachuca, Acapulco, Puebla y México, se
desplazaban los comerciantes y desde los lugares más lejanos se veía llegar a
los arrieros, quienes con sus recuas completaban el ciclo del comercio, al desplazar
los cargamentos a lomo de mula por todo el reino”.
Gran número de mestizos e indios
eran empleados para conducir los millares de mulas que en largas recuas cubrían
los caminos. Para 1791, la población de Xalapa estaba compuesta en su mayor
parte por indígenas, negros, mulatos y muy pocos españoles. El 18 de diciembre
de ese año, Xalapa recibe el título de Villa y su Escudo de Armas, conforme a
las Cédulas Reales expedidas en Madrid por Carlos IV de España. En 1808, la
Plaza del Rey cambió su nombre por el de Plaza de la Constitución, debido a que
allí se juró la Constitución española. Años más tarde, se levantó un monumento
proyectado y construido por el artista Aniceto Serrano.
La villa celebra la declaración
de independencia el 28 de septiembre de 1821. Por el Decreto Nacional 187, del
12 de diciembre de 1830, es elevada a rango de Ciudad. El 19 de abril de 1847,
Xalapa fue tomada por las tropas estadounidenses, siendo desalojada el 12 de
julio de 1848. El 7 de agosto de 1862, los franceses toman el poblado y el
archiduque Maximiliano la visita en 1865, considerándola “una ciudad tan
hermosa como ilustrada”. En 1875, el entonces obispo de Veracruz, don José
María Mora y Daza, intentó levantar en aquella plaza la iglesia catedral,
porque él juzgaba que el lugar donde ya se erguía ese templo, frente al Palacio
de Gobierno, no era adecuado para la iglesia principal de la ciudad.
Por esos tiempos, existió un
noble caballero español llamado don Martín Jáuregui que, agradecido con Xalapa
por los favores recibidos, legó el dinero suficiente para la edificación de un
centro comercial que protegiera de las inclemencias del tiempo a los vendedores
que se apostaban en la plaza al aire libre. Don Martín estableció en su
testamento la advertencia de que allí solamente se venderían frutas y verduras.
La construcción inició en 1877 y fue inaugurada en 1879, lógicamente, se
bautizó al local con el apellido de su benefactor. Es con este hecho que puede
considerarse concluida la existencia de la centenaria Plaza del Rey; importante
lugar que, inexplicablemente, no está presente en el inconsciente colectivo de
la población xalapeña contemporánea. No permitamos que esa historia sea
olvidada y contémosla una vez, y otra, las que sean necesarias.♦
Por Eduardo Sánchez Rodríguez