Marcel Sisniega ejerciendo su vocación |
Director de cine, guionista y gran maestro de ajedrez,
Marcel Sisniega (Cuernavaca, 1959-Coatepec 2013) nos ha dicho adiós. Raúl
Criollo, asistente de dirección de Sisniega en el largometraje En las arenas
negras, rememora aquí su relación de trabajo y amistosa con este artista de
refinado espíritu, quien “se fue pronto, con el imprevisto y el azar imposible
de la posición que se embiste contra el rey adversario”.
Aunque el ajedrez representa
una guerra, no incita a la violencia;
más bien refina nuestro
espíritu a través de la imaginación
y el conocimiento de nosotros mismos…
Marcel Sisniega
Conocí a Marcel cuando se disponía a filmar su largometraje En las arenas
negras. Yo estaba de vacaciones en Xalapa luego de trabajar en un par de
rodajes en la ciudad de México, esa clase de filmaciones que uno recordará muy
poco en el futuro, pero que al momento habían servido para pagar la renta. Como
decía Buñuel, se trató de “cine alimenticio”.
Me hablaron directamente de los
Estudios Churubusco, les urgía contratar a un asistente de dirección para una
película y se les agotaba el tiempo. El plan de rodaje no era simple y
entrañaba la gran dificultad de filmarse en alta montaña. Sin más, me dijeron
que era un guión de Marcel Sisniega y que sería dirigido por él mismo.
Aunque yo conocía el trabajo de Marcel,
especialmente su cinta Libre de culpas (1997), y su trabajo como
guionista en la cinta de Carlos Carrera Un embrujo (1998), de inmediato
pensé en el hombre del ajedrez.
Mi afición por el recorrido de los
escaques y su multiplicidad de definiciones fueron un gusto desde que mi padre
me enseñó a mover las piezas. Me obsequió un libro para aprender a jugar en el
que se mencionaba a dos jugadores mexicanos, el histórico Carlos Torre y el
gran maestro internacional que teníamos en el presente: Marcel Sisniega.
De padre veracruzano y madre
estadounidense, Marcel creció en Cuernavaca, Morelos, en un entorno que le
permitió acercarse a la vida cultural, al arte, al deporte y, por supuesto, al
ajedrez. Destacó muy pronto y se convirtió en el campeón nacional más joven de
la historia. Tenía 16 años.
Ganador de una gran cantidad de
competencias en México y el extranjero, fue en nueve ocasiones Campeón Nacional
Cerrado, y seis veces Campeón Nacional Abierto. Tuvo victorias de resonancia
mundial, como aquellas contra el indio Vishwanathan Anand (quien se convertiría
en un brillante campeón del mundo), Arthur Yussupov y Oleg Romanishin, además
de hacer tablas con el célebre Boris Spassky.
En una conversación reciente, me dijo
sentirse orgulloso de la buena relación que tuvo con Bobby Fischer, uno de sus
héroes, con quien pudo extender la relación del tablero y sus trebejos, hasta
la mesa larga y el vino tinto.
Nos presentaron en las oficinas de
producción de los Estudios Churubusco. Me entregó el guión y quedamos de vernos
para desayunar y trazar una ruta crítica. Nunca mejor empleado el término, pues
ya existía el permiso para rodar a las faldas de los volcanes Popocatépetl e
Iztaccíhuatl, plazo que no podía extenderse más allá de lo estipulado y por
tanto estaríamos poniendo la cámara en tres días.
No dormí, hice anotaciones, subrayé
varios diálogos, me confundí con algunas descripciones y puse unas cien
interrogantes a cosas que no entendía plenamente. Como todo lo suyo, era un
guión complejo, con momentos abigarrados, contemplativos, con significaciones
especiales en la descripción de un movimiento… Mi pleito con él duró todo el rodaje
por definir un “shooting” (la disposición de la cámara en cada escena). Pero
Marcel me pidió comprenderlo y acompañarlo en una aventura que definiría el
sentido de la cámara después de la lectura y primer ensayo en locación. Quería
sentir a los personajes y su desenvolvimiento escénico antes de siquiera pensar
desde qué perspectiva y encuadre quería verlos.
Artísticamente tenía todo el sentido;
de hecho, llegó a afirmar que era su película más personal y lograda desde la
óptica de la narrativa interna. Como asistente de dirección, debí convertirme
en un velocista capaz de tener las cosas a punto en cuanto él decía: “Me
gustaría que la cámara fuera… por acá”. Afortunadamente teníamos como director
de fotografía al estupendo Diego Arizmendi. El reparto era igualmente capaz con
Mariana Gajá, Jesús Angulo, Tomihuatzi Xelhuantzin, Lucero Trejo, Teresa Rábago
y el estupendo actor y maestro Raúl Zermeño.
El rodaje tuvo una exigencia brutal, ya
que el llamado arrancaba en promedio a las seis de la mañana, cuando estábamos
a unos cinco o seis grados bajo cero (filmamos en enero y Marcel de cualquier
manera usaba apenas un suéter y una chamarra delgada), y cuando el sol estaba
en lo alto, hacia las tres o cuatro de la tarde, todos debíamos despojarnos de
chamarras y ropa térmica para pasar al bloqueador solar, ya que los rayos
luminosos quemaban con gran intensidad. El staff era limitado, y el resto del
equipo de producción nos ocupábamos también de mover tramoya, vestuario, props…
Fue sufrido, pero sin duda una de las
experiencias de trabajo más enriquecedoras que haya tenido. Marcel y yo
teníamos un recuerdo especial de la filmación, sus anécdotas (que fueron
muchas), su problemática, y la clase de espíritu combativo del cine alternativo
para poder ser. La cinta, como la mayoría de su cine, no tuvo gran impacto en
la taquilla, pero encontró, con toda justicia, el aprecio de la crítica y los
cinéfilos.
En diciembre me encontré con Gabriel
Retes en el Festival Internacional de Cine de Acapulco; no formaba parte de los
invitados del evento, y estaba desarrollando una filmación con alumnos de un
taller cinematográfico impartido por él y Lourdes Elizarrarás. Entre sus
apuestas creativas inmediatas estaba filmar un documental apoyado por Marcel,
quien era su amigo y fue su actor en Bienvenido/Welcome (1995), con una
aparición especial. Gabriel Retes siempre defendió el cine de Marcel, sus
riesgos, su fuerza gritada desde dentro, como lo mostró muy pronto en su
cortometraje La cruda de Cornelio (1996). Seguro que Retes lo extrañará
como pocos.
Nunca fui el jugador de ajedrez que me
hubiera gustado, pero siempre recordé las instrucciones que señalaba Marcel
para ser un jugador competente. En noviembre pasado, le ofrecí hacer unas
grabaciones si él jugaba conmigo y grabábamos la partida. Sabía que no le
duraría muchos movimientos y dijo que mejor grabáramos una partida ya existente
de aquellas sobre la que él había escrito. Nos reímos y pedimos otro expresso.
Me siento todavía incapaz de asumir lo
ocurrido. Habíamos quedado de vernos para la rosca de Reyes. No pudo estar.
Tampoco podremos ahora lograr el proyecto para la película que haríamos este
2013. Se fue pronto, con el imprevisto y el azar imposible de la posición que
se embiste contra el rey adversario. Como en una partida de larga
concentración, de las que él tuvo tantas, en los escenarios más diversos del
planeta. Se fue él pero se queda su vida, es decir, sus jugadas, sus libros,
sus películas, sus hijos.
Hasta siempre, Marcel. ♦
Por Raúl Criollo