Pintura de Manuel Cunjamá |
Bestiarium Vocabulum de los artistas
chiapanecos Rafael Araujo, Manuel Cunjamá, Sandra Díaz y Sebastián Sántiz parte
de El libro de los seres imaginarios. El mundialmente conocido bestiario
borgiano, escribe Omar Gasca, sirvió de inspiración al cuarteto para la
creación de dieciséis piezas que conforman esta colectiva. Se muestra desde el
4 de septiembre en el Jardín de las Esculturas.
El libro de los seres imaginarios, originalmente publicado como Manual de
zoología fantástica, es el libro de Jorge Luis
Borges y Margarita Guerrero en el que se nos habla de más de cien
criaturas ficticias: Animales Esféricos, El Burak, El Devorador de las Sombras,
El Dragón, El Kraken, El Minotauro, El Unicornio, La Esfinge y otros más raros
como La Banshee, que según los autores “Nadie parece haberla visto; es menos
una forma que un gemido que da horror a las noches de Irlanda…” Es ni más ni
menos un bestiario, un compendio fantástico sin ilustraciones, un Bestiarium
Vocabulum del que Rafael Araujo, Manuel Cunjamá, Sandra Díaz y Sebastián
Sántiz parten para la creación de dieciséis piezas que conforman esta colectiva
que desde el 4 de septiembre se muestra en el Jardín de las Esculturas.
La idea no es nueva, como puede comprobarse a
lo largo de la historia del arte y la cultura, especialmente desde el Medievo
hasta nuestros días (saltándonos al Physiologus y las obras de
autores como Herodoto, Plinio el Viejo, Cayo Julio Solino,
Claudio Eliano, Leonardo…), porque así como se han escrito e “iluminado”
decenas y cientos de bestiarios, posteriormente muchos artistas los han
interpretado o los convirtieron en pretexto de su obra. Por supuesto, entre los
más notables El Bestiario de Aberdeen (1200) y, aunque se trata más bien
de un libro de cuentos en el que uno de ellos da título al todo, el Bestiario
de Julio Cortázar (1957), que escribió quizá preso de una neurosis
obsesivocompulsiva. Para no ir más lejos, Animalia, del notable y
cercano ensayista Rafael Toriz, con imágenes de Edgar Cano, que algo tiene de
Konrad Gesner (Gesner's Curious and Fantastic Beasts), del De Motu
Animalium (Aristóteles), del Aberdeen y otros.
La idea no es nueva pero ni es mala ni
inoportuna, excepto por los resbalones de algunas obras que carecen del todo de
oficio y de sentido y que para cualquier efecto o asunto estarían en radical
desventaja. El antojo es claro: crear la expresión visual sugerida por lo
escrito, que de suyo no es fácil cuando quien con la palabra evoca imágenes tan
potentes como las de Borges o las que Borges y Guerrero citan. De lado,
interpretar o referir a un bestiario reclama alguna figuración, cierta
literalidad, versiones como las de un intérprete musical que con su manera
matiza, acentúa, da valores, pero sin perturbar la obra. Cualquier separación
de la figura debe ser inteligentemente sutil o resueltamente atrevida, si la
idea es referir a un bestiario o hacer uno de ellos. Más, reiteramos, cuando la
palabra es precisa y dice con sorpresa lo misterioso, lo curioso, lo nefasto,
lo asombroso de un ser, apelando a la imaginación pero sin definir la imagen
visual. Es como con el cine cuando no alcanza a responder a las bondades de una
obra literaria en la cual se fundamenta.
La estética tampoco es nueva, si bien hay
varias obras con facturas interesantes, propias diríamos de quien
vive lejos de las tendencias actuales pero
que se asoma a ellas tanto con intención como con recato. Aun así, los trabajos
de Araujo, Cunjamá, Díaz y Sántiz, todos ellos chiapanecos o por lo menos residentes
en Tuxtla Gutiérrez, con esta exposición indirectamente revelan, como con
otras, que cualquier pretexto es bueno si de lo que se trata es de comunicar
algo y que, ciertamente, en la literatura hay fuentes y muchas que vale la pena
aprovechar.
Por cierto, ¿cuándo tomaremos aquí un texto de
Sergio Galindo, quizá su inconclusa novela Las esquinas oscuras, para
hacer un ejercicio como el que se presenta hoy en el espacio del Ivec? Nadie es
profeta en su tierra, es cierto, pero con personajes como Galindo o Cuesta,
para mencionar otro, se nos ha pasado la mano. Canto a un dios mineral
como tema? Pero sí, efectivamente, fue un francés, por cierto amigo y
fallecido, Louis Panabière, quien escribió Itinerario de una disidencia,
Jorge Cuesta (1903-1942), si bien también es cierto, está
la obra dedicada a él por Miguel Capistrán y Luis Mario Schneider, poco
conocida y menos consultada.♦Por Omar Gasca: Artista fundamentalmente es también un espíritu curioso que ha fundado una universidad cuyo fundamento es el trivium medieval.