Inaugurada a fines de enero en la Galería Universitaria
Ramón Alva de la Canal, Agua de Alma Vargas está conformada por ocho
piezas de materiales diversos que evocan el el presente y el futuro del vital
líquido unido al destino humano. Omar Gasca escribe: “Las obras siguen una
tendencia que ya es propia de la autora y que consiste en perpetrar una difícil
búsqueda de lo insólito y en matizar o resignificar objetos encontrados”.
Prueba de sus buenos oficios, puestos al servicio de conceptos
que evaden la rutina, la gratuidad tan común, las modas de lo banal y la
chiripa, Alma Vargas pasa por la talla en mármol, la instalación, el video y
algo más para hablarnos con el agua y desde ella en sus tres estados de ese
grave hecho que lastima los entornos naturales del presente y el devenir, que perturba la supervivencia
de las especies y que atraviesa la apatía, la negligencia y la ignorancia tanto
como la ausencia de políticas y sanciones que impidan su despilfarro; es decir,
de la indolencia, que tan bien refiere la insensibilidad, la falta de
afectación o de conmoción acerca de quien carece ya del indispensable líquido y
de los que en el futuro peligrosamente dependerán de él.
Pero lo ético y lo estético de esta maniobra no
incluyen aleccionamientos, panfletos ni complementos textuales de algún orden
veladamente sentencioso –y menos a modo de manifiestos fallidos– y, a cambio,
lo líquido, sólido y gaseoso o vaporoso se nos presenta como relaciones
lúdicas, de formas y materiales insinuantes, a veces de metáforas, que de
alguna manera celebran la naturaleza y virtudes de esta sustancia (que otros
prefieren llamar elemento) cuya formidable categoría, tan de todos los días,
pasa frecuentemente inadvertida.
Las obras –pocas para una exposición individual y
muchas si la intención fuera reducir a lo esencial– siguen una tendencia que ya
es propia de la autora y que consiste en perpetrar una difícil búsqueda de lo
insólito y en matizar o resignificar objetos encontrados, en hacer tropos o
giros retóricos a partir del material y en servirse de sus habilidades para las
hechuras finas, todo ello a propósito de comunicar posturas, reflexiones, ideas
en torno a lo que para ella se asocia con la noción de artista en cuanto ser
capaz de aportar, de introducir una visión peculiar acerca de lo que nos atañe
como individuos sociales.
Focos, fibras para lavar los trastes y fondos de
botella de tereftalato de polietileno (mejor conocido como PET) son algunas de
las materias primas que de lado emparientan a las obras con el arte povera,
que conocemos así desde 1967 con Jujol, Merz y Beuys, entre otros, y que se
distingue por el empleo de materiales considerados pobres y de muy fácil
obtención.
Lo otro es aprovechar las constantes, pues se trata
de productos anteriores –alguno remasterizado– y recientes en los que el agua
es protagonista o pretexto o contexto, con la oportunidad de darse todos ni más
ni menos que en esta húmeda y humeada (algo hay que hacer con los escapes) y
llena de coches y atorada Ciudad de las Flores (¿dónde están?) y en época de
frentes fríos o nortes ocasionales o inexorables o lo que sea que cale, eso sin
agregar los imprevistos tautológicos, recursivos y pleonásmicos.
El tema y las intenciones no son nuevos. Pero
aunque la obra de Vargas roza, borda y a veces gravita entre las formas y
postulados del Enviromental Art y el Eco-Art, sus inquietudes
provienen de lecturas propias y conscientes de la realidad, y sus modos de
hacer de un conjunto de estrategias que podrían llamarse alquímicas por cómo
transforma o inviste los materiales de una suerte de personalidad sugerente, a
veces, sí, con involuntarios rasgos y rezagos de esa cierta obviedad crítica
que con tanta facilidad podemos atribuir a varios artistas que nos decían en
los cincuenta y sesenta de dos a tres veces lo mismo, bastante a la manera de
“las chicas de la página tres”, es decir las de la Page
Three del tabloide inglés The Sun, que luego parecería replicado en el defeño Ovaciones de la tarde:
fotografía en bikini de modelo femenina, en la playa y con pelota,
con pie de foto que rezaba: “muchacha con bikini, en la playa, con pelota”;
algo no muy distante de lo que hacen Deborah Thomas y su EcoArtLA, ese círculo
de artistas agrupados en torno a la crisis ambiental, reunidos cándidamente
para decirnos menos, mucho menos y sobre todo menos dramáticamente lo que todos
los días nos dicen las noticias: estamos destruyendo la naturaleza.
Con los mismos temas y a veces en los mismos
espacios nos encontramos con muchos despropósitos (valga el eufemismo para
“chupar con los labios y la lengua la leche de los pechos”), porque con qué
facilidad hoy decimos por todos lados lo que ya sabemos todos, y además mal,
sin sabor, sin técnica, sin retórica ni nada y con nada. Por eso vale la pena
acercarse a la obra de Alma Vargas que, de entrada, desde el 22 de enero ofrece
en la Alva de la Canal algo que un buen número de artistas ha olvidado: hablar
de una preocupación.♦
Por Omar Gasca