The Wolf of Wall Street |
En el presente artículo Luis Bugarini nos habla sobre el logro de Scorsese con El
lobo de Wall Street, una sátira cargada de humor negro que retrata la debacle
financiera de la economía estadounidense.
La geografía de Martin Scorsese es
la gran manzana. Es el centro del enigma. Ahí transcurren las formas huidizas
de la modernidad, y el sesgo estrambótico de una pasión que se distribuye al
resto del globo. Todos somos Nueva York. Es una sensibilidad urbanística y
sensorial que puede rastrearse desde Mean streets (1973) ‒una de las
grandes películas del cine moderno‒, y que avanza a paso firme hasta llegar a Los
infiltrados (2006). Pero en Scorsese todo es un salto al vacío.
Así lo confirma El lobo de Wall Street
(2013), una sátira cargada de humor negro que retrata la debacle financiera de
la economía estadounidense al verse burlada desde emisiones bursátiles
respaldadas por activos sobrevaluados, esto es, vender caramelos por diamantes.
Lo sé: otro tejido de palabrerías especializadas lejos del consumidor que
asiste al cine a presenciar una escena romana de la era posmoderna. Pero esto
fue un hecho real. Entender la trama de la película es integrarse a las formas
cáusticas del hecho histórico.
La denominada “desregulación” en el
ámbito de la inversión especulativa ocasionó que los expertos de sistema
financiero se aprovecharan de nichos específicos para burlarse de las entidades
reguladoras y, una vez ahí, actuar desde segmentos de negocios que parecían de ensueño.
Paraísos con rendimientos fuera de serie. El director Scorsese hace por
entender el andamiaje financiero, y nos entrega una película con ribetes de
clásica desde su exhibición. No es fácil decir esto, pero es lo más parecido a
la verdad.
Quien tuvo desconfianza de las
dotes histriónicas de DiCaprio puede retractarse. Es buen momento. Ha ganado
técnica de actuación, lo mismo que entrega a los papeles extremosos. Será la
experiencia y los papeles centrales que ha tenido. Porque en esta película Scorsese
paga tributo a su admiración del Fellini de Roma, en su profusión y
excesos, y se esmera en lograr esa película que haga voltear la vista al
cinéfilo de hueso más colorado. Aquí sobra la testosterona y las exhibiciones
del binomio dinero-exceso. En la pantalla no hay límites.
Jordan Belford (1962) es la vida
real que se retrata en la pantalla. Un visionario con altísimas dotes de líder,
que no limitó esfuerzos en entregarse a cumplir el sueño de verse millonario.
Lejos de lo anecdótico, Scorsese acierta y manufactura un producto fílmico que
reta a la moralidad convencional y se instala en la frontera del gusto
exquisito y a la par desencantado. Estamos ante la película que será
incomprendida, pero que suscita el entusiasmo y hasta la devoción religiosa. El
cine se escapa del entretenimiento.
Es difícil lograr una película que
pueda retratar el laberinto de los mecanismos financieros de Wall Street y que
no duerma al espectador. Lo intentó Oliver Stone sin éxito en Wall Street
(1987) y su secuela Wall Street (2010). Las explicaciones y detalles son
tan extensos que esta metafísica no reconocida de las relaciones económicas
concluye por apabullar y se resume en una larga interrogante. Películas que
terminan sin concluir. El lobo de Wall Street es una película que reta
al espectador y lo pone a prueba con hechos reales. Un instante de la
producción anual de Hollywood que merece una mirada atenta.♦
El lobo de Wall
Street, de Martin Scorsese. Actuaciones de Margot Robbie, Leonardo DiCaprio, Jonah Hill, Matthew McConaughey
y Jean Dujardin. Estados Unidos, 2013. Duración: 180 minutos.
Por Luis Bugarini