Manuel Ahumada |
Estimado
boss del Performance:
Después de los buenos deseos que todo mundo prodiga al principio del año,
poco a poco el desarrollo de esta vida caótica me ubica en la realidad. Es más,
creo que más rápido de lo que esperaba. Me sincero. Me siento como un boxeador
en el round 12 al que lo tunden sin piedad contra las cuerdas. Lo malo que,
entre golpe y golpe, ya no está Sulaimán para que arregle la pelea.
Sólo reviso recibos y recibos y todos están con singulares aumentos que
dibujan una sonrisa a Videragay en ese rostro lleno de cráteres. Luz, agua,
gas, predial, los boletos de ADO de mi viaje reciente, comidas y bebidas en
general, todo, todo, todo ha subido. Mientras en la televisión los spots con
gente de sonrisa boba repiten el guión que “gracias a las reformas que
necesitaba el país, todo bajará de precio”.
No acabo de reponerme cuando a través de las redes sociales empieza a
circular que Ahumada, el monero, falleció a la joven edad de 57 años. ¡Chale!,
como dijeran sus personajes de La vida en el limbo.
Sé, boss, que este espacio que me concede es para comentar sobre la
producción de los medios de comunicación locales, pero es tan escasa y poco
gratificante, que prefiero dedicar estas letras al buen Ahumada que, como buen
monero crítico, pasa inadvertido en la información relevante.
Nació en la Ciudad de México el 27 de enero de 1956 en la clasemediera
colonia Narvarte. A ciencia cierta no sé si verdaderamente nació o aterrizó de
alguna galaxia lejana para conocer la vida en la tierra a través del rock and
roll de los Beatles, de Jimmy Hendrix, de Frank Zappa.
Viajó por las surrealistas calles de la ciudad con Ánimas, su personaje
invisible vestido sólo con gabardina y sombrero, imaginó que las combis y el
Metro eran naves espaciales, la noche un universo para viajar de la mano de
ángeles y astronautas, y admirando a las adolescentes y mujeres llenas de
erotismo, sueños y amor.
La caricatura política en México tiene una larga tradición que nace en el
siglo XIX y que ha venido pasando de generación en generación. Pero sólo es uno
el camino que agrupa a los mejores dibujantes, caricaturistas, analistas y
críticos que incomodan al poder. Esa línea viene desde El hijo del Ahuizote,
publicación fundada en 1885 que se convertiría en la férrea crítica al
porfirismo, donde José Guadalupe Posadas tuvo notables participaciones.
Grabado, dibujo, pensamiento crítico, humor, síntesis informativa, son
algunos de los elementos de los grandes caricaturistas, como Santiago R. de la
Vega, Villasana, José Clemente Orozco, Antonio Vanegas Arroyo, el Chango
Cabral, Andrés Audiffed, Hugo Tilghmann, José Chávez Morado, Abel Quezada,
Rius, Naranjo, Helioflores, Magú, El Fisgón, Hernández, Helguera, Rocha, sólo
por citar algunos.
A ese salón de la fama imaginario de moneros pertenece Ahumada, sólo que
él, además de su permanente crítica al poder, imprimió a su obra un estilo
poético y formó historias que vimos desarrollarse en La Garrapata, el
suplemento Másomenos del Unomásuno, Histerietas de La Jornada,
El Chahuistle, donde deambularon sus narraciones gráficas a través de La
vida en el limbo y, finalmente, su última estación, El Chamuco,
donde publicaba Metro Utopía.
Célebre es su Juan Diego quien despliega su ayate, y en lugar de la
Guadalupana se plasma la clásica figura desnuda de Marilyn Monroe como apareció en la portada de Playboy.
Ahumada era un maestro del trazo, del grabado, de la poesía gráfica y el
humor negro. Underground por convicción, vivía en un mundo paralelo al nuestro
que a la vez nos lo hacía sentir cercano, propio. Solo, siguió el camino de
alguna vía láctea sin mala leche y decidió habitar con sus ángeles, sus
astronautas, sus pobladores del limbo, para no publicar más y dejarnos con el
recuerdo y la contemplación de su obra.
Acababa de escribir esto, boss, trataba de sacudirme los golpes que da la
vida y apoyarme en las cuerdas para rehacerme cuando de pronto me entra como
ráfaga el 1-2. Primero un gancho al hígado con la muerte de Juan Gelman y
después un zurdazo seco al mentón con la desaparición de José Emilio Pacheco.
¡Ya que paren la pelea, por favor!♦
Por Conde de Saint Germain