Sergio Galindo |
El IVEC en su nueva colección Mínima
publicó Cinco pasos para llegar al bordo,
antología de tres cuentos y dos fragmentos de novela de Sergio Galindo,
fundador de la Editorial de la Universidad Veracruzana. Josué Sánchez nos habla
de esta antología digna de ser reconocida como una discreta invitación a la
lectura de la obra del xalapeño.
Desde hace un par de años, siempre que pienso en la literatura mexicana
tengo que recordar la contemporaneidad de los narradores que leo –Cormac
McCarthy, Philip Roth, Haruki Murakami, entre otros– para resaltar el cliché de
una afectada tradición que inició en el siglo XVII, continuó dos siglos después
en las plumas de funcionarios públicos del XIX (y parte del XX), se engolosinó
en lo aún más afectado de la ranchería y las cananas terciadas sobre la sucia
camisola de manta y se entretuvo, hacia mediados del siglo pasado, en la
experimentación formal, por no decir fallida, de autores muy interesados en
plagiar o remedar a buena parte de los escritores franceses que les parecían
muy chic. Y lo repito, son sólo los
narradores que leo y el cliché sobre nuestra tradición lo que me ayuda a
desechar el concepto de la estirpe de nuestra literatura como una especie de
ley o estudio hagiográfico que legitima, desde otro prejuicio de lo que se cree
académico, la escritura sesuda e intelectualmente, forzadamente, emparentada
con muertos de nuestro panteón de las letras que poco o nada tienen que ver con
una sensibilidad, técnicas y argumentos que inspiren pereza, aburrimiento o
indiferencia.
Por eso, cuando vuelvo sobre Sergio Galindo (Xalapa,
1926-1993), y en este caso con Cinco
pasos para llegar a El Bordo (2013), antología de tres cuentos y dos
fragmentos de novela, puedo al menos reconocer el riesgo de una escritura que
involucra la fuerza narrativa interesada en contar historias que apelan a lo
emotivo no por sí mismo, sino con la tenaz intención, aunque no por eso
virtuosa, de asirlo en la página con la habilidad que todo buen escritor debe
de contar, la de un auténtico hacedor de páginas.
Autor de cuatro libros de cuentos y nueve novelas, Galindo
obtuvo los premios Mariano Azuela, Xavier Villaurrutia, Bellas Artes de
Literatura y José Fuentes Mares, entre otros. Asimismo, su crédito como
fundador de la Editorial de la Universidad Veracruzana fue un suceso que
funcionó de alguna manera para demostrar parte del tipo de sensibilidad que
tenía como escritor. Por eso el Ivec publica ahora en su nueva colección
Mínima, una antología digna de ser reconocida como una discreta invitación a la
lectura de la obra del xalapeño.
Cinco pasos para llegar a El Bordo, cuyo prólogo, edición y selección
está a cargo de Raquel Velasco, reúne tres cuentos de Galindo donde el tema de
la locura se vislumbra a veces ambiguo, como es el caso de “La máquina vacía” y
“Querido Jim”, a veces con resignación, como es el caso de “Terciopelo
violeta”. En los tres predomina una voluntad de introspección y eso hace que el
lector experimente, a un paso del placer que inspira lo artificioso, las mentes
dislocadas de los personajes.
Los protagonistas de “Querido Jim” y “Terciopelo violeta”
tienen un perfil cosmopolita y burgués. En el primer cuento está un editor que
viaja a un congreso de editoriales en Ámsterdam; en el segundo, una señora
inglesa que pasa la vida de viaje en viaje y que experimenta un sentimiento
cercano a la hipnosis cada vez que el avión, como ella dice, se desliza por el
aire con “el ritmo”. Es en “La máquina vacía” donde el déjà vu y la trama se funden en una especie
de persecución interna. El narrador especula acerca de lo que debe hacer en el
momento en que aborda un vagón de tren y se dirige a un sitio que es aguardado
por un destino ambiguo para él mismo a pesar de que presiente que ya se soñó
ahí. Antes dije que el tratamiento narrativo de los cuentos está a un paso del
placer de lo artificioso y esto es a causa de un acercamiento innecesario: en
los tres, los personajes de Galindo parecen controlar demasiado la situación,
como si ya hubieran leído su cuento, y eso, en consecuencia, le resta amenaza o
extrañeza a aquello que experimentan y que, deliberadamente, se queda en la
ambigüedad para no ser descalificado como simple locura, ¿por qué? No exijo un
intento de realismo ramplón fundado en la mímesis de la realidad, sino un
artificio más al pendiente de las reacciones de personajes inmersos en algo que
evidentemente se les va de las manos, reacciones más en comunión con la materia
o plano en el que se mueven, el de la ficción. De cualquier modo, la revisión
de ese estado de psicosis en claroscuro que expone Galindo tiene como
recompensa la crítica implicada en su observación hacia la clase burguesa, su
ocio y su banalidad.
Cosa distinta son los dos fragmentos de novela que se
incluyen en el libro. En el fragmento que corresponde a El Bordo está la preocupación del narrador que, casi a modo de
canto, expone la naturaleza sin caer en el panteísmo. Después viene la relación
de la mujer con la naturaleza y viceversa y la noticia de su embarazo para su
esposo alcohólico. La tensión se concentra ahí, en el presupuesto de la mujer
que espera demasiado de alguien a quien ni siquiera comprende. Por si fuera
poco, también está el fragmento de Otilia
Rauda, donde conviven dos fuerzas, la belleza de Otilia y la envidia que le
provoca a Rosenda, una mujer venida a menos pero con la reputación o su
recuerdo en el pueblo de Las Vigas, Ver. La cuestión es más compleja cuando se
involucra el esposo de Otilia, un vestido que Rosenda le regala a ésta y la
anécdota de que un día, borracha, Otilia dijo que sería muy bella con un tenate
en la cara. Tan sólo el final del capítulo tiene un tono carnavalesco y vale la
pena que el lector se asome al fragmento de esta novela si lo que se quiere es
obtener una impresión ágil, divertida y compleja de un Sergio Galindo diestro
en el tratamiento de la superficialidad, la torpeza y las habilidades de arpías
que traduce en personajes e historias de un pueblo veracruzano.
El lector que quiera asomarse a una buena muestra de uno de
los mejores narradores de nuestro estado puede tomar Cinco pasos para llegar a El
Bordo y usarlo como brújula o mínimo muestrario de la narrativa de la
muestra que, si bien no vivió como el genio de su tiempo, tampoco se preocupó
por obtener, como algunos de sus contemporáneos, una notoriedad basada en
piruetas formales o sosos experimentos literarios. ♦
Por Josué Sánchez