Ramón Rodríguez [Fotografía: Ezra Crangle] |
Dedicada al poeta cordobés Ramón Rodríguez, la
Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil fue inaugurada el pasado 26 de
julio. Nina Crangle, quien preparó para el homenaje de sobra merecido la
siguiente semblanza del poeta, relata en estas líneas el magisterio que el
cordobés ha ejercido para numerosas generaciones de poetas y lectores.
Ramón Rodríguez (Córdoba, Veracruz, 1925) es un caso único en el panorama de las
letras veracruzanas. Hasta hace sólo unos años, solía afirmarse que su poesía
era prácticamente inédita en la república de las letras de nuestro país. Sin
embargo, su obra, fraguada durante más de cincuenta años, con el tiempo ha sido
conocida y apreciada por varias generaciones de lectores devotos no sólo de su
estado natal.
Sus libros han visto la luz sobre todo por el empeño y la
tenacidad de sus amigos editores: Sergio Galindo (quien le publicó a escondidas
su primer libro: Ser de lejanías, UV,
1960); Ángel José Fernández (Cuartel de
invierno, UV, 1987; La navaja de Ocamm, Ivec, 1991; y Desciendo
al corazón de la noche. Obra reunida, Ivec, 2008); José Homero (Old fashion blues, Graffiti, 1995; y Boleros
nobles y sentimentales, Graffiti, 2005)
y Rafael Antúnez (Juego de cartas y
Fandango). A mediados de 2011, la
Universidad Veracruzana publicó Agenda
del libertino y Apuntes para un
blues, dos títulos antológicos de y sobre su obra en Cuartel de Invierno,
una colección que toma su nombre de uno de sus libros emblemáticos. Inspirada
en la dilatada trayectoria de Ramón Rodríguez, esta colección rinde homenaje al
autor de una de las obras más singulares de la poesía mexicana.
Ramón Rodríguez es sin duda, a decir de Rafael Antúnez y
José Homero, “uno de los poetas más jóvenes de México” y “el joven maestro de
Veracruz”, porque a lo largo de su pródiga vida ha alentado vocaciones
literarias y animado relevantes empresas culturales (individuales o de grupo).
Es uno de los miembros fundadores de La
Palabra y el Hombre y de la editorial de la Universidad Veracruzana,
institución para la cual aún labora.
Don José de la Colina, por su parte, afirma que “Ramón es un
poeta que escribe sus poemas con la voluntaria, la gozosa inocencia de quien
descubre la poesía, sus ritmos y arritmias, sus palabras bien ritmadas y
rimadas o lanzadas en un golpe de dados que no abolirá el azar, poeta que
incurre en el soneto, en el romance y el romancillo, en el blues o el tango, en
el balbuceo o el retruécano, y va adonde el poema quiera…”. Mientras, José Luis
Rivas celebra así la obra de su colega: “Límpida, precisa, incisivamente
discursiva, juguetona, la poesía de Ramón Rodríguez está de regreso ya de los
vastos territorios poéticos y filosóficos que ha venido explorando a lo largo
de su vida”.
Pero vayamos a otros tiempos, a cuando todavía no existía
esta Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil, ni ninguna otra, que esta
tarde lo honra al dedicarle su edición número 24. El poeta cordobés, siempre
cargado de libros, solía visitar a sus jóvenes amigos y discípulos en horas de
escuela para invitarnos a algún bar o café y enseñarnos, como Hölderlin lo hizo
con él, que “por la poesía y poéticamente es como el hombre ha vuelto habitable
la tierra”.
Y como deseábamos mejorar nuestra educación literaria,
abandonábamos sin ningún pudor a profesores y cuadernos para seguirlo con un enorme entusiasmo y muy buena
disposición a donde él nos propusiera. Esos lugares (entre menos recomendables,
mucho mejor) constituyeron nuestros cuarteles de retiro para escuchar al
maestro hablar de algunas de sus obsesiones, y compartir las nuestras: música,
cine, libros, autores y el poder de la poesía.
Lo
mejor de esos encuentros, debo decirlo, era apreciar en comunión la imantada
presencia y el impulso verbal de Ramón: tenía poderes suplementarios, pues nos
devolvía la versión bella y mejorada de un mundo que percibíamos terrible y
cruel. Y aunque Ramón siempre ha visto con recelo las muestras de lo que él
llama “alta cursilería”, debo repetir lo que seguramente muchos de ustedes
saben y suscriben: le tenemos mucho cariño y admiración a este hombre, que
continúa ejerciendo la más noble de las vocaciones, además de la del poeta: el
magisterio del buen vivir. ♦Por Nina Crangle