Mauricio Beuchot |
El miércoles 6 de febrero en el salón azul de la ex Unidad de
Humanidades, a las once de la mañana, el fraile rockstar Mauricio Beuchot
presentó el libro 'Breve esquema de antropología filosófica (una mirada desde
la hermenéutica analógica)' de Jacob Buganza y Rafael Cúnsulo. Ésto ante la
presencia de algunos estudiantes y maestros de la licenciatura y maestría en
filosofía y uno que otro curioso.
Inesperadamente fue poco el tiempo dedicado al libro y a
sus autores y más el invertido en hablar del inmenso currículum del invitado
(en más de una ocasión la presentadora, con evidente admiración, nos recordó
que son más de 200 páginas sin documentación complementaria —gracias, estaba
con el pendiente—). Este artículo, al igual que el acto, pretendía narrar el
desarrollo de la exposición del filósofo veracruzano y su coautor argentino,
comentar su nuevo libro y sus apreciaciones sobre el panorama filosófico
actual, mas en vista de que el valor de la obra de Buganza y Cúnsulo es
proporcional a su cercanía con la obra de Beuchot (hecho no explicitado y que
quien ésto escribe no cree, pero que puede inferirse dado que Mauricio Beuchot
al presentar el libro no cesó, en ningún momento, de hablar de su propia obra y
lo importante que es para salvar al mundo de la superchería posmoderna)
hablaremos de éste y las ideas, las suyas que desarrolló allí, en vivo frente a
nosotros. Es decir, este artículo, al igual que el acto organizado por la
Maestría en Filosofía de la Universidad Veracruzana, perpetuará nuestro
arraigado provincianismo filosófico según el cual nosotros, los periféricos,
debemos aspirar a ser el sidekick de
los Maestros, de las vacas sagradas de la UNAM.
El problema de Beuchot, el que más le interesa, el que le
roba horas de sueño y genera páginas y páginas en su currículum es el del Hombre. Ésto es comprobable por
cualquiera que revise la extensa bibliografía del autor. En sus textos sobre filosofía
de la ciencia, epistemología, educación y política se encuentra, en el centro,
el hombre preguntando cómo puede echar mano de esos dominios, cómo acotarlos
para que le sean útiles en su búsqueda de realización y sentido. Va incluso más
allá: no sólo estos dominios deben tener en el centro la pregunta por el
Hombre, sino que sin éste su construcción más que llevarlo por la vía de la
felicidad y la realización constituirá una serie de lastres, obstáculos y
peligros. Así, tenemos ahora una educación que no educa en valores, una técnica
que aliena al carecer de ética y una política que administra la miseria.
¿No nos hacen un poco de ruido estas declaraciones de
Beuchot?, ¿no nos mueve algo en las entrañas, no nos provoca arcadas a los no
creyentes, a los laicos lectores de filosofía 'contemporánea' (es decir, teoría
europea posterior a los años sesentas)? ¿acaso no escuchamos estas
proposiciones con cierto recelo? ¿acaso no nuestra primera reacción es
sospechar? Dudas todas éstas, según Mauricio Beuchot, síntomas del desastre
posmoderno, de la pérdida de sentido ocasionado por la tekné y por cierto pesimismo, cierto tono apocalíptico en la
filosofía que no ha podido hacerle contrapeso al neoliberalismo y la
globalización que nos han llevado al antihumanismo que reina hoy.
Beuchot propone una filosofía que va a contrapelo de lo
que él llama la posmodernidad, la cual define en una entrevista con Javier
Sicilia como una forma de pensamiento que “considera que la modernidad falló,
que perdió su oportunidad de cumplir las promesas y profecías de la razón, que
el sueño moderno fue un mal proyecto que nos llevó al imperio vacío de la
técnica. La pérdida de la metafísica ha sido también la pérdida del sentido.
Para el pensamiento posmoderno, la modernidad nos condujo a peores antinomias
que las de Kant; al extremo de hacerle decir a un pensador como Adorno que la
metafísica produjo los campos de exterminio de Auschwitz... Es el universo de
la decepción, del desengaño, que se expresa a través de una literatura de
crisis, de una sensación de estar instalados en la angustia y en la depresión
culturales, y descreer de cualquier propuesta que busque conservar el
conocimiento o poner reglas claras de conducta ética. La posmodernidad, con
diferentes matices, rechaza el núcleo de la modernidad que es la razón y, en
consecuencia, la filosofía del hombre y de la ética.” En esta lucha contra el
vacío de sentido y la incredulidad, Beuchot propone una antropología filosófica
que busca desarrollar las potencialidades del hombre (reminiscencias de Pico)
en un nuevo humanismo, un humanismo analógico en el que el hombre es
considerado como un 'sujeto animal inteligente, con voluntad y capacidad de autodeterminación'
(definición ésta de Buganza y Cúnsulo, único guiño de Beuchot a sus
interlocutores, o, mejor dicho, a quienes le acompañaron en su monólogo) que
tiene dignidad y autonomía y es capaz de llegar a su autorealización mediante
valores espirituales trascendentes y naturales, esenciales; un hombre con
madurez intelectual y que ejerce su libertad de manera responsable. En el
humanismo de Beuchot se puede encontrar también un iusnaturalismo capaz de fundamentar, aunque sea por un
procedimiento negativo, los derechos humanos.
El hombre de Beuchot es analógico, es decir, no es un
animal salvaje, víctima de los caprichos de un deseo que, desde atrás del
telón, lo somete a su mandato y su ley; tampoco es el producto histórico, y por
tanto subjetivo, hijo solamente de su tiempo y su circunstancia; mucho menos
producto sólo de su voluntad, un sí mismo caprichoso que cree estar más allá de
Dios, la Naturaleza y su Ley. El hombre analógico está sujeto a sus necesidades
biólogicas, pero al cumplirlas se encuentra con la cultura y con la historia;
no es todo natural ni todo artificial. La ontología analógica escapa al
relativismo absoluto y al esencialismo duro de la modernidad, busca el punto
intermedio, la síntesis de estas posturas antitéticas. El hombre es material e
intelectual a la vez.
Al regresar a la 'filosofía posmoderna', insistió Beuchot,
que fracasó tanto como la modernidad contra la que dirigió sus baterías:
Deleuze comenzó defendiendo el devenir y terminó hablando del 'murmullo del
ser'; Foucault empezó advirtiéndonos de la muerte del sujeto y terminó
estudiando los modos de sujeción en la antigua Grecia, en su último periodo,
según Beuchot, regresa al sujeto. Sobre este punto recalcó: es que para
entender al último Foucault hay que hablar griego, y éso ninguno de los
'foucaultillos' de mi facultad lo hace, no lo comprenden. Propongo una pregunta
algo impertinente: ¿es válido considerar el regreso de Foucault al estudio de
la ética (en su triple ascepción) un regreso al sujeto? Quizá Beuchot olvidó que
no sólo hace falta saber griego para leer a Foucault, también es necesario
leerlo bien.
Al finalizar recalcó que es el hombre el objeto de estudio
más digno de todas las ciencias y desde él, y sólo desde él, a través de una
antropología filosófica, deben articularse las demás disciplinas. ♦
Por Josué Castillo