Don Andrés Vega [Eduardo Sánchez Rodríguez] |
“Como sucede en
todas las músicas tradicionales del mundo, el son jarocho tiene sus dinastías;
apellidos que han destacado en el fandango y tienen un estilo particular de
interpretar su música. Los Utrera y los Vega destacan en la familia
fandanguera”, escribe Eduardo Sánchez Rodríguez a propósito del Premio Nacional
de Ciencias y Artes 2012, en la
categoría Artes y Tradiciones Populares, con el que fueron distinguidos el
pasado mes de noviembre ambos clanes soneros.
Como preámbulo al Encuentro Nacional de Jaraneros que se
llevará a cabo durante las fiestas de la virgen de la Candelaria, en
Tlacotalpan, se le ha otorgado, por segunda vez, a esta música representativa
del Sotavento veracruzano el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en la categoría Artes y Tradiciones
Populares. El son jarocho está de plácemes porque dos de sus familias
fundamentales, los Vega y los Utrera, fueron reconocidos.
Cuentan las crónicas que el pasado 27 de noviembre, al recibir el premio,
el entonces Presidente Felipe Calderón, en apresurada ceremonia, los felicitó
por ser artífices del “nuevo son jarocho”. “¿Nuevo? –respondió don Andrés–.
¡Uy! Yo que pensé que tenía como 400 años o más. No es tan nuevo que digamos”.
¡Y cuánta razón tiene El Güero Vega! Esta historia comienza en 1521
cuando, con la conquista consumada, los españoles comenzaron la explotación
intensiva de los recursos naturales del naciente virreinato de la Nueva España,
partiendo de la Villa Rica de la Vera Cruz, en ese entonces ubicada a los pies
del Cerro de los Metates, en Quiahuixtlán, hacia el sur; fundaron ingenios
azucareros (Cortés tuvo el primero de ellos en los Tuxtla), y enormes haciendas ganaderas.
Ante la mortandad indígena por enfermedades, como el vómito negro, traídas
por los europeos y sus esclavos o su desplazamiento forzado, fue necesario
importar de África mano de obra esclava comprada a los negreros portugueses,
ingleses u holandeses. Su llegada fue el principio de una difícil y tortuosa
interrelación entre culturas de tres continentes, África, América y Europa, que
se dio en la región conocida como el Sotavento veracruzano, que abarca de
Veracruz puerto hasta Huimanguillo, Tabasco. Estas culturas fueron
acrisolándose durante más de dos siglos hasta que, a mediados del siglo XVIII
(1750), se originó una nueva música representativa del Sotavento, que se
denominó son jarocho. Un siglo más tarde, se estableció el protocolo que lo
rige hasta nuestros días.
Esta música campesina se mantuvo restringida a su zona originaria hasta mediados
del siglo XX, cuando dio una escapada a la ciudad de México con no buenos
resultados. Años más tarde, en la década de los setenta, los investigadores
sociales y los músicos volvieron a ella la mirada y empujaron la creación del
Encuentro de Jaraneros a partir de 1976. Una de las consecuencias de ese
interés fue una creciente popularización del género, donde el grupo Mono
Blanco, junto con don Arcadio Hidalgo, fue el primero en dar el salto a las
giras, nacionales primero, alrededor del mundo pocos años después. Otra de las
consecuencias fue la profesionalización de los grupos soneros, motivando una
migración de músicos y bailadoras a las ciudades, que desencadenó que más gente
tuviera acceso a esta música, lo que provocó que, a la fecha, el son jarocho
sea la más vigorosa de las músicas tradicionales de nuestro país. Se hacen
fandangos en el norte, el centro y el sur de México; en Estados Unidos,
Sudamérica y hasta en Europa. Hay chinos, japoneses, gringos, franceses y otros
que elaboran tesis, artículos, videos y todo lo que la imaginería proponga,
viviendo procesos creativos interdisciplinarios muy interesantes. No todos los
intentos son afortunados, pero hay que aquilatar la curiosidad que despierta en
personas de todo tipo. Afortunadamente, las raíces del son jarocho son
profundas y sólidas desde Tlacotalpan hasta Coatzacoalcos, pese a la crisis del
campo y la consecuente migración de los jóvenes. Otra muestra de su vitalidad
es la cada vez más numerosa discografía de grupos soneros locales de diferentes
generaciones que ya están haciendo un son nuevo, con conocimiento de causa
porque también son fandangueros.
Como sucede en todas las músicas tradicionales del mundo, el son jarocho
tiene sus dinastías; apellidos que han destacado en el fandango y tienen un
estilo particular de interpretar su música. Los Utrera y los Vega destacan en
la familia fandanguera; procedentes los primeros del Hato, municipio de
Santiago Tuxtla, y de Boca de San Miguel, municipio de Tlacotalpan, los
segundos. Recientemente, en la noche del 24 de octubre, los Utrera sufrieron la
pérdida de don Esteban, patriarca de la familia, que a los 92 años cumplió la
última ley de la vida. Dos de sus hijos, Camerino y Anastasio, mejor conocido
como Tacho (nacido en plena Nochebuena) son, además de músicos,
reconocidos constructores de jaranas y requintos. Camerino, director del grupo
Son del Hato, afirma que el legado de su padre fue plasmar los sonidos
campesinos –y no “marisqueros”, como ahora hacen los grupos jóvenes– en la
música tradicional; considera un honor ser hijo de don Esteban, quien recorrió
México, Estados Unidos, Francia e Irlanda hasta que su enfermedad lo obligó a
dejar los viajes; pero siguió tocando en los fandangos. Grabó tres discos con
su grupo, recibió la Medalla Andrés Vega Delfín para guitarreros tradicionales
en el Encuentro de Jaraneros de La Candelaria.
Amigo y gran conversador, don Esteban siempre recibía a sus visitas con un
torito de jobo, en temporada de aguas, y de limón en tiempo de secas. Gilberto
Gutiérrez, director del grupo Mono Blanco comparte: “Conocí a Utrera hacia
1978, cuando con Juan Pascoe y mi hermano José Ángel lo visitamos en su casa de
palma, al otro lado del río en Paso del Amate, ya conscientes de que él era un
tesoro de conocimientos soneros, asunto que particularmente nos interesaba.
Pero también sabía aserrar madera, hacer muebles y casas tradicionales,
fabricaba herramientas, preparaba la palma para techar, con la que hacía
utensilios para el hogar y unas maravillosas hamacas, y era el peluquero. Con
todos sus oficios, era un hombre indispensable en la comunidad familiar y
vecinal. También era un hombre de campo, diestro con el machete y tarpala, y,
como casi toda la población de la zona, criaba ganado y conocía el arte de la
pesca con trampas que él mismo fabricaba. Vivía de manera sustentable, al
estilo ancestral, donde todo lo necesario para vivir lo tomaba de la
naturaleza. Como músico, amenizaba los fandangos y oficiaba ese ritual que se
da en la tarima y sus alrededores. Con ello aliviaba el espíritu y la
convivencia, mantenía sana a la comunidad. A su vez, él se alimentaba
personalmente de la música, de la
cápsula luminosa de concierto musical humana que se solía crear ahí; cuerdas al
unísono, a tiempo, canto, poesía, la convivencia del zapateado. Su casa fue
refugio del fandango durante los peores años de la tradición. Con una pequeña
tarima desvencijada y la única en varios kilómetros a la redonda. Participaba
de los cada vez más escasos fandangos, muchas veces en cumpleaños”.
El pasado 26 de enero, se llevo a cabo en el Centro Nacional de las Artes,
en México, D.F., un Encuentro de Jaraneros con los grupos Son del Hato, de
Camerino Utrera; Son de Madera, dirigido por Ramón Gutiérrez; Los Retoños de
Santa Rosa Loma Larga, Los Baxin y Mono Blanco, ¡tronco de fandango que se armó
en honor a don Esteban!
Personalmente, he convivido más con los Vega. He tenido la fortuna de ir a
Boca de San Miguel y fandanguear con la familia en el claro arbolado que está
en el centro de la casa de don Andrés y las de sus hijos Octavio y Tereso; del
otro lado del camino, a la vera del río, vive una de las bailadoras más
elegantes del son: Martha Vega. Esta familia es la dinastía más destacada del
mundo jarocho de hoy. Hay un Vega en casi todos los grupos más importantes:
Tereso en Son de Madera, Gonzalo (Chalo pa’ los cuates) en Los Cojolites,
actualmente nominados al premio Grammy; Octavio y don Andrés en Mono Blanco.
Sus nietos también cantan fuerte: Enrique y Raquel forman parte de Los Utrera,
Fredy y Claudio están en otros grupos; todos ellos forman Los Veguita. Don
Andrés (nacido en 1931) y doña Hermelinda son el alma de este clan, donde se
zapatea antes de caminar. El Güero Vega ha recorrido el país y el mundo
como guitarrero del grupo Mono Blanco, y ha sido campesino, arriero, pescador
ribereño y vendedor de carbón. Su trayectoria artística provocó que en 2007 el
Gobierno del Estado de Veracruz creara la Medalla Andrés Vega Delfín, que se
otorga a los mejores músicos de la región en la fiesta de La Candelaria.
Se calcula que entre las dos familias se forma una comunidad de casi cien
elementos, de allí nacieron varios grupos de son que han grabado numerosos
discos y giras; además de preservar las técnicas de laudería antigua e impulsar
la creación de músicos jóvenes.
Así, es entendible que estas dos familias que representan la mayordomía
musical del género, sean reconocidas con el Premio Nacional de Artes,
instaurado por la Presidencia de la República en 1945, y que desde 1984 incluye
la categoría Artes y Tradiciones Populares, que en 2012 se otorgó a la
Comunidad de Músicos Tradicionales de Veracruz, formada por las familias
Vega-Utrera y, a través suyo, a todo el movimiento jarocho. ¡En horabuena! ♦
Por Eduardo Sánchez Rodríguez