Rubén Bonifaz Nuño con un cigarrillo en la mano. |
Ignacio Trejo Fuentes dictó una
conferencia en torno a Rubén Bonifaz Nuño, el poeta cordobés que falleciera el
último día de enero. El homenaje fue organizado por el Instituto Veracruzano de
Cultura, a través de su Departamento de Publicaciones, el pasado 15 de marzo en
la sede del Ivec en el puerto de Veracruz. Este es el texto del crítico y
novelista quien fue un colaborador muy cercano de don Rubén en la UNAM. El
autor recuerda: “Cuando se publicó el calendario de Gloria Trevi, donde
aparecía desnuda antes de sus conocidos desórdenes, le regalé una copia a
Rubén, y determinó que me aumentaran el sueldo”.
Para iniciar este homenaje a don Rubén Bonifaz Nuño quiero hacer tres advertencias: 1)
no vengo a disertar sobre su obra poética ni ensayística ni de sus admirables
traducciones (que lo hagan los especialistas): vengo a contar anécdotas; 2) empezaré contando cosas que, al
parecer, no tienen nada que ver con Rubén pero servirán –espero–
para contextualizar lo que he de decir; y 3) predominará mi punto
de vista, el “yo” (el yoyo).
Hace
muchos años, fui a Xalapa para acompañar a María Elvira Bermúdez en la
presentación de su libro de cuentos Encono de hormigas (el título
procede de un verso del poeta Ramón López Velarde). Se acuerdan quién fue María Elvira, ¿o no?
Fue la primera abogada litigante, lo que era difícil: ¿qué hacía una dama en
medio del muladar de los juzgados? Fue, también, integrante del grupo que
consiguió el voto de las mujeres en México, lo que no es poca cosa. Periodista,
crítica literaria especialista en novela policiaca (publicó la estupenda novela
Diferentes razones tiene la muerte y creó a la primera detective mujer
de nuestras letras). Pues bien, en la cena
dijo que le encantaría visitar el puerto de Veracruz, y nuestro amigo
novelista Octavio Reyes (Cangrejo) propuso que él podría llevarla,
conmigo, a este puerto maravilloso. Al día siguiente, abordamos el auto de
Octavio previamente avituallados de cervezas, y María Elvira pidió que le
avisáramos cuando estuviéramos a punto de llegar. Lo hicimos, y ella se
acurrucó en el piso del auto, nos pidió que la lleváramos a una playa
determinada y se puso a llorar. Era, contó, que siendo jovencita y se casó, su
esposo la trajo de “luna de miel” a Veracruz.
Por
mi parte, he venido al puerto más de treinta veces. Una de ellas cuando obtuve
el Premio Internacional de Ensayo Literario Sergio Galindo que organizaron
aquí. Luego de la ceremonia de entrega del premio, fuimos a beber en casa de
Sergio, y nos acompañó Juan Vicente Melo, otro veracruzano célebre y admirable.
Me
costaría trabajo enumerar a los escritores veracruzanos (que no “jarochos”,
pues estos son sólo los oriundos del puerto en el que ahora estamos, así como
los “cariocas” no son todos los brasileños, sino sólo los originarios de Río de
Janeiro) que he tenido el honor de conocer o haber leído, pero aseguro que son
decenas. (Jalisco, Veracruz y el Distrito Federal son las entidades que aportan
el mayor número de literatos al país.) Lo que es admirable es la cantidad de
historias que se ubican en el puerto de Veracruz. ¡Una maravilla! ¿Y qué tiene
esto que ver con Rubén Bonifaz Nuño, a quien hoy celebramos? Que el poeta es veracruzano, de Córdoba.
Lo
conocí en lecturas y conferencias en mi época de estudiante en la UNAM, a
finales de los 70 y principios de los 80 (empieza a funcionar el yoyo),
pero me hice amigo suyo cuando en los 90 trabajé en la Dirección de
Publicaciones de la UNAM, que dirigía Vicente Quirarte (es chilango, pero
parece jarocho). Malévolamente, se decía que Rubén era el auténtico director de
Publicaciones (y de toda la Universidad), y llegaba las tarde de los jueves no
para trabajar sino tan sólo para hacer tertulia. Elegante como era (ya saben
que tenía trajes espléndidos, que usaba chalecos y leontina), empezaba a contar
chistes (teníamos un reto: a ver quién inventaba chistes), y delante de
Vicente, de Ignacio Osorio (q.e.p.d.) y su esposa, ponía su disco de Gloria
Trevi (“Quiero tener el pelo suelto”) y se ponía a bailar. Yo bailé más de tres
veces con él. ¿Se imaginan a ese viejo caballero bailando como un adolescente?
Cuando se publicó el calendario de Gloria Trevi, donde aparecía desnuda antes
de sus conocidos desórdenes, le regalé una copia a Rubén, y determinó que me
aumentaran el sueldo. Al salir de la reunión de los jueves, Rubén y sus amigos
iban a cenar a La Lechuza, magnífica taquería, y lo acompañaban el también
maravilloso poeta veracruzano Francisco Hernández, Jorge Esquinca, Guillermo Fernández,
Marco Antonio Campos, Sandro Cohen y multitud de admiradores de Rubén.
En
esos tiempos (sigue el yoyo), Rubén me encargó dos tareas, una buena y
otra no tanto. La buena es que determinó actualizar los libros de la
Bibliotheca Scriptorvm Graecorvm et Romanorvm Mexicana que él había ideado,
diseñado y producido. Me dijo: “Maestro Trejo, usted se encargará del texto de
la cuarta de forros de las nuevas ´camisas´”. Yo, encantado. ¿Se imaginan lo
que es leer a Platón, a Catulo, a Menandro, a Hipócrates, a Cicerón, a Euclides, a Horacio, a Salustio et
al y que te paguen por ello? No había Internet, Google y esas cosas, pero
me hacía de enciclopedias y me encerraba en mi casa a estudiar a los clásicos
grecorromanos, y le llevaba a Rubén mi texto. Le hacía correcciones y enviaba
los libros a la imprenta. Como saben, las obras de esa colección se hacen, en
linotipo, en el idioma original y en español, precedidos por prólogos hechos
por especialistas. ¡Qué honor, qué agasajo!
Ha sido una de las épocas maravillosas de mi vida profesional.
La
encomienda no tan grata que me hizo Rubén fue editar los discursos del, en ese
tiempo, rector de la UNAM. Me dijo: “Ya hice la corrección de estilo, usted
encárguese de la producción, porque los redactores y correctores de Publicaciones
son unos inútiles. Y es el trabajo del rector”, dijo y me entregó un altero así
de alto de manuscritos. Qué lío. ¿Saben lo que es leer un discurso sobre
plantas naturales, o sismógrafos, o matemáticas, etcétera? Y varios de esos
discursos estaban escritos en inglés. “Marqué” los originales, y cuando me
entregaron galeras las leí y corregí tres veces. ¡Qué martirio! El día en que
Rubén convocó para cerrar y dar el visto bueno a los discursos del rector, puse
el Vb a los textos y fui a la junta. Estaban, además de Rubén, Vicente
Quirarte, el jefe de la Imprenta Universitaria, otro funcionario y el inútil
jefe de correctores (eran más de quince). Firmaron el “tírese” (yo no había
visto la portada ni la página legal y esas cosas), cuando el inútil observó:
“Está mal escrito el nombre del autor”. El rector era José Sarukán o Saruhkán o
Zaruhucán. Y sí, su nombre en la portada estaba mal escrito. Rubén ordenó que
se corrigiera el error y señaló, aparte: “Si no hubiese sido por ese pendejo,
nos corren a todos”.
Luego
ocurrió lo de Lucía Méndez. Saben quién es, ¿no? Era (creo que es) cantante y
actriz. Rubén se enamoró de ella, a tal grado que decía a sus amigos: “De nueve
a diez, entre semana, no me hablen: estoy viendo la telenovela donde aparece
Lucía”.
Yoyo: trabajaba yo con Fernando Valdés en la
Editorial Plaza y Valdés, y le propuse a aquél hacer una colección de poesía.
Loco como era y sigue siendo, aceptó. Determiné que el principal objetivo (así
hablan los editores) era conseguir material de Octavio Paz. Si él me aceptaba,
aceptarían todos. “¿Cómo le hago”, me pregunté, y me acordé que el ego
determina todo. Puse a la colección Las Peras del Olmo (título de un libro de
don Octavio.) Y tras vueltas y vueltas (no hablo de revistas, sino de travesías),
el poeta me dio poemas. “¿Y a quiénes más va a incluir en la colección?”, me
preguntó el que todavía no era Premio Nobel. Inventé: “A Rubén Bonifaz Nuño y a
Elías Nandino”. Habló maravillas de Rubén e hizo pedazos a Nandino: “Es muy
buen hombre, pero no es poeta”, dijo. (En otra visita, despedazó a Alfonso
Reyes, y si quieren y hay tiempo, al final les platico lo que dijo.)
Bonifaz
Nuño me dio Pulsera para Lucía Méndez, sonetos dedicados a la
cantactriz. La colección fue un éxito, los ejemplares (2000) se vendían a cinco
pesos, y el hábil editor los colocó en
todas las librerías. Llamó la atención el libro del veracruzano: “¿Por qué un
poeta de su tamaño escribe versos a una mediocre?” Hubo respuesta: Lucía Méndez
entrevistó, para dos programas, a Rubén. No recuerdo si para Televisa o para el
Canal 13. El cuaderno se vendió como si fuera whisky.
¿Sabían
ustedes que Rubén Bonifaz Nuño fue un enamorado empedernido, más que Gabino
Barrera (que no Barreda)? Murió soltero,
por decisión propia. Tuvo novias y amantes al por mayor, entre sus
amigas, ayudantes y alumnas. ¿Cómo, supongo, las damas iban a resistir las
puñaladas que el poeta les ensartaba con sus versos amorosos? (Uno de los
mayores en la materia, y he leído a muchos.) Uno de sus libros contiene una de
las dedicatorias más enigmáticas: “Aquí debería estar tu nombre”. Supe el
nombre de la destinataria, pero ya no me acuerdo.
Dije
que Rubén era generoso, que me dio Pulsera para Lucía Méndez. Agrego que
a Miguel Ángel Hernández Rubio (q.e.p.d.), de Guadalajara, le entregó poemas
para una de las plaquetas de Toque de Poesía, así nomás, sin lana de por medio.
El Mike se inflaba de orgullo.
Puedo pasar horas y horas hablando de Rubén Bonifaz
Nuño, aunque sólo quiero decir que nunca pude hablarle de tú, supongo
que debido a mi absoluto respeto por él. En consecuencia, después de intentarlo
(¿nos hablamos de usted o de tú?) él me llamó siempre “maestro” y yo, a él,
“doctor”. Y para rematar el yoyo, voy a leer para ustedes un texto que
escribí y publiqué hace no sé cuántos años, “Caravanas con poema ajeno”, y que
es, desde luego, un homenaje a Don Rubén. Al terminar, si ustedes quieren y
alcanza el tiempo, podemos charlar.♦Por Ignacio Trejo