Sergio Pitol |
En agosto de 2006 se honró en
Xalapa, Veracruz, a Sergio Pitol por haber ganado el Premio Cervantes. Amigos y
familiares suyos, académicos veracruzanos, lectores de todas las edades se
unieron a la celebración que se condensó en un libro de entrevistas que
permanece inédito y del que se glosan algunas de esas conversaciones. De
aquellas alegrías a las que ahora vive el ilustre autor xalapeño sólo hay un
parpadeo. Permanece el cariño y el afecto, permanece sonriente el autor nacido
el 18 de marzo de 1933.
A Sergio Pitol sus amigos lo honran siempre con palabras
porque esas palabras los unen desde hace tantos años y porque, gracias a ellas,
quedan, a manera de fresco, momentos compartidos, gozosos, dolorosos, como es
ese eterno movimiento llamado vida. Si el escritor veracruzano tiene pasión por
la trama, en este coro de voces el lector hallará la trama afectiva que lo
tiene tan feliz y orondo a sus 80 años. Sus amigos, pitolérrimos, lo honran
así:
Su editor en Anagrama, Jorge Herralde
No puedo olvidar aquella
fiesta organizada por La Luna de Madrid, la revista y portavoz de “la
movida” española, en el hotel Palace, memorable y loquísima, con gran oferta de
sexo y sustancias varias en los lavabos, y con las Azúcar Moreno, teloneras aún
de Los Chunguitos, deslumbrando al personal. Allí estaba Sergio a finales de
los 60, en Barcelona. Como luego estuvo en París, Lanzarote, Sevilla, Cádiz y
en Praga, donde actuaba de embajador, un disfraz competente.
Y ahora lo encuentro
finalmente aposentado en Xalapa, en sus tierras veracruzanas, donde tiene un
montaje como de pequeña nobleza rusa: una cocinera y su hermana como ayudante,
con su hijo pequeño, y además un chófer.
Y naturalmente el rey de la casa es su perro Sacho. Y como detalle exótico, los
célebres jardines de Pitol con dacha incorporada, que no están junto a la casa,
donde suelen estar los jardines de la gente corriente, sino a varios kilómetros
de Xalapa, una excursión que vale la pena, unos jardines magníficos con bambúes
gigantescos, y con sus jardineros de plantilla.
La nuestra es una
amistad de muchos años alegrada con tantísimas conversaciones sobre literatura
y sobre tantos favoritos mutuos, empezando por Witold Gombrowicz en los años
60, a quien tradujo admirablemente, hasta Antonio Tabucchi, anteayer.
Pitol dirigió la serie
Los Heterodoxos de Tusquets, una colección espléndida con autores y títulos
inesperados que nuestro sabio amigo se iba sacando de los muchos sombreros de
sus lecturas. Y como colaborador de Anagrama siempre tuvo sugerencias inapelables
y bienvenidas como En torno a las excentricidades del cardenal Pirelli
del excéntrico Ronald Firbank, Criados y doncellas de la no menos
excéntrica Ivy Compton-Burnett o Caoba de Boris Pilniak.
Además, he tenido el
honor de publicar cinco novelas y un libro de cuentos suyos, hasta llegar a la summa
magnífica que es El arte de la fuga, uno de los textos mayores de la
literatura latinoamericana de nuestro tiempo. Un libro en el que,
significativamente, el autor escribe: “Hoy ha sido un día bendecido por la
risa”. Para mí, la risa es un rasgo inseparable de la relación con Pitol. En mi
recuerdo, nos hicimos amigos para siempre una Nochevieja en Barcelona, en 1970,
en casa de Luis Goytisolo. Una fiesta que narró Pepe Donoso en Historia
personal del boom, con cuatro superestrellas como García Márquez, Vargas
Llosa, Cortázar y el propio Donoso.
Recuerdo que, ya con
muchas copas, empezamos con Sergio a comentar la jugada: una situación como muy
cordial y festiva, pero en realidad bastante tensa y recelosa, con el caso
Padilla de por medio. Rápidamente empezamos a desbarrar, a “mamar gallo”, como
diría Gabo, y escuché por primera vez, creo, las inimitables carcajadas de
Sergio, su corrosivo sentido del humor, la vocación por el disparate.
Su amiga desde la infancia, Edna
Salmerón Scully, quien cada vez que puede le cocina chiles en nogada para
agasajarlo
Aunque yo no fui al
kínder con él, mis hermanos y yo visitábamos a Sergio y conocimos toda la casa
familiar, los mayores patinaban con Ángel, que es su hermano y que ya es más
grande, y Sergio y yo jugábamos y platicábamos. Inclusive mi abuela me decía:
“A mí me gusta Sergio para casarte con él”. Pero nuestras vidas tomaron otro
rumbo. Al morirse mi abuelo cambiaron las cosas en el ingenio y a mi abuela le
dan una casa en una de las colonias. Ellos vivían en lo que es el casco de la
hacienda y yo jugaba a la comidita y, de hecho, acabo de terminar mi libro de
gastronomía donde están las recetas para guisar
“bisteces de metate” y el famoso “tapado de pollo”. Quiero hasta
el alma a Sergio. Siempre estábamos afuera de su casa. Yo jugaba a la comida y
él estaba conmigo platicando porque los demás eran mayores que nosotros. Estaba
como aparte. Yo hacía la comidita y él me acompañaba. Cuando murieron sus papás
yo siempre me preocupé porque mi amigo Sergio estuviera acompañado y jugara
siempre. Siempre lo veo con mucho afecto.
Juan Villoro, narrador y cronista,
explica el lugar de Pitol en la literatura mexicana
La obra de Pitol fue muy
original e incluso muy extraña para nosotros, y durante mucho tiempo la crítica
no supo cómo ubicarla.
Cuando él publica en
1970 El tañido de una flauta es un momento en que todo mundo habla de
novela social porque acaba de pasar el 68. Los escritores están volcados en el
realismo mágico o en la reconstrucción realista de la realidad, y de repente
esta novela tiene que ver con muchos tiempos: un festival de cine en Venecia,
un cineasta japonés que hace una película que tiene que ver con un mexicano
fracasado pero que al mismo tiempo se fue a vivir a Nueva York, entonces hay
como muchos lugares y muchas formas del arte que se discuten y se comentan. Y
esto era difícil de apreciar entonces porque ponía en juego distintos géneros y
procedimientos. Pero hoy en día, yo creo que muchos escritores están haciendo
exactamente lo mismo que Pitol. Algunos son muy famosos, como Enrique
Vila-Matas, Claudio Magris, W. G. Sebald, que combinan la memoria, la crónica,
la ficción. Todos hablan de libros que existen y también de otros que podrían
existir y de otros que no sabemos si pueden existir o no. Mezclan los sueños
con las acciones, entonces estos géneros híbridos uno de sus precursores es
Sergio Pitol desde El tañido de una flauta que está muy claro. Primero
lo empezó a hacer en el género de la novela, y luego se desentendió de la
novela y escribe libros sin género preciso como El arte de la fuga o El
mago de Viena. Yo creo que Sergio fue un precursor y fue una de las cosas
que se juzgó mucho en el Premio Cervantes porque a mí me tocó estar en el
jurado. Esa fue una de las razones para darle el galardón. Había candidatos muy
fuertes: Juan Goytisolo, Juan Marsé, Alfredo Bryce Echenique, Mario Benedetti,
era un año muy competido y una de las cosas que señaló Rodrigo Fresán y que tiene
mucha razón es que ahora se escribe de manera muy natural y libre como Pitol
escribía en los años 60 y principios de los 70. La gente lo consideraba una
extravagancia y Pitol abrió un camino muy grande. Enrique Vila-Matas sería muy
difícil de entender sin Pitol, yo creo que por eso le tiene mucha gratitud,
aparte el afecto personal.
Es muy importante pensar
que Sergio Pitol es un autor muy arraigado en México, que escribe de José
Vasconcelos a partir de las lecturas que hacían de él sus tíos y tías, la lectura
que él hizo de Ulises criollo, su tránsito de Xalapa a la ciudad de
México, cuando estudió Derecho. Ha escrito mucho de pintura mexicana, ha
editado libros de pintores de muy distintas generaciones, desde Olga Costa
hasta pintores muy recientes. Al mismo tiempo, una de sus lecciones es: lo
local sólo significa si puede ser universal. Proust nos fascina como le fascina
a un japonés o a un ruso, y Sergio escribe ese tipo de novelas donde no sólo se
ocupa de lo local sino que también de cómo lo local va hacia otros lados, pero
siempre está en el ambiente mexicano. Por ejemplo, en el Festival de Venecia no
se ocupa de los grandes artistas sino de una burócrata mexicana pretenciosa,
que está manejando dinero del Estado que Sergio llama La Falsa Tortuga. A su
vez, el apodo de La Falsa Tortuga alude a Lewis Carroll por una sopa que dan en
Inglaterra, por una sopa que te dicen que es de tortuga y no es de tortuga.
Entonces el apodo es muy cosmopolita, pero la figura es una figura
ridículamente mexicana. Y así El desfile del amor es una interpretación
de la historia de México, lo que pasó en el año 1942, pero al mismo tiempo es
una historia muy cosmopolita porque eso que pasó en el año 42 fue la diáspora
de exiliados europeos que habían llegado a México huyendo del nazismo y se
habían quedado en la colonia Roma de la ciudad de México, en varios edificios
donde se hablaba yidish, húngaro y polaco. Era un México muy cosmopolita donde
también estaba el exilio republicano español, entonces en ese ámbito suceden
algunas novelas de Pitol. Él quiere recordar ese momento en la historia de
México, que también tiene que ver con la política local, pero que está rodeada
de extranjeros. En ese sentido su obra
está llena de esos vasos comunicantes. A nosotros nos dio a conocer a casi cien autores del polaco, del ruso, del
inglés y el francés. Y al mismo tiempo, él ha trasladado a la literatura
mexicana a latitudes donde no había llegado, ya sea porque ahí sitúa a sus
personajes o porque ha escrito de literatura mexicana para el interés de
lectores de otras partes.
Ahora todos esperamos
ansiosos esa novela que está escribiendo y que está ubicada en el siglo XIX en
Veracruz, cuando Veracruz era el puerto de entrada a México y era sumamente
cosmopolita. Pero quizás lo que parece más interesante de esa novela es que ya
la perdió dos veces y cada vez que pierde algo le va muy bien. Primero dejó el
manuscrito en un hotel de Madrid hace como tres años y él había estado en
Barcelona y Madrid y no sabía dónde había dejado el manuscrito. Lo dejó en un
hotel que, por cierto, acaba de cerrar y era un hotel muy literario porque
allí, en una época, vivió Ernest Hemingway. Era el hotel Suecia y era tan
literario que la camarera llegó al cuarto y vio un bonche de hojas, unas
doscientas hojas garrapateadas, otra camarera hubiera pensado que eran basura,
pero como sabía que allí se hospedaban muchos escritores las guardaron durante
dos meses hasta que Sergio se acordó de lo que había pasado y la novela fue
recuperada por Ricardo Cayuela, y se la mandó a Sergio por DHL, pero llegó la
novela a su casa y la volvió a perder. Esta vez en su casa. Es un manuscrito
que se le pierde y lo recupera y eso me parece el mejor de los indicios porque
su literatura está hecha de confusiones y pérdidas. Por ejemplo, el famoso
recorrido que menciona Vila-Matas y que
yo también escribí, de que él llegó a Venecia y no sabía dónde había puesto sus
anteojos, en realidad los había dejado en su maleta, pero visitó Venecia con
mala vista, entonces le pareció una ciudad súper espectacular, fantasmagórica,
espectral y esa “ceguera” lo llevó a tener unas excursiones parecidas al cine
expresionista, y fue interesantísimo gracias a que no podía ver bien. Le pasa
lo mismo que en el texto El oscuro hermano gemelo, que está en una cena
y hay una persona que está cerca del oído con el que él no oye bien, que es el
oído izquierdo, entonces las cosas que le vienen de ese lado no las puede
escuchar bien, entonces empieza a escuchar palabras sueltas y a inventar una
historia que es maravillosa, ciertamente mucho mejor que la historia real que
se estaba contando allí. Entonces estas pérdidas a él lo potencian mucho y yo
creo que el manuscrito es muy buen augurio que lo haya perdido.
Enrique Vila-Matas, hincha del
Barcelona, realiza un viaje vertical hacia el nacimiento de su amistad con el
autor de El desfile del amor
Sergio Pitol fue la
primera persona que me habló como si yo fuera un escritor cuando en realidad yo
sólo había publicado un librito de amateur, Mujer en el espejo,
publicado por Tusquets en España en 1973, a mi regreso del servicio militar en
África. Me habló como si me viera ahora, que sí me siento un escritor. Se
anticipó a todos.
La influencia de un
escritor como Pitol se notará a través del tiempo, muy suavemente, no de golpe,
sino con lentitud, pero hará estragos, de pronto será algo fulminante. Estoy
seguro de que no alcanzaré a verlo. Ocurrirá en el tiempo. De pronto todo el
mundo será pitoliano. Y para saber cómo será ese mundo no es necesario abrir
bien los ojos, sino escuchar bien porque aquellos que son pitolianos se ríen de
una manera infinitamente seria.
Sé que corre la versión
de que algún día podríamos escribir un libro conjunto, pero aclaro que en
realidad será a seis manos. Ya una vez contábamos con lo que podríamos llamar
un tercer hombre. Ese otro se llamaba Orlac, pero se perdió en la niebla de
Varsovia, una noche de agosto del 73.
Que Sergio sea Premio
Cervantes me entusiasma porque si algo puede sublevarme, son ese tipo de
escritores que, debido a que quieren funcionar bien en la cultura de masas, se
presentan como hombres sencillos,
personas que de ninguna manera deben ser vistas como intelectuales. Ellos
escriben historias por el placer de contarlas, y punto. Sobre todo nada de
asustar a la clientela.
En oposición a estos
lacayos del mercado, a estos neopopulistas
de la cultura de masas, va emergiendo una tradición culta y con gusto
por el complot y por lo clandestino que
rechaza la inocencia narrativa y comparte la certeza de que el mundo ya ha sido
narrado, pero que el misterio de la escritura permanece y exige todavía una
nueva vuelta de tuerca y nuevas formas y estructuras para las novelas; una
tradición culta y cervantina y reflexiva en torno a lo literario.
Laura Demeneghi, quien realizó un
documental sobre la vida y obra de su tío, se acuerda de aquellos años cuando
de niña le decían que su tío era embajador y ella pensaba que en realidad era
el rey de Europa
Mi tío tiene mucho
parecido con mi papá. Y aunque son primos hermanos ellos se consideran
hermanos. Mi papá lo considera su hermano mayor. Gracias a mi tío es que mi
papá empezó a leer desde muy chico. Se llevan nada más tres años. Y yo tengo
una relación súper estrecha con mi tío y con el tío que es papá de mi papá.
Entonces desde chica era ir a Córdoba y escuchar cómo era la vida en Potrero y
la nona Catalina, entonces jamás vi a mi tío, ni lo veo ahora, como una
figura, más bien lo veo como un tío, del cual me parezco mucho, tengo muchas
similitudes con él en la forma en la que vemos la vida, en el cariño a los
animales, en no tener tantos apegos. Él tiene una filosofía muy budista y a él
no le interesa la fama. Su pasión es la literatura, es obvio, pero a él no le
late que le pidan un autógrafo, que le tomen fotografías, trata siempre de
alejarse. Y creo que esa actitud es bastante chida. Con mi tío hablo mucho de
mi bisabuela, la nona Catalina. Ella era la mamá de mi nono
Agustín. Y aunque nunca la conocí, era una señora increíble, con un carácter
muy fuerte, y con un sentido del humor increíble, que se queda viuda muy joven,
que viene de Italia en plena revolución y que aparte tiene que sacar adelante a
dos hijos. Mi tío Sergio se quedó huérfano a los cuatro años y ella es una
señora que los saca adelante sin nada, sin dinero, sin apoyo y en un país
extranjero. A mí me marcó mucho la vida de mi tío Sergio, de mi tío Ángel y la
de su hermanita que se llamaba Cristina, que también se murió a los dos años.
Cementerio de tordos retrata muy bien lo que se vivía en la familia en aquel
momento. La trama está inspirada en la vida que tuvo mi tío en Potrero. Tomemos
en cuenta que cuando él vivía allí, él había perdido a sus padres, vivía con su
tío, que es mi abuelo, y como era muy chico no entendía por qué su padre había
muerto y por qué él estaba ahí. Niño ruso, que es la primera parte del
documental que rodé, rinde homenaje a esa época donde mi tío se enfrenta a la
pérdida de sus padres. También conseguimos entrevistar a su primera maestra,
Rosita Rincón, y ella nos contó cómo mi tío era súper tímido e introvertido, y
cómo se refugiaba mucho en ella, en las clases de inglés y geografía porque
quizás también la veía como su mamá.
Tiempo cercado
lleva al académico Mario Muñoz a considerar que este primer libro de cuentos
funda todo el sistema narrativo de Sergio Pitol
Este libro es de 1959 y
Sergio tenía 25 años cuando lo publica. Ya desde entonces son notables sus
cuentos. El libro lo edita José de la Colina en una colección que se titulaba
La aventura y el orden, y este libro tuvo muy mala distribución porque sólo se
colocaron como cien ejemplares en las librerías y muy escasos lectores lo
leyeron, según lo declara el propio Sergio en El mago de Viena. Y ahora
bien, la editorial que publica este primer libro era una editorial del poeta
Elías Nandino porque Sergio había trabajado en la revista Estaciones que
precisamente dirigía Nandino, y José de la Colina, si no estoy mal informado,
también formaba parte de ese cuerpo de redactores, por lo tanto, en esa época
José de la Colina, que también era muy joven, quedó al frente de esta colección
que así se llamaba al principio y no tuvo más fortuna, creo que el único título
que se publicó fue Tiempo cercado.
Yo tengo un ejemplar
pero no aparece registrado el número de ejemplares, pero no llegaba a 500
ejemplares. Comenta Sergio en alguna ocasión que si acaso aparecieron una o dos
reseñas, y una de ellas era de José Emilio Pacheco, que publicaba en la revista
Estaciones donde por cierto José Emilio ya avizoraba un futuro bastante
prometedor para el entonces joven escritor, sin embargo, Sergio considera que
ese libro no cumplió con las expectativas que él se había fijado.
Este libro tiene una
característica muy especial porque la mayoría de los siete cuentos trascurren en ese espacio mítico que Sergio
creó y que es el pueblo de San Rafael, desde luego en el contexto veracruzano y
leyendo estos cuentos hay una especie de continuidad cronológica en el sentido histórico
porque el cuento que relata las vicisitudes de Victorio Ferri, el texto más
conocido de Sergio, en lo que se refiere a cuentos, tiene lugar en el
porfiriato y uno de los últimos cuentos que están allí reunidos ya se
desarrolla en la década de los años 50 en el periodo en el que el libro fue
publicado, y salvo este texto, todos los demás ocurren en el contexto de San
Rafael, a través de ese contexto advertimos la revolución mexicana, la guerra
cristera, el proceso de disolvencia de los feudos, precisamente cuando la
famosa familia Ferri comienza a cambiar de estatus social, de ser latifundistas
pasan a ser grandes inversionistas de capital y tenemos una cuestión muy
interesante en este primer volumen y es que el estilo de Sergio ya se puede
apreciar, ese estilo elíptico, que tiene, a mi modo de ver, vacíos de
información que el lector tiene que completar, es un libro donde también se van
prefigurando los aspectos carnavalescos y la caracterización de sus heroínas.
Además aparece otra constante y que es la enfermedad. Aquí hay niños enfermos
hasta personajes mayores afectados por distintos problemas de salud. Por
ejemplo, nos encontramos los niños con afecciones mentales, uno que cae en la
locura en el texto “Semejante a los dioses”, otro también que está prefigurando
un desequilibrio mental que es “Victorio Ferri cuenta un cuento”. Hay mujeres
trastornadas como la Jesusa del cuento “Los Ferri”. Amelia Otero es otra
protagonista que después de cometer un supuesto asesinato porque en realidad el
texto no descubre qué fue lo que sucedió, al aparecer muerto su amante a ella
se le encuentra trastornada. Por lo consiguiente la locura es otro elemento que
también aparecerá en textos posteriores de Sergio.
San Rafael es el disfraz
de la región de Huatusco. Es una zona cafetalera de tierra caliente y los
cuentos tienen una innegable influencia de William Faulkner. Esto es muy
significativo porque en Colombia Gabriel García Márquez estaba creando su mito
de Macondo, y Sergio, a su vez, estaba creando el mito de San Rafael, que por
cierto en libros posteriores ya no lo vuelve a retomar.
Y lo más interesante es
que en el segundo libro que publica Infierno de todos, editado en 1964
por la Universidad Veracruzana en la colección Ficción, varios de los cuentos
del primer volumen van a pasar a formar parte del segundo y otros son
definitivamente eliminados.
Quedan en ese volumen
“Victorio Ferri cuenta un cuento”, “Semejante a los dioses”, “Los Ferri”, y el
mismo título del libro, Tiempo cercado, va a dar a su vez titulación a
un cuento que en el primer libro no aparece pero que en este segundo libro será
un texto nuevo pero con el título de “Tiempo cercado”. De alguna manera es un
homenaje al primer libro y después hay otros cuentos que no estaban figurando
en el primer libro y que ya Sergio los redacta, a mi entender, en su largo
primer viaje europeo, que lo hace por barco y esto es importante de destacar
porque según las declaraciones del propio Sergio, cuando apareció su primer
libro y a consecuencia de que no tuvo buena recepción, hubo un periodo más o
menos de dos a tres años en que dejó, literalmente, de escribir. Eso sí,
continuó leyendo mucho pero vino una especie de desencanto por la escritura
porque en ese momento él consideraba que no tenía posibilidades de escritor,
por lo mismo que sus amigos próximos tampoco se entusiasmaron por los textos
del primer libro. De manera que el segundo incluyó algunos que a Sergio le
parecieron importantes del primer libro, salvables, e incluye nuevos textos.
Aunque cabe hacer notar que desde este segundo libro y en adelante los textos
que Sergio retoma y que reedita en títulos posteriores, siempre los rehace.
Siempre hace cambios, modificaciones sustanciales.
Gilberto Gutiérrez Silva, líder de
Mono Blanco, ensaya una canción y van engarzándose los versos
Para mí la obra de Sergio Pitol suena a vivencias,
a imaginación, a cotidianeidad. Su escritura es una melodía de nostalgia de lo
vivido y de lo que a uno le gusta y de lo que uno quisiera tener. Si pudiera
darle un regalo no sería un libro ni una canción. Sería una naranja.♦Por Arturo Mendoza Mociño