En esta posición onda 69 la pistola me queda más a la derecha [SkyFall] |
La nueva entrega
cinematográfica del famoso espía creado por Ian Fleming, Skyfall 007, es una película que, afirma Raciel Martínez, “adensa,
con inusitado control y pericia al combinar acción y drama, el cenáculo del
espionaje en el contexto del fin de los estado-nación”.
La disolución de los estado-nación evidencia, entre otros efectos,
el vacío de los cuerpos de inteligencia en el plano internacional. En este
sentido Skyfall 007, la última entrega de James Bond, adensa, con
inusitado control y pericia al combinar acción y drama, el cenáculo del
espionaje en el contexto del fin de los estado-nación.
Ian Fleming creó a su personaje hace sesenta años
aprovechando la atmósfera política de la posguerra para subrayar,
concéntricamente –casi medio siglo en pantalla grande–, la teoría de la
conspiración que tantos frutos simbólicos arrojó a la cultura pop de los
Estados Unidos desde los súper héroes de cómic de la Marvel hasta el cine
conspiratorio tipo La firma o La red.
Dicha circunstancia en la que bordó Fleming a un
divertido opositor a la amenaza comunista –incluso en la moda del vestir eran
vilipendiados los rojos–, se transformó radicalmente sin péndulo
político visible, para dejar como personaje de la tercera edad a su agente con
licencia para matar (que por cierto no era cruel hasta que lo interpretó Daniel
Graig).
Por un lado las instituciones garantes de la
seguridad, como los agentes secretos, y por el otro los mercenarios contratados
para generar miedo –los terroristas–, han sufrido una serie de cambios al
terminarse la Guerra Fría y entrar en el mundo globalizado en donde las
políticas neoliberales y los grandes consorcios son los que posmodernamente
establecen las reglas del juego con tamices transfronterizos.
En Carlos, película sin concesiones acerca
del enigmático terrorista que asoló Europa en la década de los setenta, el
director francés Olivier Assayas mostraba cómo el terrorismo obedecía a una
lógica geopolítica donde las ideologías pasaban a un segundo plano. Assayas,
suspicaz, mostraba cómo la caída del Muro de Berlín fue un punto de inflexión
para entender esa pseudo justificación para el fanático enajenado por
exterminar a los cerdos capitalistas.
Sam Mendes lo vio venir y filma en Skyfall 007 el
epitafio de esa seguridad cuyo discurso y operación están en franca decadencia
(seamos justos y también demos crédito a la saga de Misión imposible que
ha registrado precisamente esos cambios en el mundo de los agentes secretos).
En discurso, el espionaje se pierde entre la
ausencia de banderas por las cuales luchar –porque habrá que recordar que ya no
hay enemigo, pues todos son socios o pertenecen a una comunidad–, tal y como se
queja M en Skyfall 007. El crimen transnacional desborda en la etapa
contemporánea la justificación ideológica de mantener a los agentes secretos.
Pero eso quizás todavía pudiera entenderse y servir
de justificación, lo que no puede darse marcha atrás es en la decadente
operación de la agencia secreta. Y es que estamos ante criminales cibernéticos
en donde se vulnera cualquier tipo de seguridad física, donde los hackers
minan y roban los datos que habían permanecido ultra resguardados a través de
un conocimiento tecnológico.
Estaría de acuerdo con Sergio González Rodríguez en
que Mendes rodó con Skyfall 007 una pieza fílmica que se antoja
paradigmática por los acentos tan marcados entre una y otra época (marcados
inclusive en los detalles de atmósferas al pasar de Estambul, Turquía, y
Londres, Inglaterra, a la luz neón y led de Shangai, China), y por el grosor
impuesto al blockbuster.
De hecho, es tal la impotencia que provoca la
astucia posmoderna del terrorista Silva, que James Bond opta por regresar a los
orígenes en su casa de nacimiento refundida en la campiña y tendrá como Sancho
a un increíble Albert Finney con rudimentaria escopeta en mano. Las plumas con
efecto explosivo resultan ñoñísimas para el sofisticado armamento de Silva, una
deliberada mezcla cóctel de villano: con el psicologismo amedrentador de
Lecter, la locuacidad sociópata del Guasón, la épica imperial de Duvall en Apocalipsis
now, hasta la máquina-sicario de Sin lugar para los débiles de los
hermanos Coen.
Mendes consigue una profundidad inusual en un
personaje que había permanecido sin aristas mientras la retórica política
duraba. Pero cuando ya se corre el velo, entonces 007 se beneficia de los
arrestos de un director que nos enseñó espesor dramático en Belleza
americana, Camino a la perdición y Vía revolucionaria y
ahora en Skyfall 007. Y hasta se da el lujo de una resurrección
romántica a partir de un desfasado y elegante DB5.♦
Sky fall 007. Director: Sam Mendes. Con: Daniel Graig, Javier
Bardem y Naomie Harris. Duración: 143 minutos. Estados Unidos, 2012.
Por Raciel D. Martínez