Rubén Bonifaz Nuño |
Rubén Bonifaz Nuño (Córdoba, Veracruz, 1923)
falleció un día de enero en su casa de la ciudad de México. Reproducimos aquí
una de las pocas entrevistas que concedió en su larga vida. Un tanto renuente,
el poeta le expuso a Dionicio Morales, su interlocutor: “La soledad es solamente una ilusión juvenil.
En realidad, a mi manera de ver las cosas, la soledad no existe [...] La vida se hace, estrictamente lo mejor de la
vida, con las relaciones entre los seres humanos”.
En 1995 el FCE, con motivo de los cincuenta años de la publicación del libro
La muerte del ángel, 1945, de Rubén Bonifaz Nuño, reimprimió De
otro modo lo mismo (1945-1971), editado como obra completa en l978. Para la
presentación de este libro me invitaron a participar, con la actriz Susana
Alexander, en un acto de homenaje para el gran poeta mexicano y escribí un
guión especial basado en su poesía. Sabido es que Bonifaz Nuño es muy reacio a
conceder entrevistas pero, con el pretexto del reconocimiento, le llamé por
teléfono para concertar una cita; el poeta, nacido en Córdoba, Veracruz, en
1923, se defendió como pudo y al final, aunque un poco molesto, accedió. Debo
confesar que su aprobación se debió al cariño y a la amistad que lo une con
Susana Alexander desde los tiempos en que ella, de 12 años, y él un poeta ya
reconocido, estudiaban en la Alianza Francesa. Llegué antes de tiempo a su
oficina de la Universidad Nacional Autónoma de México, nervioso, con algunos
apuntes para la entrevista. Él hizo acto de presencia un largo rato después de
la hora concertada, contra toda su costumbre, ya que siempre es muy puntual. Su
paso apresurado, su cara de pocos amigos, su agitación, hicieron que mi
inquietud creciera. Después del saludo de rigor y de sentarnos, me contó que
venía de su cita con el oftalmólogo –¿o con el oculista?– y que saliendo de su
consultorio descubrió que le habían robado el coche y que por eso llegaba
tarde. Respiré con un poco de tranquilidad al saber que no era yo del todo el
causante de su molestia. Después de una breve charla respecto a por qué no
concedía entrevistas, la que sirvió para que yo perdiera entre mis papeles los
apuntes que llevaba preparados, me dijo: “Terminemos con esto”. Yo, como los
priistas salinistas, me hice bolas pero no era cosa de desaprovechar la
oportunidad de oro. Olvidando mis apuntes previos empecé “otra” entrevista.
Bonifaz Nuño respondía con bastante parquedad a mis preguntas. Mi nerviosismo e
incomodidad crecían. El poeta no lo decía pero deseaba que el suplicio
terminara pronto. A la mitad de mi interrogatorio comentó: “Usted sí me ha
leído”. Alcancé a sonreír y a relajarme un poco. Cuando todavía me faltaban
varias preguntas por hacer, sonó el teléfono y el ilustre veracruzano fue a
contestar. La irritación volvió a reflejarse en su rostro mientras escuchaba la
otra voz. Era un periodista que le llamaba para solicitarle una entrevista. Él,
molesto, repitió que no concedía entrevistas pero alcanzó a decirle que yo,
precisamente, lo estaba torturando en ese momento. Al oír mi nombre el
periodista, Alejandro Ortiz, le comentó que era mi amigo, lo que aprovechó el
maestro Bonifaz Nuño para quitárselo de encima diciéndole: “Pues hable con
Dionicio y que él le cuente de lo que hablamos”, y colgó. La entrevista aquí
está.
Dionicio
Morales: Maestro, con la reimpresión de su libro De otro modo lo
mismo se cumplen cincuenta años desde
que inició su trabajo creador. ¿Cómo ve su obra a esta distancia?
R. B. N.: La labor creadora, que llama usted así a la de
escribir versos, la veo como una serie de experimentos. Usted sabe que la
poesía, si es que he llegado a hacer poesía, es siempre una obra experimental.
He tratado de hacer siempre cosas que no se parezcan a las que he escrito
anteriormente, he buscado el cambio, no el que está tan de moda ahora sino el
cambio en recursos literarios para hacerme a mí mismo más ligero y más
agradable el acto de escribir.
¿Está
satisfecho, a esta alturas, de lo que la poesía le ha dado y de lo que usted le
ha dado a la poesía?
Mire, yo no le he dado nada a la poesía y estoy
satisfecho porque la he escrito con el mayor de los gustos. Yo creo que los
mejores placeres que he tenido en la vida los siento cuando trato de escribir
este tipo de cosas. Yo escribo otras muchas cosas de distintas maneras pero las
hago, digamos, por obligación, para desquitar mi sueldo. Pero éstas las hago
estrictamente por placer; siempre las he hecho de esa manera.
Hablando en
términos generales, casi todo primer libro de un poeta es de
amor. La muerte del
ángel, 1945, está escrito a la poesía, lo que quiere decir que usted, desde
sus inicios, pactó un compromiso con ella.
Sí, es que las mujeres y los poemas son lo mismo,
exactamente. Lo que decía Bécquer: “Poesía eres tú”, en el fondo es la
pura verdad.
Pero es raro
que desde su primer libro se cuestione directamente lo que es la poesía.
No sé si me lo propuse. Cómo me voy a acordar, pues
inclusive ahora que algo sé de esas cosas considero que es un concepto
totalmente indesentrañable. No creo que nadie haya podido decir qué es la
poesía de una manera válida porque lo que uno dice de la poesía en el poema, es
lo que uno opina de la poesía y del poema. Lo que yo opino de la poesía es completamente
distinto de lo que opina usted, por ejemplo.
Puede ser...
pero podemos tener coincidencias.
También, claro. Todos las tenemos. Vivimos en
coincidencia todos en ser estrictamente.
Entonces es
cierto que la poesía no es de nadie. Recuerdo que usted escribió un verso que
dice: “Como tú eras de nadie, te detuve”.
Fíjese nada más, lo primero que escribí. Claro que no es
de nadie, la poesía es de todos. Usted acaba de hablar de los lectores, de
todos los que pueden leerla u oírla; yo creo que la poesía se escribe más para
las orejas que para los ojos.
Es cierto,
maestro. También veo en el inicio de su obra marcadamente una soledad juvenil
pero madura...
La soledad es solamente una ilusión juvenil. En realidad,
a mi manera de ver las cosas, la soledad no existe. Estamos viviendo junto con
seres humanos. La vida se hace, estrictamente lo mejor de la vida, con las
relaciones entre los seres humanos. Ojalá hubiera soledad porque sería un
estado delicioso, o un estado de un hombre sin compromisos, sin relaciones, sin
nada: él solo en la más absoluta libertad.
Pero eso es lo
que piensa usted ahora, no es lo mismo que pensaba aquel joven poeta...
No, no. Absolutamente no, por eso le digo que la soledad
es una ilusión juvenil.
Necesaria...
Necesaria, por supuesto.
No solamente
para el momento de la creación, para las vivencias...
Mire qué curioso. Le acabo de decir que la soledad es un
estado feliz de libertad. Precisamente le decía que el acto de escribir, para
mí, es un acto de libertad. Entonces tal vez sí, en el momento en que pongo el
papel en la máquina y empiezo a dejar que las palabras se hilvanen unas con
otras, estoy solo. Pero es una soledad relativa porque entre otras cosas estoy
manejando palabras, y las palabras son el medio como el hombre se relaciona con
los demás. Así que es una soledad para salir de la soledad inmediata y para
encontrarle compañía.
También está
acompañado de la música...
También, claro, por
eso le decía que la poesía es para las orejas.
Dios está en su
poesía, maestro.
Mire, la cuestión es ésta. El concepto de Dios... por
favor no hablemos de eso. Si tuviéramos 18 años estuviéramos metidos en una
discusión pero desgraciada o afortunadamente no los tenemos. Uso siempre
recursos de la liturgia religiosa porque me parece que es un mundo poético
excepcional. Hablo de la religión de la Iglesia católica. De allí vienen todas
estas relaciones y esos conceptos. En último término, tal vez no esté hablando
de Dios sino de principios cristianos.
Notamos que
desde su primer libro usted elige las formas clásicas.
No, mire, el primer libro es, en último término, un libro
de ejercicios donde yo estoy aprendiendo la mecánica de la versificación. La
uso ciñéndome a reglas aprendidas y a lecturas de autores. Usted encontrará
fácilmente en esos sonetos lo mismo a Lope de Vega que a Carlos Pellicer,
porque eran mis lecturas con las que me estaba formando un oficio, pero
últimamente las formas clásicas están abandonadas casi por completo. He escrito
tipos de versificación inventados por mí; o si no inventados, elaborados por
mí.
Que ningún
autor había tocado con esa fe, con esa claridad, con esa vastedad con que usted
las toca.
Bueno, el caso es eso, porque yo trato de hacer un
lenguaje propio, mío, para escribir versos. Busco un ritmo que se aproxime al
habla de la conversación humana. Por eso eludo estas formas de sonetos y demás,
para crear esa manera de hablar que le digo, después de imágenes donde estoy
haciendo los ejercicios a plena conciencia, y ya teniendo un relativo dominio
de la técnica literaria. Después de La muerte del ángel son muy pocas
las cosas que he escrito en formas clásicas.
Bueno, le
llamamos clásicos a los eneasílabos con los que usted escribió un libro: El ala del tibre, 1969.
Ciertamente es clásico porque es un verso que yo he tomado
de la estrofa arcaica de un poeta de quién sabe cuántos siglos antes de Cristo.
En ese sentido sí es clásico.
De pronto he
visto en su escritura, sobre todo en sus inicios, que usted va alternando...
Para escribir, digamos que yo pongo una especie de caldo
de cultivo donde tengo un montón de palabras depositadas; esas por sí solas van
evolucionando a ese caldo de cultivo, se van uniendo unas con otras en una
suerte de reacciones químicas y van formando expresiones. Otra cosa: yo he
dicho siempre que la poesía, como dijo ya algún poeta francés, no se hace con
ideas sino con palabras; yo voy un poco más allá, creo que la poesía no se hace
con palabras sino con ritmos. De tal manera, cuando me pongo a tratar de
escribir, estoy llenando ritmos vacíos que las palabras van ocupando
naturalmente haciendo ellas mismas el trabajo que podríamos llamar poético.
Lo que usted
llama ritmos ¿es a lo que Pellicer llamaba música-riachuelo?
No.
Su poesía está
llena de mujeres, ¿existieron todas en su vida, algunas son inventadas o
soñadas, o unas reciben el nombre de otras?
La cuestión está en que uno tiene que ver que cada mujer
es todas las mujeres al mismo tiempo. Claro que hay inventadas, hay históricas,
con las cuales no tuve nada que ver, como Santa Teresa de Jesús, que le juro no
tuve nada qué ver con ella. Está Eloísa y demás mujeres...
Georgette...
Georgette, la mujer de Maeterlinck, pero en realidad
todas las mujeres son reales.
¿Todavía piensa
que todos somos indigentes y que sólo nos ampara la belleza?
No, eso dejé de pensarlo hace mucho tiempo.
A ver, ¿por
qué?
Desde luego, no somos indigentes porque podemos
relacionarnos con seres humanos y la belleza nos ampara muy poco. Hay cosas que
nos amparan mucho más que la belleza, por ejemplo, la justicia social.
Una curiosidad.
Releyendo su obra me di cuenta de que casi siempre utiliza la palabra
“ventana”. ¿Qué sentido tiene para usted?
Vuelvo a lo mismo. La ventana es donde uno se asoma a ver
al mundo. Cuando usted se asoma por la ventana es a ver si el cartero está
tocando la puerta. La puerta es para salir o para entrar. La ventana es para
asomarse.
¿Usted amó o
estuvo enamorado muchas veces, maestro?...
¡Ay!, toda la vida, toda la vida padeciendo como un
desventurado.
Porque usted
dice que no es lo mismo amar que estar enamorado.
Sí, y no lo digo yo, lo dice Dostovieski, yo me lo
fusilé.
Y usted ha
pasado por todas esas etapas...
Claro, por todas, absolutamente, de ida y vuelta. Así
como le digo que la poesía es siempre experimental, el amor siempre es
experimental también, siempre es diferente, siempre es nuevo.
No se termina
de aprender...
Nunca, sería un aburrimiento atroz que se aprendiera uno
todo lo que hay en ese lugar.
¿Las mujeres
son impredecibles?
Son de todas maneras. Son predecibles, impredecibles; son
grandes, chicas: son todo. Son los seres mejor construidos del universo.
Nosotros no hacemos más que andar imitando lo que podemos, ellas lo saben todo,
son puntos universales centrados en un solo ser. Ahí sí puede usted hablar de
elementos subatómicos, de galaxias; todo eso está contenido en el ser de una
mujer, en su circulación sanguínea, en su respiración, en sus palabras, en
todo.
Y el papel que
le ha dado el mundo, hablando de nuestra tradición judeo-cristiana para acá,
¿corresponde a su valor, a lo que ella es en la vida?
Por supuesto que
no porque eso es una situación hecha por hombres y nosotros tratamos de
disimular su superioridad, si no no podríamos presentarnos en público. Si
manifestáramos lo que son las mujeres, ¡por Dios!, seríamos como moscas volando
alrededor de una torre.
Entonces ¿más
vale no conocerlas del todo?
Es imposible, tal vez valiera muchísimo conocerlas pero
es una cosa irrealizable.
No hay tiempo
suficiente para ello.
Ni capacidad. Nos pueden dar cien mil millones de años y
no tendríamos nunca la capacidad de poder definir lo que es una mujer y, mucho
menos, comprenderla.
Insisto,
después de tantos años de ejercer el oficio que usted eligió de cantar, ¿cómo
lo ve desde estas alturas?
Ya le dije, es el oficio en el que ejerzo la ilusión de
ser libre. Y si me pregunta usted qué opino de eso como cosa mía, no opino nada
porque desde el momento en que yo publico unas líneas, esas líneas dejan de ser
mías, casi nunca las vuelvo a ver. La última vez que yo leo algo mío es cuando
corrijo las pruebas para que se imprima el libro.
Después, ¿ni
por curiosidad?
Ponerse
a releer las cosas yo lo compararía a un estudio de arqueología, doloroso; por
eso hacer excavaciones para ver qué cosas encuentro mías, me parece un horrible
masoquismo. No, eso se acabó y vamos a hacer cosas nuevas. ♦ Por Dionicio Morales