La Orquesta Sinfónica de Xalapa en concierto. |
Héctor Miguel Sánchez
revisa las dos primeras funciones de la primera temporada de conciertos de la
Orquesta Sinfónica de Xalapa durante este 2013. Interpretando a Ellington,
Gershwin, Ravel y Rimski-Korsakok, la orquesta fue de lo vanguardista a lo
memorable.
Abrió la Orquesta Sinfónica de Xalapa su primera temporada de
conciertos 2013 con un programa que incluyó la Obertura cubana de
Gershwin, las danzas sinfónicas de West side story de Bernstein, y el
arreglo a la suite de El cascanueces de Duke Ellington. Las piezas nos
parecieron muy bien seleccionadas, por su contemporaneidad –no tanto cronológica como estilística: ritmos
asincopados, variedad de timbres orquestales y tempi, un juego
pronunciado con los silencios, breves disonancias, etcétera. Ordenadas de menos
a más “radical”, las piezas nos ofrecieron un panorama del “vanguardismo” en la
historia de la música.
Sin embargo, las interpretaciones no resultaron tan
afortunadas: nos encontramos con una orquesta que apenas estaba recobrando el
ritmo. Salvo por la sección de percusiones, que ya se mostró al cien por ciento
(coordinada, intensa y llena de texturas), el resto de la agrupación, sobre
todo su familia de cuerdas, careció de la fuerza interpretativa que le llegamos
a escuchar hacia el último tercio del año pasado. La música sonó bien tocada y
bien estudiada, pero todavía no introyectada en cada ejecutante para
producir un efecto estético de consideración. Los solos lucieron mucho
más que las partes de conjunto, muestra de que aún no se ha logrado el
necesario equilibrio entre lo individual y lo grupal: no un cuerpo al unísono,
sino (apenas) miembros tocando en simultaneidad.
Por supuesto, hubo pasajes excelentes –probablemente, ensayados con más asiduidad–: el adagio de cuerdas y el tempo
de conga en West side story, así como el quinto movimiento de la suite
de El cascanueces. Ha sido también de gran valor artístico el que, en
esta última pieza, el director le pidiera al contrabajista marcar con fuerza
los crescendi y diminuendi sucesivos en un par de compases de la
partitura. En general, un concierto interesante, pero el campo de mejora se nos
sugirió todavía muy vasto.
De distinto calibre fue, sin embargo, la
presentación del fin de semana siguiente, ya con el director titular al frente
de la Sinfónica de Xalapa. El programa nos pareció aquí nuevamente bien
seleccionado: la obertura a Ruslán y Ludmila de Glinka; Sherezade
de Rimski-Korsakov y Bolero de Ravel, piezas que, como lo apuntó el
director al inicio del concierto, se caracterizan por una gran orquestación y
que, por tanto, permiten el lucimiento del conjunto sinfónico como un todo.
Así, pasamos del melodismo alegre de las cuerdas (Ruslán) a la
sensualidad de violín, arpa y fagote (Sherezade) y, de allí, al ritmo
endemoniado del tambor y al “minimalismo” armónico (Bolero). Variedad
tímbrica y expresiva. En sí mismo, nada podemos reprocharle al programa –aunque, desde una perspectiva más amplia, sí
hemos de decir que queda nuevamente dentro del “paradigma romántico”: ¿alguna
vez veremos a la sinfónica incluyendo regularmente, por ejemplo, a Messiaen,
Stockhausen o Wolfgang Mitterer en su agenda?
Pero, a más de la selección musical, la
interpretación fue también bastante memorable: fuerza, textura, fluidez y
sincronía, las cuatro virtudes que le podemos pedir a una agrupación de
músicos, estuvieron aquí presentes desde el compás inicial de la Obertura,
lo que redundó en un concierto con gran proyección estética. La orquesta sonó
precisamente como eso, un todo en el que el instrumento individual y el
conjunto se articulan como un cuerpo en seguro movimiento. Hemos disfrutado en
particular de la Obertura y de “Una feria en Bagdad”, cuarta y última
parte de Sherezade, porque en ella legaron a su punto máximo las
virtudes interpretativas acumuladas durante las tres partes anteriores. No nos
han gustado tanto los compases finales de Bolero, inclinados ligeramente
al efectismo (y descuidados por algunos minutos en tempo y color) para
provocar, tal vez, la euforia del público –¡y
vaya que se consiguió! Yo hubiese preferido cerrar el concierto con una
elegancia al estilo de Sherezade. Pero, en general, la experiencia ha
sido memorable.♦
Por Héctor Miguel Sánchez