Darío Jaramillo [Foto: Mariana Veiga] |
Dos títulos de
reciente publicación, la Antología de la crónica latinoamericana actual
y Poesía en la canción popular latinoamericana, llevaron a Rafael Toriz
a Bogotá para entrevistar a su autor: Darío Jaramillo Agudelo. Considerado uno
de los mayores poetas en lengua castellana, el colombiano es también un
prosista reconocido, novelas y ensayos suyos así lo confirman. Sobre su ensayo del
cancionero latinoamerico, Jaramillo Agudelo le confiesa a Toriz: “La música
premodela el sentir. Dicho en términos filosóficos, sería como decir que las
categorías emocionales son procedentes de la música”.
A través de
una obra tan vasta como sólida –sin dejar de ser tersa y transparente–, Darío Jaramillo Agudelo (1947) se ha erigido
como uno de los mayores poetas hispanoamericanos contemporáneos, cultivando
también la narrativa a través de novelas y textos autobiográficos y prosas de
una extraña belleza como su Guía para
viajeros o la varia invención desplegada en La voz interior.
Hoy
por hoy, Jaramillo Agudelo es la figura de mayor envergadura de las letras
colombianas y, a no dudarlo, una de la voces más potentes de la literatura en
castellano. Con su ensayo Poesía en la canción popular latinoamericana,
publicado por Pre-Textos, exploró la historia del tango, el bolero y las
rancheras en la primera mitad del siglo XX. Esta charla se llevó a cabo en su
departamento de Parque Nacional en Bogotá.
R. T.: Antes de entrar al “cancionero”, quisiera preguntarte por Antología de la crónica latinoamericana actual, que preparaste para Alfaguara. ¿Crees que este libro es una piedra de
toque para comprender lo que está pasando con el periodismo narrativo en el
continente?
D.
J. A.: No, sería demasiada pretensión darle ese carácter sacramental o de
iniciación a esta obra. Este libro tiene un mérito y es que captó algo que se
estaba respirando, no inventó nada; la prueba de eso es que salió otra
antología por otra editorial. Cogí algo que estaba en el aire. ¿Qué está en el
aire? Una forma de escribir que representa cambios de fondo con respecto a lo
que se venía haciendo, y no porque la crónica sea nueva, sino porque ahora
tiene un mayor valor literario en este momento por muchos motivos, pero el
principal es que se trata de un arte que logró crear su propia economía. Ahora
hay revistas de crónica y los cronistas viven de escribir para revistas que
pagan el tiempo que requiere hacer una crónica, y dan talleres porque los
estudiantes lo demandan. Se ha creado ya todo un mundo donde se pueden anunciar
quiénes son la alineación titular de la crónica latinoamericana: Guerrero,
Caparrós, Villoro, Salcedo Ramos, Villanueva Chang y Lemebel. Se trata de un
coto cerrado interesante con una perspectiva hacia la cultura muy importante.
Sin embargo, recientemente estuve en un encuentro de cronistas en Chapultepec
(México) y diría que los mejores fueron los jóvenes, y no por demeritar el
brillo de los que ya sabemos que son geniales, sino porque ya se ve la
generación de relevo.
¿Crees que lo más granado, lo más exquisito de la prosa, está pasando por
la crónica más que por la narrativa tradicional?
Son
dos mundos aparte. Lo que es muy curioso es que los cronistas no van a ser
parte del parnaso de la novela, y a pesar de que hay muy buenos cronistas que
han escrito novelas, no están en el parnaso de la novela. Y viceversa. Hay otro
añadido de la crónica que es muy interesante. Creo que el lector típico de una
revista como Gatopardo, La mujer de mi vida, El Malpensante
o Soho no es lector habitual de libros; es el nerd al que le gustan las cosas
de ingeniería o los zapatos o las mujeres desnudas o los nuevos restaurantes.
El público habitual de la librería es otro. Han conseguido lectores de medios
que no son literarios. Antes los escritores de crónica querían ser narradores,
ahora los novelistas quieren hacer crónica.
Con respecto a la Poesía en la
canción popular latinoamericana, obra
que me causó una profunda emoción, quiero decirte que es un libro que muchos
estábamos esperando, puesto que se trata de una obra que compensa una falta en
la tradición de la canción popular y que, a diferencia de lo que pasa con la
canción estadounidense, nunca había sido abordada con tanta claridad por un
poeta profesional. ¿Escribes canciones?
Han
musicalizado poemas míos, pero nunca he escrito canciones. Creo que la
república de la música de la canción popular tiene su propio parnaso, como por
ejemplo Guty Cárdenas o José Alfredo Jiménez. Escribí este libro porque no
tenía más remedio, a mi me amamantaron esas canciones, crecí cuando esas
manifestaciones eran el centro de la cultura junto con la radio y el cine. Hoy
en día se trata de una influencia marginal, entre otras causas porque en las
casas había pocos discos y por eso se escuchaba toda la vida el mismo LP de Los
Panchos. Las canciones no eran las 40 principales que se reciclan cada semana,
sino que los tangos se escuchaban toda la vida, por lo cual uno se volvía
tangófilo. No había ese sentido de lo efímero que tienen hoy las canciones, que
tienen una vida media de dos semanas. Aquellas estaban inscritas con un taladro
en el alma porque siempre se oían las mismas canciones. Lo que descubrí
tratando de reunir letras y ver cómo era ese universo emocional es que uno
sentía lo que las canciones dictaban; lo prescriptivo, la manera de sentir, ya
estaba editado por las canciones. Tu guión estaba porque toda la vida
escuchabas a Manzanero, Tito Rodríguez y Pedro Vargas. Fue un evento que modeló
una manera de sentir y se ha ido reciclando. Luis Miguel grabó 12 boleros a
principios de los ochenta y también El Cigala. Y lo mismo ocurre con los
tangos. Por eso uno de repente oye “El día que me quieras, esa canción
de Roberto Carlos”, cuando en realidad es de Gardel. El conductismo de la
manera de sentir latinoamericana está predeterminado por genios populares.
Una de las cosas más hermosas de tu libro es que refleja la banda sonora de
varias generaciones y de literaturas, como la de Manuel Puig, testimonio en
papel de esa comunicación colectiva y amorosa que encarnan los boleros, por eso
decía Caetano Veloso que “si tienes una idea increíble, es mejor hacer una
canción, ya que sólo es posible filosofar en alemán”. ¿Crees que esta filosofía
del corazón, es decir la del merengue, el tango y la salsa, podría ser la
aportación esencial a la filosofía desde América Latina?
No
lo sé, no lo había pensado así, pero eso que estás diciendo es una forma de
enunciar lo que te decía al respecto de que la música premodela el sentir.
Dicho en términos filosóficos, sería como decir que las categorías emocionales
son procedentes de la música, entonces sí existe la posibilidad de enunciar
filosóficamente el asunto en el sentido de que la sensibilidad pueda ser una
categoría para entender. ¿Cómo siento yo? Siento como sienten las canciones que
estoy escuchando, con las que asocio lo que siento. Si estoy triste pongo a
Gardel, si estoy contento pongo a Beny Moré, y así.
Una cosa que se agradece leyendo tu libro es que va a contrapelo de la moda
de “rescatar” lo popular, haciendo de lo “kitsch” algo “cool”. Si algo se nota
en esta enciclopedia de la canción es el disfrute gozoso de un escucha
verdadero.
Yo
conocí a Manuel Puig, pero antes de conocerlo pensaba que él inventaba toda esa
cursilería, que era un señor muy culto capaz de ponerse en un segundo piso para
captar a las tías y a la clase media porteña y provinciana. Sin embargo, cuando
lo conocí me di cuenta de que él era como lo que cuenta en sus libros. No le
costaba ningún esfuerzo ser cursi. Era un hombre de una inmensa sensibilidad y
una enorme cultura. Acaso él usó como instrumento esa cultura, pero en ningún
momento despreció los elementos de su crianza. Puig era toda una señora, un
hombre encantador y delicioso.
Uno
no puede estar en contra de lo que lo amamantó: en mi casa sonaban las
grabaciones fonográficas y la radio.
¿Tenías
intención de decirles a los poetas cultos “escuchen”?
Me
interesaba ver cómo a través de elementos limitados se consiguen cosas
infinitas. Luego busqué textos de canciones que pudieran leerse como poemas y
cómo se conectaban con la tradición castellana de las letras del Siglo de Oro y
hasta el Romanticismo. Y es que se trata de mundos distintos y separados pero
que tienen un entramado común. Hay una poesía para ver y una poesía para oír.
Sostienes que
son pocos los poemas que resisten como canción y viceversa.
Así
es. Por ejemplo los tangos de Sábato o de Borges son comunes y corrientes.
Cadícamo es mejor letrista que Borges e incluso Santos Discépolo. Algunos se
han escondido, como el poeta Elías Nandino, que es posible que haya hecho
algunas letras. Hay entrecruzamientos, pero no como sucede en la historia de la
literatura brasileña con Vinicius de Moraes o en el caso mexicano con Agustín
Lara, que es un poeta importante, quien es un modernista menor, pero un
modernista que nos puso a cantar a todos Piensa en mí.
Escribiste un
libro que le habría encantado a Monsiváis.
Él lo conoció y lo iba a presentar, él fue la
persona que más me ayudó a pensar el tema. A él le gustó.
¿La salsa,
Rubén Blades?
¡Me
encanta! Blades es un autor extraordinario pero quise darle un horizonte
cronológico. Y creo que se trata de otro fenómeno. El son jarocho es una música
con unas letras extraordinarias, pero es otro tema. Yo trabajé músicas urbanas
y de autor que se produjeron en estudio.
El verdadero esperanto
latinoamericano, lo que nos unifica, es esta música.♦
Por Rafael Toriz