Estimado señor director:
Antes de iniciar la misiva habitual, mando un abrazo
solidario por la ausencia física de su señora madre, tesonera que vivía a pie
firme y que le recuerdo una gran sazón. Hoy la orfandad nos une y a la vez nos
fortalece en la solidaridad. Por fortuna tenemos el recurso de la nostalgia que
nos permite recordar con añoranza los
momentos agradables de nuestra historia. Asido a este pretexto, recuerdo ahora
a la gran Toña la Negra, voz sublime de la radio y constructora de la identidad
porteña de la primera mitad del siglo XX.
A mi madre le encantaba la voz de Toña,
debo suponer que a la suya le sucedía igual. Voz irrepetible que dejó su
impronta en la música popular de México cargada de boleros, rumbas y canciones
bajo la autoría, principalmente, de Agustín Lara.
Mientras escribo estas líneas oigo a
Toña la Negra y saboreo un Havana Club siete años para sentir la esencia del
Caribe. Cada vez que la escucho me convenzo más que María Antonieta Peregrino
es al bolero lo que Ella Fitzgerald o Sara Vaughan al jazz. Nacieron para ser
las intérpretes idóneas, sirenas que guían con sus voces a las almas en
extravío. Pieles morenas con alma de piratas de esa raza negra llena de
fortaleza que sabe sufrir, reír y cantar.
Los misterios de los personajes son
parte de su leyenda. Hay dos fechas que registran el nacimiento de Toña la
Negra. La primera, y la que se apresta a celebrar el protocolo gubernamental,
es el 17 de octubre de 1912. La segunda es la que registra Andrea López Monroy
en el libro Personaje populares de Veracruz, coordinado por
Félix-Báez Jorge y editado por el Gobierno del Estado de Veracruz y la
Universidad Veracruzana. En el escrito “Toña la Negra: sombras de una silueta
redondísima”, la autora consigna que “Antonia del Carmen Peregrino Álvarez
nació en el puerto jarocho el 2 de noviembre de 1912, según consta en el acta
de nacimiento número 168 expedida el 31 de enero de 1920 por la Oficina de
Registro Civil”. El territorio de su infancia y adolescencia fue el barrio de
La Huaca. Si en este siglo XXI lleno de avances tecnológicos los datos
oficiales no atinan a registrar quién es el muerto y hasta lo desaparecen, es
de perdonarse que una fecha de principios del siglo XX, aún con el olor a
pólvora de la Revolución, no esté asegurada. Lo único certero es que nació en
1912 y estamos ante el centenario de la voz que le dio identidad y sentido a la
canción Veracruz de Agustín Lara.
Como muchos artistas de la época, sus
éxitos se lograron desde los circuitos nocturnos más bajos del arrabal para
llegar a la meta deseada: la XEW, para continuar en los teatros de revista, los
centros nocturnos y el cine. Fue Agustín Lara quien descubrió la voz de Toña la
Negra, primero casualmente en el puerto, después en una audición en la casa del
Flaco de Oro hasta donde la originaria de La Huaca lo fue a buscar. El destino
estaba sellado, Agustín encontró la voz
ideal para una parte de su producción musical que completaría con Pedro Vargas.
Las interpretaciones de Toña la Negra son inolvidables. Su personalidad,
enigmática. Figura clásica de la mujer porteña: morena, robusta, firme como
baluarte ante cualquier adversidad pero, muy al contrario de la algarabía
tradicional de Veracruz, era reservada y, hasta cierto punto, un poco huraña.
A cien años de distancia, Toña la Negra
corre el riesgo de ser mandada al rincón del olvido. En ese periodo, la música
popular ha involucionado y en el puerto de Veracruz ha perdido identidad. Los
sonidos norteños y su entorno narco, más el perreo grotesco y la salsa
machacona, sumen al puerto en una atmósfera de mediocridad musical que le da la
espalda a sus mejores tradiciones del Caribe.
Cada época marca sus estilos, la de
Toña la Negra fue la síntesis de la gente del barrio que combinaba lo popular
con la calidad que permitía levantar la bandera del orgullo veracruzano al oír
la voz de la intérprete de Oración Caribe, con su esencia mulata haciendo eterna la última carcajada de la
Cumbancha.
¡Salud Toña! ¡Salud a las mujeres
eternas que construyeron la identidad veracruzana!
Conde de Saint Germain, duque de los Jardines de
Xalapa y pintor de angelitos negros. ♦Por Conde de Saint Germain