Cerrar el Centro Histórico al
transporte vehicular público, la creación de una ruta al tranvía amigable con
el entorno y el acondicionamiento de lotes baldíos para estacionamientos son
sólo algunas propuestas de Hipólito Rodríguez para contrarrestar el agudo caos
de las principales arterias de nuestra ciudad. En esta segunda parte de su
artículo, el autor insiste en un punto medular: la voluntad sin cortapisas de quienes nos gobiernan.
Todos lo vivimos: Xalapa se ha convertido en una ciudad
poco eficiente. La gente gasta cada vez más tiempo en desplazarse de su casa a
sus espacios de trabajo, de diversión, de compras, de servicios (escuelas,
centros de salud, trámites gubernamentales, bancos, etcétera). Los
embotellamientos no ocurren ya solamente en las horas pico, sino que se
presentan a cualquier hora y por cualquier motivo: basta con que a alguien se
le ocurra cerrar un carril en una avenida cualquiera para que eso afecte la
circulación de cientos de autos. Las horas que la gente pierde diariamente en transportarse
son horas que podría dedicar a descansar, a trabajar, a estar con su familia, a
participar en actividades creativas o recreativas. La ciudad se ha vuelto un
espacio que impide el desarrollo de nuestras actividades más importantes. La
ciudad ha dejado de ser agradable, ha perdido su encanto, y la torpeza que la
aqueja crece día con día. La contaminación que acompaña a los embotellamientos
no sólo deteriora la calidad del aire que respiramos, sino que es fruto de un
desperdicio de la energía en la que gastamos cada día más.
¿Qué hacer? ¿Cómo podríamos impedir que
el colesterol urbano, esa enfermedad que afecta a todas las ciudades del mundo,
fruto de la proliferación de los coches particulares, termine por producir un
infarto en el corazón de nuestra ciudad? Para los expertos en transporte urbano, para los urbanistas e
ingenieros de la vialidad, el problema podría resolverse ampliando los espacios
de circulación con que cuenta la ciudad. Al multiplicar los canales de
movilidad, se ofrecerían más calles y avenidas a los automovilistas, y estos no
sufrirían por lo estrecho de las arterias por las que circulan. Esa opción ha
sido adoptada por muchas ciudades. Haussmann en el siglo XIX transformó a
París, destruyendo el viejo diseño urbano, para abrir grandes bulevares. Hank
González, regente del D.F., hizo en los
años ochenta algo parecido al instaurar los llamados ejes viales. En Xalapa,
también se propusieron hace un par de años experimentar con los ejes viales,
convirtiendo a las vías de doble circulación en avenidas de un solo sentido.
Sin embargo, el fracaso no tardó en llegar: estaban convirtiendo a la ciudad en
un laberinto. El autoritarismo tiene límites. Se necesita ingenieros en
urbanismo, no aprendices de brujo.
Otra solución sería reducir el número
de vehículos. Si lo que nos agobia es el exceso de coches particulares, habría
que buscar maneras de disminuir el número de ellos. Sin embargo, en Xalapa, se
camina en sentido contrario: en los últimos años ha crecido de modo
extraordinario el parque vehicular. Una causa de ello se encuentra en la pésima
calidad del transporte colectivo. El
gobierno es responsable de esta situación. No regula adecuadamente el sistema
de transporte colectivo y, a fin de obtener más recursos, permitió que
proliferaran taxis particulares. Para nadie es un secreto que el principal
lubricante para que se autoricen nuevos permisos de taxis es la corrupción. Los
funcionarios obtienen fortunas al autorizar la venta de nuevas placas. Al
concluir el gobierno de Fidel Herrera, cada placa costaba entre 50 y 150 mil
pesos, según narran los propios taxistas, un gremio sumamente comunicativo. En
un año Xalapa vio entrar en circulación más de 3 500 taxis, y los interesados
desembolsaron más de 300 millones de pesos, enriqueciendo de manera ilícita a
los responsables de las oficinas de Tránsito (y sus cómplices en las altas
esferas de la fidelidad). Esa fue nuestra humilde aportación al cambio
climático.
Pero si se trata de reducir en serio el
número de vehículos particulares que circulan hay dos opciones. Una es aplicar
el programa “Hoy no circula” y la otra es mejorar el sistema de transporte
colectivo. La primera ha sido muy cuestionada en la propia ciudad de México:
más que reducir el parque vehicular, contribuye a que la gente compre un coche
extra para poder eludir la prohibición de circular un día. Inmovilizar el 20%
de los coches cada día hábil sólo trae un beneficio temporal. La segunda opción
es la que resulta más plausible. Hasta ahora el transporte colectivo es víctima
de las tres íes: es incomodo, ineficiente e impuntual. Los estratos populares,
imposibilitados de adquirir un coche, sufren por su mala calidad. En lugar de
que el gobierno planee junto con los empresarios y los usuarios el diseño de
las rutas, ha dejado que los empresarios organicen las rutas a su antojo. El
desorden que prevalece es ostensible.
Una verdadera política pública para
ordenar el sistema de transporte y vialidad en Xalapa es ya indispensable.
Reducir el colesterol urbano exige adoptar medidas radicales que la mayor parte
de la ciudadanía aplaudiría: nos beneficiaríamos todos al contar con una ciudad
más eficiente y ordenada. En primer término, si queremos ampliar las actuales
vías de circulación realmente existentes (y no incurrir en las faraónicas,
costosas y corruptas obras del sexenio anterior), bastaría con crear un
programa de construcción de estacionamientos públicos. Buena parte de las
arterias con que cuenta la ciudad están actualmente bloqueadas por el
colesterol urbano: miles de coches se estacionan en lugares prohibidos. Para
ofrecerles una alternativa, es urgente habilitar estacionamientos a precios
accesibles para liberar espacios a la circulación. Los letreros que indican NO
ESTACIONARSE, sólo sirven para que la corrupción prospere y los automovilistas
traten de estacionarse ¡en las mismísimas banquetas!
Un programa de construcción de
estacionamientos públicos además de generar empleos y permitir el uso
productivo de múltiples lotes baldíos, embellecería la ciudad. Pensemos en lo
hermoso que sería convertir el pasaje que da acceso a la Casa del Lago en una
calle peatonal. No tendríamos esa masa de autos ocupando uno de los lugares más
bellos de Xalapa, y permitiríamos que prosperaran negocios atractivos para el
turismo y las familias xalapeñas: restaurantes, cafeterías, tiendas de
artesanías, etcétera. Imaginemos lo atractivo que se volvería el Centro
Histórico si transformáramos sus principales calles en áreas peatonales: el
comercio florecería y los espacios culturales serían visitados por más
personas. Por supuesto, ese programa debe ir acompañado de otra política
pública: configurar un sistema de transporte colectivo eficiente, cómodo y
confiable. La gente podría visitar el centro sin tener que acudir al automóvil.
Sólo los comerciantes y residentes del área central tendrían derecho a ingresar
en auto a ella. Los demás, podríamos utilizar un buen transporte colectivo: por
ejemplo, un tranvía: limpio, no contaminante, amigable con el entorno. La gente
podría dejar sus automóviles en estacionamientos públicos ubicados en la
periferia del centro, y disfrutaría de una mejor circulación en una zona que
ahora es víctima de embotellamientos que sólo hacen perder tiempo. Muchas
ciudades del país y del mundo han convertido a sus centros históricos en zonas
peatonales, y el comercio y el turismo han ganado con ello. El medio ambiente
ha mejorado y la salud de la población también ha recibido beneficios de ello.
Es preciso añadir que todo ello debe
acompañarse de otra política pública: educar a los choferes de autos
particulares y de taxis, instruyéndolos con algunas reglas de civismo muy
elementales, como no detenerse en cualquier sitio a recoger a sus usuarios.
Entorpecer el tráfico es un asunto que afecta a un colectivo. Los padres de
familia deberían acordar con las autoridades escolares alternativas para
ofrecer espacios donde desembarcar y recoger a los niños en las horas de
entrada y salida. La ciudad es un espacio público y a todos toca cuidar que
funcione de manera eficiente. El gobierno debería dar el ejemplo, si es que el
colesterol no ha dañado en verdad su capacidad de planeación y entorpecido su
visión de la problemática que tanto lastima la imagen de Xalapa. ♦
Por Hipólito Rodríguez
Por Hipólito Rodríguez