Cierre estelar del Hay Festival
en Xalapa: Café Tacuba, la icónica banda chilanga, se presentó en el estadio
Colón, epílogo perfecto para tan larga depre poselectoral. Josué Castillo, en
esta crónica puntual, resume el espíritu democrático de la noche en los
siguientes términos: “El fango llenó nuestros pies y manchó nuestras ropas.
Zapatos, botas, tenis y tacones; sin importar estilo y precio, se veían
iguales: sucios. Encontramos un punto de equilibrio, de igualdad, uno que sólo
puede ser logrado por la música y el fango.”
Paparurapa eu éo
Paparurapa eu éo
Ya dos minutos antes
se había impuesto la anarquía: quedaron canceladas todas las formalidades y
anulado cualquier respeto hacia las filas que conformábamos los asistentes.
Cada quien corrió a la puerta que tenía cerca y, boleto en mano, accedió al
estadio Colón. Otros, los más ingenuos, tardamos en entrar. Esperamos en la
fila mientras escuchábamos cómo Café Tacvba iniciaba el esperado recital con
“el baile y el salón”. Sin mentir, la desesperación nos alcanzó un momento. Con
la velocidad con la que el equipo de seguridad privada, Protección Civil y la
Policía permitía el acceso, a ojo de buen cubero, entraríamos ya para decir
adiós a la banda o bien toparnos con una manada en escape que buscaría,
también, cruzar el mismo umbral.
Los
Chileros habrán de odiar ese día. Es difícil contabilizar el número de cuerpos
que llenamos el estadio. Seguramente el municipio habrá presumido ya cifras en
medios y desplegados pagados en cada rincón del territorio veracruzano pero,
por ahora, nos conformaremos con decir que éramos chingos y chingos de gente.
Es innecesario ser experto para adivinar el daño que estos chingos pueden
generar en el césped al brincar, bailar y caminar al unísono. Mucho de este
daño se lo debemos a la lluvia de esa tarde, convirtiendo lo que antes de las
ocho de la noche era un húmedo y sereno verde en un fango marrón. Ninguno de
nosotros querría ser parte del equipo de mantenimiento que tendrá que reparar
nuestro desmadrito.
Pero
para antes de que terminara la primera canción ya todos habíamos pasado a
formar parte de una masa heterogénea y sudorosa, pero entusiasta y festiva, que
daba la bienvenida a una de las bandas consagradas de la música popular
mexicana. Ninguno dudó que el cierre del Hay Festival 2012 estaría a la altura de
sus más célebres invitados, estelarizados por los oscuros hermanos gemelos.
Nadie se equivocó.
La
primera parte del concierto estaría conformada por varios éxitos, sus clásicos.
Desde la infaltable y cabrona “Ingrata” hasta la “Chilanga banda” y “Cómo te extraño
mi amor”. Coreábamos y movíamos las palmas al unísono, como en un ritual ya
tantas veces repetido, dando paso a baile, jalón y arrimón. Sería demasiado
pensar que hasta aquí el repertorio de los tacubos es predecible; mejor es
escuchar esta selección de hits y momentos como una muestra de lo que conforma
la base, el caldo de cultivo del sonido de la banda: el rock con sello sateluco
y las historias urbanas. Este repertorio guarda una relación tan íntima con la
ciudad de México como ésta con La región más transparente o Las
batallas en el desierto.
El ritmo
de la masa se quebró de golpe. Y no porque la banda diera un terrible show o
por algún evento trágico fuera de agenda. Rubén como-sea-que-te-llames-ahora
dejó la música en segundo plano un momento para dirigir unas palabras, un
agradecimiento al movimiento Yo soy 132 y anexos por su trabajo en favor de la
sociedad civil [sic] y en contra de
una clase política clientelar, de una burocracia insípida y desalmada. ¿Quién
se sorprende? Café Tacuba ha sido una de las bandas más activas políticamente.
Se han sumado y apoyado abiertamente a movimientos en pro de los derechos
humanos, desde los comuneros de Cherán y la defensa de la tierra sagrada de
Wirikuta hasta causas abiertamente políticas, como el voto nulo y el movimiento
estudiantil Yo soy 132. Aplausos. Siguió: “y el que no brinque es Peña”. Y
allí, en las famosas gradas VIP más de uno se mostró indignado y ofendido. Bonus
points: dar un discurso de ese tipo en un evento en el que, de antemano,
sabían estaría reunida buena parte de la estructura del Gobierno del Estado y
municipal. Y la gente enloqueció.
Tras el intermezzo
vimos a un Café Tacuba más maduro; uno que ha superado su chilangocentrismo
festivo y agrega a su discurso sonidos más densos. A lo largo de su carrera los
tacubos han experimentado con distintos ritmos que van desde el electro pop
hasta el fandango y el son jarocho, pasando por lo experimental. De la
versatilidad de la banda queda de evidencia el que a mi parecer es uno de los
mejores, si no es que el mejor, disco de Café Tacuba: Revés yo soy. Un
poco de este viaje polifónico es lo que escuchamos, acompañado de los singles
de su último disco, los cuales la banda asistente no estaba todavía muy
convencida de corear.
El fango
llenó nuestros pies y manchó nuestras ropas. Zapatos, botas, tenis y tacones;
sin importar estilo y precio, se veían iguales: sucios. Encontramos un punto de
equilibrio, de igualdad, uno que sólo puede ser logrado por la música y el
fango. Por un momento, por muchos, te encontrabas teniendo muchas cosas en
común con la persona de atrás, a tus lados y al frente. Los paladines de la
pulcritud y la decencia tuvieron la delicadeza de irse. Quedarse fue aceptar
cierta igualdad con los ahí presentes, aceptar que por un momento ibas a
enpuercarte y sudar y desgastarte el cogote. Pasiones melómanas, sexuales,
políticas y románticas podían advertirse en la atmósfera y éstas, a su vez,
borraban las ya delgadas líneas entre las poses, fans, jodidos, universitarios
y turistas culturales. Ya lo dijo Madonna: Music makes the people come
together.
Si bien
Rubén, como buen frontman, se llevó la atención de casi todo el público,
hay que reconocer que el más intenso, quien puso sabor y ayudó a manejar al
público en varias ocasiones fue Meme, que por ratos abandonaba el teclado y
sintetizador para bailar y foguear nuestros ánimos. También a él le debemos una
de las canciones insignia del grupo: “Eres”. No es difícil adivinarlo: cuando
Meme cambió de puesto para tomar el micrófono de Rubén sabíamos que venía el
momento meloso y romántico de la noche. Las parejas que estaban ahí, por muy
juntas que pudieran estar, encontraban la manera de arrejuntarse en uno
y, con la promesa de un amor de romántico sacrificio de fondo, comerse a besos.
Otro de
los momentos álgidos que vale la pena guardar: mientras tocaban “Déjate caer”,
los tacubos se formaron en línea recta y de frente al público para
deslumbrarnos con sus pasos de baile avant garde que incluyen desde el
péndulo hasta el robot, mismos que provocaron una explosión de aplausos y
gritos por parte de una incansable multitud que quería más y más. Menos mal,
gracias Señor, que se dedican a la música. En este pequeño performance se
encuentra otro elemento clave en la obra tacubiana, casi podríamos decir que es
su sello: la ironía. Desde “Chilanga banda” hasta “Me he enamorado de una chica
banda”, Café Tacuba ha sabido mostrar e incluso, y por momentos, representar a
la cultura urbana de la ciudad de México, pero sin hacer apología de la pobreza
ni monumentos a la chilanguería, sino echando mano del fino arte de la ironía.
Así, Cafeta ha creado una de tantas identidades del gran monstruo de asfalto y
concreto a la vez que conquistado, en nombre de una especie de chilanguería
cosmopolita, cada rincón de México y el extranjero.
Ahí, esa
noche, al abandonar el estadio, recordamos que la vida es un salón. ♦