Para imaginar el mundo en una de sus formas, un número considerable de
personalidades de las letras, el arte y el periodismo estuvieron presentes en
la segunda emisión del Hay Festival Xalapa. Javier Ahumada Aguirre registró en
su inseparable cuaderno tres de los momentos estelares de este encuentro que
hicieron referencia a los tiempos que vive México. Es por todo esto que no
debemos olvidar la lección del gran Le Clézio: “El lenguaje es superior al ser
humano”.
Recuerdo uno
Falta
poco más de media hora par
a que inicie la charla entre Jean Meyer y J.M.G. Le Clézio y la fila de quienes
esperan para entrar al Teatro del Estado va creciendo; también siguen llegando
personas que en vez de formarse se integran a alguno de los círculos que
platican casi a gritos y se arremolinan sobre lo que resta de banqueta. Casi
todos traen algún gafete del festival –prensa, invitado especial, coordinación
general, etcétera– y se sobreentiende que quedan exentos de la obligación de
formarse para entrar. Digo “se sobreentiende” y quizá digo mal, porque también
abundan personas con gafetes que a todo mundo le preguntan si de casualidad
saben por cuál puerta les toca ingresar.
Antes de que sea mi turno para entrar
escucho que alguien, que probablemente venía caminando por la avenida aledaña y
vio el disturbio de micrófonos y cámaras de televisión, se acercó a una de las
señoras vestidas con traje formal franqueando las puertas y le pregunta: “¿Qué
va a haber?”, con un gesto de la mano que señala más al tumulto que al teatro.
Después de todo, la interrogante no está fuera de lugar. Recuerdo que el año
pasado vi mucha más publicidad del Hay Festival en la ciudad, lo mismo anuncios
espectaculares que carteles pequeños, o esos otros que se ponen en las paradas
de camiones.
El teatro está abarrotado cuando suben
al escenario Le Clézio, Jean Meyer y Martín Solares. Éste inicia la plática
pidiéndole al Nobel francés que comente algo sobre cierta metaforización del
lenguaje (como un sistema de microorganismos en el que los verbos serían el núcleo
y los sustantivos las membranas) que él mismo acuñó en una de sus obras
primeras. Le Clézio responde en un español impecable que francamente no
conserva el menor recuerdo de haber escrito eso, ni por ende podría decir qué
pensaba cuando lo consignó. Dice –el tiempo no pasa en balde– que hoy se
abstendría de intentar alguna teoría propia acerca del lenguaje, porque sabe
que los escritores sólo se sirven de éste sin que su secreto les pueda nunca
pertenecer del todo: “El lenguaje es superior al ser humano”.
La siguiente pregunta tendrá una
respuesta memorable: “El estilo es significado”. Martín Solares le pidió a Le
Clézio que opinara sobre cuál debería ser la primera preocupación de un
narrador: confeccionar las historias y los personajes de una manera tal que la
mímesis sea incuestionable, o enfocarse en el lenguaje empleado para cada
determinada obra. Los procedimientos verbales, o los hechos y su descripción.
El autor de El diluvio negó que sea posible mirar como independientes
esos dos aspectos de la creación narrativa. “Sería como separar la mirada del
ojo”.
A continuación Le Clézio menciona por
primera vez a Luis González, o don Luis, como lo llaman él y Meyer, el
historiador autor de Pueblo en vilo, que de este punto en adelante será
una referencia constante para ambos franceses cuando hablen sobre el efecto que
tuvo en ellos la revelación de ciertos matices culturales mexicanos contenidos
en la tradición oral. “Don Luis y Rulfo me permitieron dejar atrás un país
exótico y conocer un país verdadero”.
Así, las reverentes y profusas
alusiones que ambos franceses harán a don Luis dieron pie a un tema, digamos,
obligatorio, tratándose de dos extranjeros cuya obra está tan imbricada de la
historia, la cultura y el presente mexicanos: cómo es México visto desde la
perspectiva de dos fuereños que, bien vistos, no poco tienen de mexicanos.
Jean Meyer explicó que su libro hoy
quintaesencial para el estudio de la guerra cristera nació como una mera excusa
para venir al país, luego de que en un primer viaje con el frustrado objetivo
de usar a México como puente para llegar a Cuba se deslumbrara para siempre por
el crisol de contradicciones históricas que halló efervescente en las calles
mexicanas. “Cuando me la sugirieron como tema, yo no sabía qué era la
cristiada”.
Le Clézio, por su parte, momento
incluso conmovedor para quienes vemos sin optimismo al México que habitamos,
recordó que su primera experiencia mexicana fue en 1967, cuando llegó al país
procedente de Tailandia, enfermo de ver cómo los soldados gringos utilizaban a
Bangkok como lupanar de reposo entre ida y vuelta de Vietnam; mencionó que en
su primer paseo por la Alameda central se sintió reconfortado por la visión de
una sociedad que en ese momento debió parecerle el epítome de lo aún rescatable
en Occidente. Evocó ese primer día en la alameda con detalles dignos de la
atención de un novelista: era una tarde calurosa y él entró a comer a un
restorán; mientras veía el menú, se quitó el sacó y lo colgó en el respaldo de
la silla; al poco tiempo, se acercó un hombre para explicarle que sentarse allí
sin usar el saco equivalía a vulnerar la etiqueta del restorán. Así supo que
estaba un poco más cerca de Francia.
Al terminar la conferencia
deliberadamente pierdo más tiempo del necesario en tomar una copa, sabiendo que
aún falta una hora para el siguiente evento del festival: El filósofo declara,
una puesta en escena autoría de Juan Villoro que se presentará en el mismo
Teatro del Estado. Cuando ya sólo restan diez minutos para que se levante el
telón, me entero de que la sala está llena. Alguien del staff recorre la
fila de personas inconformes que aún no se resignan a quedarse fuera,
preguntando si hay alguien con boleto para la función. Nadie responde y ahora
sí cierran la puerta. Al otro día me enteraré de que, sobre todo, fueron
representantes de algún medio de prensa los que coparon la sala. Curiosamente
aún no he leído una sola reseña de la obra. Vale notar, también, que el año
pasado la jornada inaugural del Hay Festival constó de nueve eventos,
incluyendo un concierto de rock y la proyección de una película; esta vez sólo
dos, y en uno el cupo fue problema.
Recuerdo dos
Veo a Vila-Matas de lejos y lo
reconozco de inmediato. De los dos escritores que lo acompañan sólo sé lo que
consigna el programa del festival; no obstante, al final de cuentas me voy con
una imagen mucho más clara de las opiniones de uno de ellos, el chileno Roberto
Ampuero, que de las del autor de Suicidios ejemplares. Habrá sido la
proverbial timidez del autor español, o un “defecto” atribuible al formato
mismo de las charlas, pero el hecho es que Vila-Matas habló muy poco. Aún
tendré otra oportunidad de escucharlo, así que esto no me inquieta demasiado.
Por lo demás, la ironía aquí también trabaja, pienso que si no hubiera sido por
la certeza de que vendría a escuchar a Vila-Matas quizá hubiera optado no por
este evento y me habría privado de conocer a un escritor que aún no he leído,
pero cuyo nombre anoté y subrayé en la libretita que llevo a todas partes en
estos días.
A continuación, se repetirá el esquema.
Vine también a escuchar a Álvaro Uribe, a mi juicio el mejor prosista de su
generación, autor cuyos libros suelo releer mentalmente, pero me voy tan sólo
con unas pocas frases suyas (más tarde comprobaré que las citó casi verbatim
de uno de los ensayos contenidos en su reciente Leo a Biorges) sobre la
composición de un párrafo a la usanza de la poesía tradicional, parangonando el
uso de éste con el de las estrofas clásicas; dijo, también, y esto no lo he
hallado en sus páginas, que prefiere leer las entrevistas que las obras de sus
contemporáneos. Bueno, algo es algo.
Sin duda, el evento culminante será la
Gala de Poesía. No importa que no haya asistido Wole Soyinka, una de las cartas
principales del festival (me parece que el ánimo general coincide en que los
cambios sin aviso, o de último minuto, son pecata minuta); después de
todo, estamos en un espectáculo literario internacional y el panel se compone
de escritores que en este momento incluso podrían actuar como estrellas de
rock, al fin poetas, al fin extranjeros. Escuchar poesía (y no cualquier
poesía, sino ésta) tiene un efecto casi embriagador; al final de la velada
seremos no pocos quienes nos aglomeremos junto a las mesas de libros buscando
algún tomo de un gran poeta recién descubierto. Escucho sobre todo que
preguntan por títulos de Tishani Doshi (ahora que escribo esto intento sin
éxito recordar algún verso suyo; recuerdo, eso sí, que es muy guapa).
Recuerdo
tres
Las menciones a los periodistas
veracruzanos muertos, desaparecidos, exiliados o difamados como “criminales”
por el gobierno local. El año pasado el Hay Festival se llevó a cabo apenas
semanas después de que el puerto de Veracruz fuera testigo de una de las
estampas más negras que en esa ciudad ha dejado la violencia asociada al
narcotráfico, pero durante el festival no hubo, o no recuerdo, una sola mención
a los treinta y tantos cadáveres tirados frente al centro comercial jarocho más
concurrido. Esta vez la tonada fue muy otra, sobresaliendo las declaraciones
del periodista Jon Lee Anderson y del presidente del PEN American Center, Peter
Godwin.
Este último, tanto en la sesión de Las
preguntas Hay 25 (I) como en su diálogo con Wole Soyinka (que tarde, pero
llegó), no quitó el dedo del renglón. “Sabemos que Veracruz es el estado más
peligroso para ejercer el oficio de informar”, dijo en más de una ocasión,
seguramente advirtiendo que ese tema estaba muy presente en el ánimo del
público, pues no deja de ser una mínima afrenta de dos filos el que Xalapa, con
sus actuales circunstancias, sirva como escenario para un festival que pondera
la palabra y, por ende, la libertad de expresión.
También el Nobel nigeriano colaboró con
su granito de arena: dijo que le encantaría ver en su país, si hubiera las
condiciones para ello, una edición próxima del Hay Festival, porque –sentenció–
este tipo de eventos, como ahora fue en Xalapa, debe llevarse a los sitios
donde más inestables sean las condiciones para escribir en libertad. Posdata:
el año entrante el festival regresará a Xalapa. ♦