Hay recuerdos


Publicado porEzra Crangle el 9:36 p.m.




Para imaginar el mundo en una de sus formas, un número considerable de personalidades de las letras, el arte y el periodismo estuvieron presentes en la segunda emisión del Hay Festival Xalapa. Javier Ahumada Aguirre registró en su inseparable cuaderno tres de los momentos estelares de este encuentro que hicieron referencia a los tiempos que vive México. Es por todo esto que no debemos olvidar la lección del gran Le Clézio: “El lenguaje es superior al ser humano”.
Recuerdo uno
Falta poco más de media hora par a que inicie la charla entre Jean Meyer y J.M.G. Le Clézio y la fila de quienes esperan para entrar al Teatro del Estado va creciendo; también siguen llegando personas que en vez de formarse se integran a alguno de los círculos que platican casi a gritos y se arremolinan sobre lo que resta de banqueta. Casi todos traen algún gafete del festival –prensa, invitado especial, coordinación general, etcétera– y se sobreentiende que quedan exentos de la obligación de formarse para entrar. Digo “se sobreentiende” y quizá digo mal, porque también abundan personas con gafetes que a todo mundo le preguntan si de casualidad saben por cuál puerta les toca ingresar.
Antes de que sea mi turno para entrar escucho que alguien, que probablemente venía caminando por la avenida aledaña y vio el disturbio de micrófonos y cámaras de televisión, se acercó a una de las señoras vestidas con traje formal franqueando las puertas y le pregunta: “¿Qué va a haber?”, con un gesto de la mano que señala más al tumulto que al teatro. Después de todo, la interrogante no está fuera de lugar. Recuerdo que el año pasado vi mucha más publicidad del Hay Festival en la ciudad, lo mismo anuncios espectaculares que carteles pequeños, o esos otros que se ponen en las paradas de camiones.
El teatro está abarrotado cuando suben al escenario Le Clézio, Jean Meyer y Martín Solares. Éste inicia la plática pidiéndole al Nobel francés que comente algo sobre cierta metaforización del lenguaje (como un sistema de microorganismos en el que los verbos serían el núcleo y los sustantivos las membranas) que él mismo acuñó en una de sus obras primeras. Le Clézio responde en un español impecable que francamente no conserva el menor recuerdo de haber escrito eso, ni por ende podría decir qué pensaba cuando lo consignó. Dice –el tiempo no pasa en balde– que hoy se abstendría de intentar alguna teoría propia acerca del lenguaje, porque sabe que los escritores sólo se sirven de éste sin que su secreto les pueda nunca pertenecer del todo: “El lenguaje es superior al ser humano”.
La siguiente pregunta tendrá una respuesta memorable: “El estilo es significado”. Martín Solares le pidió a Le Clézio que opinara sobre cuál debería ser la primera preocupación de un narrador: confeccionar las historias y los personajes de una manera tal que la mímesis sea incuestionable, o enfocarse en el lenguaje empleado para cada determinada obra. Los procedimientos verbales, o los hechos y su descripción. El autor de El diluvio negó que sea posible mirar como independientes esos dos aspectos de la creación narrativa. “Sería como separar la mirada del ojo”.
A continuación Le Clézio menciona por primera vez a Luis González, o don Luis, como lo llaman él y Meyer, el historiador autor de Pueblo en vilo, que de este punto en adelante será una referencia constante para ambos franceses cuando hablen sobre el efecto que tuvo en ellos la revelación de ciertos matices culturales mexicanos contenidos en la tradición oral. “Don Luis y Rulfo me permitieron dejar atrás un país exótico y conocer un país verdadero”.
Así, las reverentes y profusas alusiones que ambos franceses harán a don Luis dieron pie a un tema, digamos, obligatorio, tratándose de dos extranjeros cuya obra está tan imbricada de la historia, la cultura y el presente mexicanos: cómo es México visto desde la perspectiva de dos fuereños que, bien vistos, no poco tienen de mexicanos.
Jean Meyer explicó que su libro hoy quintaesencial para el estudio de la guerra cristera nació como una mera excusa para venir al país, luego de que en un primer viaje con el frustrado objetivo de usar a México como puente para llegar a Cuba se deslumbrara para siempre por el crisol de contradicciones históricas que halló efervescente en las calles mexicanas. “Cuando me la sugirieron como tema, yo no sabía qué era la cristiada”.
Le Clézio, por su parte, momento incluso conmovedor para quienes vemos sin optimismo al México que habitamos, recordó que su primera experiencia mexicana fue en 1967, cuando llegó al país procedente de Tailandia, enfermo de ver cómo los soldados gringos utilizaban a Bangkok como lupanar de reposo entre ida y vuelta de Vietnam; mencionó que en su primer paseo por la Alameda central se sintió reconfortado por la visión de una sociedad que en ese momento debió parecerle el epítome de lo aún rescatable en Occidente. Evocó ese primer día en la alameda con detalles dignos de la atención de un novelista: era una tarde calurosa y él entró a comer a un restorán; mientras veía el menú, se quitó el sacó y lo colgó en el respaldo de la silla; al poco tiempo, se acercó un hombre para explicarle que sentarse allí sin usar el saco equivalía a vulnerar la etiqueta del restorán. Así supo que estaba un poco más cerca de Francia.
Al terminar la conferencia deliberadamente pierdo más tiempo del necesario en tomar una copa, sabiendo que aún falta una hora para el siguiente evento del festival: El filósofo declara, una puesta en escena autoría de Juan Villoro que se presentará en el mismo Teatro del Estado. Cuando ya sólo restan diez minutos para que se levante el telón, me entero de que la sala está llena. Alguien del staff recorre la fila de personas inconformes que aún no se resignan a quedarse fuera, preguntando si hay alguien con boleto para la función. Nadie responde y ahora sí cierran la puerta. Al otro día me enteraré de que, sobre todo, fueron representantes de algún medio de prensa los que coparon la sala. Curiosamente aún no he leído una sola reseña de la obra. Vale notar, también, que el año pasado la jornada inaugural del Hay Festival constó de nueve eventos, incluyendo un concierto de rock y la proyección de una película; esta vez sólo dos, y en uno el cupo fue problema.
Recuerdo dos
Veo a Vila-Matas de lejos y lo reconozco de inmediato. De los dos escritores que lo acompañan sólo sé lo que consigna el programa del festival; no obstante, al final de cuentas me voy con una imagen mucho más clara de las opiniones de uno de ellos, el chileno Roberto Ampuero, que de las del autor de Suicidios ejemplares. Habrá sido la proverbial timidez del autor español, o un “defecto” atribuible al formato mismo de las charlas, pero el hecho es que Vila-Matas habló muy poco. Aún tendré otra oportunidad de escucharlo, así que esto no me inquieta demasiado. Por lo demás, la ironía aquí también trabaja, pienso que si no hubiera sido por la certeza de que vendría a escuchar a Vila-Matas quizá hubiera optado no por este evento y me habría privado de conocer a un escritor que aún no he leído, pero cuyo nombre anoté y subrayé en la libretita que llevo a todas partes en estos días.
A continuación, se repetirá el esquema. Vine también a escuchar a Álvaro Uribe, a mi juicio el mejor prosista de su generación, autor cuyos libros suelo releer mentalmente, pero me voy tan sólo con unas pocas frases suyas (más tarde comprobaré que las citó casi verbatim de uno de los ensayos contenidos en su reciente Leo a Biorges) sobre la composición de un párrafo a la usanza de la poesía tradicional, parangonando el uso de éste con el de las estrofas clásicas; dijo, también, y esto no lo he hallado en sus páginas, que prefiere leer las entrevistas que las obras de sus contemporáneos. Bueno, algo es algo.
Sin duda, el evento culminante será la Gala de Poesía. No importa que no haya asistido Wole Soyinka, una de las cartas principales del festival (me parece que el ánimo general coincide en que los cambios sin aviso, o de último minuto, son pecata minuta); después de todo, estamos en un espectáculo literario internacional y el panel se compone de escritores que en este momento incluso podrían actuar como estrellas de rock, al fin poetas, al fin extranjeros. Escuchar poesía (y no cualquier poesía, sino ésta) tiene un efecto casi embriagador; al final de la velada seremos no pocos quienes nos aglomeremos junto a las mesas de libros buscando algún tomo de un gran poeta recién descubierto. Escucho sobre todo que preguntan por títulos de Tishani Doshi (ahora que escribo esto intento sin éxito recordar algún verso suyo; recuerdo, eso sí, que es muy guapa).
Recuerdo tres        
Las menciones a los periodistas veracruzanos muertos, desaparecidos, exiliados o difamados como “criminales” por el gobierno local. El año pasado el Hay Festival se llevó a cabo apenas semanas después de que el puerto de Veracruz fuera testigo de una de las estampas más negras que en esa ciudad ha dejado la violencia asociada al narcotráfico, pero durante el festival no hubo, o no recuerdo, una sola mención a los treinta y tantos cadáveres tirados frente al centro comercial jarocho más concurrido. Esta vez la tonada fue muy otra, sobresaliendo las declaraciones del periodista Jon Lee Anderson y del presidente del PEN American Center, Peter Godwin.
Este último, tanto en la sesión de Las preguntas Hay 25 (I) como en su diálogo con Wole Soyinka (que tarde, pero llegó), no quitó el dedo del renglón. “Sabemos que Veracruz es el estado más peligroso para ejercer el oficio de informar”, dijo en más de una ocasión, seguramente advirtiendo que ese tema estaba muy presente en el ánimo del público, pues no deja de ser una mínima afrenta de dos filos el que Xalapa, con sus actuales circunstancias, sirva como escenario para un festival que pondera la palabra y, por ende, la libertad de expresión.
También el Nobel nigeriano colaboró con su granito de arena: dijo que le encantaría ver en su país, si hubiera las condiciones para ello, una edición próxima del Hay Festival, porque –sentenció– este tipo de eventos, como ahora fue en Xalapa, debe llevarse a los sitios donde más inestables sean las condiciones para escribir en libertad. Posdata: el año entrante el festival regresará a Xalapa.


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