Roberto Rodríguez y Manuel Velázquez exponen su más
reciente proyecto en conjunto en la Galería AP de la Unidad de Artes. En
obra negra, con una notable curaduría de Josué Martínez, ha sido definida
por sus autores como una instalación, sui géneris, diría Omar Gasca. Aquí se da
“un diálogo entre artistas, que conocen de años sus talentos, modos,
intenciones y estrategias creativas, que son capaces de acordar para coincidir,
equilibrar...”
En el marco del 30 aniversario de la Galería AP,
Roberto Rodríguez y Manuel Velázquez presentan En obra negra. Como se sabe, aunque a veces se pretenda
ignorar, se trata de dos de los artistas residentes en Xalapa con mayor
presencia local, nacional e internacional, el primero de ellos escultor y
ceramista, fundamentalmente, ex becario de Banff e investigador nato cuya
bitácora incluye exposiciones en México, Canadá, Estados Unidos, Japón, Italia,
Holanda, Brasil, Bulgaria, Dinamarca y Uruguay, entre otros países; el segundo,
artista visual y catedrático, antes y hoy director del Jardín de las
Esculturas, con una trayectoria expositiva que pasa por nuestro país, Bélgica,
Canadá, Estados Unidos, Austria, Japón, Eslovaquia, Italia, Holanda, Guatemala,
Cuba, Argentina, Paraguay y Chile; ambos, sujetos y objetos de lealtades que se
aproximan al culto pero, también, blancos recurrentes de las voces de
contrarios que, sobre todo, en ellos reprochan sin saberlo su propia
improductividad, que es lo único que jamás molesta a tal clase de detractores.
Aunque se anuncia como instalación y
ciertamente no ajusta con los paradigmas locales dominantes, En obra negra
está realmente a medio camino entre ella y una exposición más o menos típica de
los años recientes, y esto porque, digamos, no reside allí ninguna de al menos
dos de las premisas que habría que considerar: una, la instalación no se
integra al espacio, el espacio forma parte de ella y, así, la instalación sólo
puede existir para y con el espacio en el que y para el
que fue creada; dos: la obra ha de propiciar la transitabilidad de todo el
espacio y la interacción o, por lo menos una de ellas porque, de otro modo,
volvemos a la relación obra-espectador en la que, además, el espacio no forma
parte activa de la obra, lo que favorece a su vez el tan cuestionado autismo de
ésta en el siglo XXI, esto es, a las horas en que el time based art hace
de las suyas al tiempo en que aquí y allá interactuamos a gran velocidad con
las imágenes. Aquí hay que decir que
toda realidad, la artística también, es en esencia sintáctica.
No ayuda evidentemente un piso cuya
textura, color y brillo son casi tan perturbadores como el falso techo de telas
azul con blanco, que parece propio para celebrar el Día de María Auxiliadora,
si lo hay, ni el propio espacio dividido por muros en dos salas, ni la dinámica
de circulación –los tiempos y movimientos de la gente– que en dos casos topa
con pared, obligando al espectador a practicar un rewind, es decir a
rebobinar, a regresarse. Por otra parte, es fácil advertir que todos y cada uno
de los elementos colocados, con mínimas alteraciones puede llevarse a otro
punto, prácticamente a donde sea, para conseguir aproximadamente el mismo
arreglo. Se trata más bien de un diálogo entre piezas, las cuales conversan con
las de su propia especie tanto como con las del otro autor, efectivamente sin
perderse, sin distraerse de una suerte de perfil, de una “idea paraguas”, más
que de una temática específica y unívoca, a pesar del título.
Es un diálogo entre artistas, también,
que conocen de años sus talentos, modos, intenciones y estrategias creativas,
que son capaces de acordar para coincidir, equilibrar y, para hallar, sobre
todo, algunas válvulas de escape en un entorno que para el efecto es bastante
fortuito. Cuenta por supuesto la experiencia museográfica de Rodríguez y los
conocimientos y nociones no escasos de Velázquez y Josué Martínez, el curador,
cuyo trabajo extrañamente sigue siendo inaugural en una geografía en la que
esta función es entre desconocida e ignorada, comparada a veces con la de un
director de orquesta pero al modo de “¿qué hace él si los demás son los que
tocan?”
Instalación-exposición. El género, la
etiqueta, el adjetivo importan poco, porque a la corta y a la larga además de
que las taxonomías son garantía de poca cosa, toda clasificación responde a una
construcción conceptual contingente, propia de una época y una sociedad siempre
necesitada de señales para orientarse, en modo alguno susceptibles de
considerarse verdades absolutas y universales. No es bueno confundir lo
absoluto con lo relativo, ni el mapa con el territorio (Benedetti), y a cambio
en estos casos conviene recordar a Cela: “La duda, esa vaga nubecilla que, a
veces, habita los cerebros, también puede entenderse como un regalo. Y no es
–lo que queda dicho– una aseveración, ya que, sobre ella, tengo también mis
dudas.”
La muestra (o quítale el número que
pensaste y ponle como quieras), que estará hasta el 27 de octubre, es a todas
luces, incluso bajas, uno de los mejores reflejos del quehacer de Rodríguez,
Velázquez y Martínez, los tres acostumbrados de hace tiempo a expulsar de su reino
todo lo que concuerde con la lógica de lo de siempre y con esa especie de
cartesiana racionalidad que traducida (y traicionada, claro) vale por “mientras
más fácil, mejor”. ♦
Por Omar Gasca
Por Omar Gasca