Los participantes del taller Cuerpo poético-Cuerpo
político tomaron algunas de las calles céntricas de la ciudad para mostrar lo
que el performance, a través del siluetazo, es capaz de incidir en la sociedad que lo
contempla. Makame Lara, una entusiasta practicante y teórica de este arte
callejero, resume así esa jornada: “Las acciones realizadas tenían como fin
eso, insertarse en el espacio de lo periférico, fuera del circuito
convencional, para interactuar con el lenguaje de la ciudad”.
El sábado 8 de
septiembre se efectuaron en Xalapa diversas acciones performáticas como
producto del taller Cuerpo poético-Cuerpo político, realizado por Pablo Rocu
(Chile/España) en el marco de Intermedia Lab,[1]
festival elaborado anualmente desde el 2010 en esta ciudad, organizado por
Fausto Méndez Luna y Karla Paola Rebolledo García (Los Lacilos Cósmicos). El
festival duró del 14 al 16 de septiembre; talleres, conversatorios e
intervenciones en el espacio público han sido parte de la programación,
efectuados por artistas/performers como Faustro Gracia (Querétaro), Katnira
Bello (México), Pablo Rocu (Chile/España), Narvis Margarita Bracamonte
(Venezuela), entre otros.
Artistas visuales, teatristas, maestros,
antropólogos, etc., intervenimos las calles del centro, recuperando la práctica
del siluetazo como dispositivo poético de empoderamiento colectivo, cuyo
recurso visual se expande en el cuerpo político de la urbe, debido a la
redefinición que se hace tanto de la práctica artística como de la práctica
política (esta última entendida en cómo nos accionamos día a día con la polis:
ciudad).[2]
La creación de siluetas es un recurso últimamente muy utilizado en los espacios
de conflicto hasta llegar al hartazgo, generando muchas veces un discurso
mediático, motivo que ha desviado el significado de la acción poética como
práctica política con una potente visualidad en el espacio público.
Originalmente la reproducción de esta práctica ha generado trazos orgánicos en
medio de espacios hostiles y represivos, simbolizando la ausencia o los estados
de violencia físicos y simbólicos a los que hemos y estamos sometidos como
ciudadanos y seres humanos.
El inicio de esta práctica podría situarse
en los primeros años de la década de los ochenta en Buenos Aires, durante la
III Marcha de la Resistencia convocada por las Madres de Plaza de Mayo el 21 de
septiembre de 1983, en tiempos de la dictadura. El procedimiento fue iniciativa
de tres artistas visuales: Rodolfo Aguerreberry, Julio Flores y Guillermos
Kexel, y su concreción recibió aporte de las Madres, las Abuelas de Plaza de
Mayo, otros organismos de derechos humanos, militantes políticos y activistas.
El motivo fue las reivindicaciones de los derechos humanos.
En el contexto que nos ocupa, decidimos
recuperar la actividad lúdica, colectiva y política del siluetazo,
realizando figuras de siluetas de nosotros mismos y del transeúnte que sintiera
la necesidad de participar en el acto colectivo. Comenzamos en la calle
Enríquez, enfrente del Callejón del Diamante, con el fin de ocasionar un
tránsito hasta la Plaza Lerdo. El contorno de las siluetas se formó con arena y
tierra, elemento natural que simboliza los ritos de paso o iniciación hacia un
estado de presencia/ausencia, a la par de los diferentes significantes que
otorga: fertilidad, vida, muerte, etc., al vincularlo con el contexto de la
urbe utilizando como soporte la placa de cemento se recontextualiza y se
transforma el espacio común en un dispositivo de empoderamiento
político/artístico. Pero el uso de la arena no sólo atendió a la silueta
humana, también trazamos objetos, o elementos visuales que se caracterizan por
relacionarse con pensamientos, ideas, recuerdos, sueños o pesadillas. Imágenes
que conforman el gran retablo callejero a manera de íconos populares, y que
codifican al espacio cotidiano. Elementos tanto materiales como inmateriales
que toman significado a partir de la relación que tenemos con ellos: los
instrumentos de los soneros, las bancas, los zapatos, las herramientas de los
obreros trabajando, los bastones de los viejos, el banco, la plaza. La
escritura gráfica estuvo acompañada por frases y palabras efectuadas con gis
(tanto de los artistas como del transeúnte ocasional), para alimentar el
objetivo de la acción: deshabituar discursivamente los distintitos cuerpos de
nuestra cotidianeidad (objetos, nuestro cuerpo, institución) e incidir en la realidad
de la calle como resultado de una problemática sociopolítica.
Dichos cuerpos muchas veces son el resultado
de una enunciación histórica y geopolítica, reproductores conscientes o
inconscientes de los mecanismos de violencia la cual puede ser directa o
simbólica, y que muchas veces satisface una identidad quimérica/falsa,
injertada en nuestro pensamiento/cuerpo por los métodos del Estado hasta el
punto de enajenarnos. Al “darnos cuenta” y evidenciar la “realidad” desde los
mecanismos del arte, como dispositivo de transformación que pone en crisis las
convenciones histórico-sociales, se pueden crear alternativas para tomar la
dirección de nuestra vida y dejar de fetichizarla o creer en el destino como
algo impuesto, lógica que se ha arraigado en nuestro archivo social, y que trae
como secuela la deriva de nuestro actos. Nosotros forjamos lo que queremos,
desde nuestro accionar en la urbe y nuestros espacios íntimos, pero qué tan
conscientes estamos de ello. Las acciones realizadas tenían como fin eso,
insertarse en el espacio de lo periférico, fuera del circuito convencional
(galerías de artes, institución, etc.), para interactuar con el lenguaje de la
ciudad desde la coyuntura artística, y quizá perturbar o causar algo, en la mirada, escucha, andar y pensamiento del
viajero cotidiano de la polis, para que la ausencia se transforme en conciencia
personal y colectiva. ♦
[2] Las primeras manifestaciones performáticas se dieron en la primera
mitad del siglo XX dentro de los movimientos de vanguardia (futurismo,
dadaísmo, etc). A partir de la posmodernidad y con la interdisciplinariedad es
cuando empiezan a darse entre las artes (de la mano del arte conceptual)
artistas como Allan Kaprow, John Cage o Tadeusz Kantor quienes comienzan a
experimentar con la música y las artes plásticas dando inicio al arte del
performance. En Latinoamérica, con un contexto político y social complicado,
los artistas empiezan a utilizar la performance o arte acción como trinchera
para denunciar las injusticias sociales y los crímenes políticos cometidos
durante las dictaduras militares. En México, la
performance da inicio de la mano de Alejandro Jodorowsky y Juan José Gurrola
con los efímeros pánicos para después ser utilizado por grupos minoritarios en
búsqueda de empoderarse, lograr la igualdad social y el respeto a los derechos
humanos.