Las relaciones entre lenguaje,
literatura y realidad han sido siempre pluridireccionales y complejas.
En el caso del género literario ensayístico que reflexiona sobre otras
obras de arte, dicha relación se vuelve aún más problemática: hay un
objeto histórico –cuadro, poema, pieza sinfónica– que sirve como
referente al texto creativo y, sin embargo, no se le describe a éste de
una forma meramente documental, podríamos decir, ni se le estudia
empleando categorías precisas y bien organizadas a la manera de la
crítica académica, sino que se habla libremente sobre él, sobre la
experiencia interna que se ha tenido contemplándolo, lo que hace que, en
lugar de un vínculo directo lenguaje-realidad, lo que tengamos más bien
–como ocurre en toda la buena literatura– sea un referente imaginativo
sustentado por una construcción textual. Cabe decir, por otra parte, que
aun en los textos meramente descriptivos, como podrían ser las notas
periodísticas o los reportes de ciencias, el nexo con el objeto
histórico referido es siempre parcial, nunca completo; en el caso de la
literatura, esta relación se vuelve todavía más frágil, cuando no
decididamente elusiva.
El
libro de Verónica Volkow se constituye precisamente como un conjunto de
ensayos literarios que, más que hacer una crítica de la plástica
mexicana de finales del siglo XX, toma como punto de partida la obra
gráfica y pictórica de ciertos autores para, desde allí, suscitar nuevos
placeres estéticos: pintura, instalación y cerámica no como destino,
sino como fuente de imágenes. Por ello, hacer una lectura de este libro
tratando de buscar las coincidencias entre lo dicho y lo
referido-externo significaría, a nuestro parecer, una reducción de sus
posibilidades poéticas. Podemos conocer o no la obra del autor del que
se nos está hablando: lo mismo da; si la conocemos, su referencia
funcionará como telón de fondo que iluminará ciertas zonas del texto; si
no, éste se bastará a sí mismo para estimular los procesos figurativos
de nuestra imaginación; he allí su carácter específicamente artístico.
Se
trata, entonces, por su intención estética general, de un libro de
ensayos literarios, pero, a la vez, de una obra filosófica, en tanto se
articula mediante reflexiones libremente conectadas entre sí a propósito
del color en la pintura, de la condición fugaz y a un tiempo permanente
de la fotografía, de los mitos y de la historia. Su virtud más decisiva
es que, valiéndose de esta estructura flexible, cada texto logra
producirnos una imagen estética: el cuerpo desnudo como una flor es, por
ejemplo, la impresión que se suscita en el ensayo sobre Flor Garduño, o
el collage como
una apertura, como un muro que divide las aguas en medio del mar, es la
figura predominante en el breve texto sobre Marie José Paz, por
referirnos sólo a dos de nuestros escritos predilectos en esta obra.
Sus
puntos más débiles, por otra parte, consisten en que, al no presentar
una sistematización más o menos definida, hacia el final del libro
comienzan a producirse repeticiones y juicios demasiado generales cuyo
objeto referido puede ser fácilmente intercambiable por otro, lo que le
da a ciertos momentos del texto un aire de vaguedad. Tampoco entendemos
la división de la obra en tres segmentos, ya que no hay una diferencia
tan clara entre ellas y, por tanto, bien podrían haberse dispuesto los
ensayos en un solo bloque. Pero esto no representa más que una peccata minuta; en general, el texto resulta satisfactorio e interesante y, sobre todo, estéticamente placentero. ♦
Verónica Volkow, Miradas a la plástica mexicana de finales del siglo XX, Universidad Veracruzana, Xalapa, 2011, 192 pp.
Por Héctor Miguel Sánchez
Por Héctor Miguel Sánchez