George Harrison con Victor Spinetti (1930-2012)
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Son acaso la banda
más famosa de la histeria; revisados, amados, detestados y glorificados
a manos iguales. La última visita de Paul McCartney al zócalo del D.F.
reactivó momentáneamente la fiebre bitlesca en México, con todo el
barullo acostumbrado (y los clásicos villamelones que profesan su
fanatismo vitalicio aunque apenas sepan tararear el coro de Hey Jude).
Por supuesto, esa fiebre jamás ha parado en Xalapa, con las decenas de
tributos bitlescos al año que suele haber (y que redundan en una
aburridísima escena musical). Pero si como defensa ante el tribunal
celestial tuviéramos que esgrimir cinco canciones suyas como argumento,
¿cuáles serían? Aquí una selección personalísima: se aceptan, por
supuesto, toda clase de réplicas. (Consideraciones de la metodología:
las grabaciones posteriores a la desintegración de la banda forman
parte, según el autor, de la discografía íntegra de los Beatles.)
Julia, The Beatles, también conocido como White Album
El
dolor lennoniano por la muerte de su madre, Julia Lennon, nunca había
estado tan vivo en una canción: aquí John desgrana ese dolor por la
ausencia –un dolor que pocos conocen del todo– y lo resume en una sola y
contundente frase que seguramente resonará en los oídos de aquellos que
hayan experimentado algo parecido a la orfandad: half of what I said is meaningless, but I say it just to reach you, Julia (la mitad de lo que digo no tiene sentido, pero lo digo sólo para alcanzarte, Julia). Una tristeza goteante, casi palpable: nunca la voz de Lennon se escuchó tan desnuda y sincera.
Real Love, The Beatles: Anthology, disco 3, 1996
De las dos canciones recreadas ex profeso para
la antología a partir de grabaciones previas de Lennon, “Real Love” es
la más lograda: la voz del beatle muerto traída a la vida gracias a la
instrumentación del resto del cuarteto (era 1995 y los tres beatles
restantes seguían con vida) y la producción de Jeff Lynne, de Electric
Light Orchestra. Volver a escuchar un tema nuevo de los Beatles es uno
de los máximos sueños guajiros de la historia; un poco de tecnología y
buena fe lo hicieron posible. Además de la anécdota, “Real Love” sí es
una buena canción: melancólica, tristísima pero con un dejo de
esperanza: allí la letra, que parece dejar un pequeño sitio en la
existencia para el amor; allí el resto de los Beatles, que tan sólo
acompañan a Lennon en la guitarra y el piano; allí el video que, aunque
cursi, no deja de ser hermoso. Nunca escucharemos un tema nuevo de los
Beatles (y ojalá nunca sus hijos se junten a tocar en una banda, como se
ha escuchado en más de una vez), pero con lo que nos dejaron alcanza y
sobra.
Eleanor Rigby/Julia, Love, 2006
Acaso el tema de mayor tristeza y dramatismo en la discografía bitlesca (incluida originalmente en un disco, Revolver,
que tiene otros temas que podrían reclamar el título: “For no one” o
“Here, there and everywhere”), Eleanor Rigby es también una de las cimas
de la composición en solitario de Paul Mcartney al interior de la
banda: un tema delicadísimo que parece anclarse en la tradición de la
canción inglesa, pero con los adelantos estilísticos e instrumentales
que George Martin, máximo productor, añadió al talento de McCartney.
Así, hay violines que parecen el acompañamiento sonoro de alguna
película francesa en su trágico momento cumbre, mientras Paul narra la
historia de gente solitaria y gris: típicos ingleses, tal vez. El mash up que George y Gilles Martin hicieron hace ya seis años, en el que añaden el bellísimo riff inicial de la ya citada “Julia”, es de escucha obligatoria.
Dear Prudence, The Beatles, también conocido como White Album
“Dear Prudence” es, dice un amigo, una canción giratoria. Quizá tenga razón: el riff inicial
de la guitarra va y viene sobre sí mismo; escucharla con audífonos da
la sensación de estar atrapado en una espiral sonora. La sencilla línea
de bajo que McCartney construye es de una contundencia admirable; unas
cuantas notas que le dan una base sólida a la voz de Lennon, que se
desliza (no encuentro otra forma de decirlo) sobre un riff de
guitarra elemental pero hermoso (curiosamente similar al de “Julia”;
acaso porque son del mismo álbum). Prudence Farrow, a quien John le
escribió el tema, está en deuda eterna con el cuarteto.
A day in the life, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band
Una
épica pop de cinco minutos y medio que, para efectos prácticos, resume
la carrera de los Beatles: composición tradicional mezclada con lo más
avanzado en técnica de grabación y ejecución; un fuerte sentido de la
experimentación con las raíces bien firmes en la estructura de la
canción pop. Así, “A day in the life” es –probablemente, dado que
“Tomorrow Never Knows” también podría reclamar la corona– la summa de la
composición beatle; el punto máximo (o uno de los más altos) al que
llegó el cuarteto. El sonoro crescendo que comienza al minuto 1.45, pero
que se intuye desde el inicio del tema, marca la división y unión entre
la parte de John –el inicio, con esa voz que resuena de forma parecida a
lo que debe ser lo angelical y un tempo bastante más calmado– y la de
Paul, un pop apresurado en el que estalla la instrumentación que en la
primera mitad apenas se intuye: dos temas distintos convertidos en uno
solo. El segundo crescendo, el definitivo, es acaso el epítome de la
locura: una bellísima disonancia orquestal que se eleva casi hasta el
punto de lo intolerable, para terminar con el sonido de tres pianos
Steinway firmando el final de uno de los máximos discos que se pueden
escuchar en la historia. ♦