Salvaje,
la nueva cinta de Oliver Stone, basada en la novela homónima del
norteamericano Don Winslow, “es una obra cínica que destaca el tipo de
vida ácrata del sur de California”. Raciel Martínez, un entusiasta del
director y del escritor, lee en la propuesta del cineasta el desafío de
una cultura a la finitud humana.
Compartiría el entusiasmo que Rodrigo Fresán tiene por la novela El poder del perro. La equipara sin ningún remilgo con El padrino de Mario Puzzo. Y, es más, considera que el libro escrito por Don Winslow en 2005 es el magnus opus
del autor de Nueva York que escribió ni más ni menos una
“documentadísima enciclopedia” del comercio de drogas en la frontera de
Estados Unidos y México.
En
efecto, Winslow impacta con la Gran Novela Americana del Narcotráfico.
Se trata de una novela que aspira a contar una historia total, que teje
una urdimbre contextual que va desde la raíz del narcotráfico con la
crisis de los gomeros de Sinaloa hasta la explicación política del trampolín mexicano que se convirtió en el eje de transportación de la ruta Colombia, Honduras, México y EEUU.
El poder del perro
no es literatura pura, asimismo no es un reportaje o mural
periodístico, pues combina la ficción y la realidad con un equilibrio en
donde dosifica el dato duro. Winslow es un tipo con mucho oficio para
liar archivos desclasificados y declaraciones de testigos protegidos con
historias domésticas que transitan de la callejera vesania de los
irlandeses, pasan por la obsesión de un agente de la DEA y desembocan en
las pasiones de los capos.
Por ello se entiende el tono de Salvajes, escrita en 2010 por Winslow, un libro con estilo diferente a El poder del perro, cuyo trabajo implicó más de seis años de investigación. Salvajes
es una obra cínica que destaca el tipo de vida ácrata del sur de
California. Vamos, que estaríamos frente a un narcotráfico
altermundista, sostenible, con un comercio justo –la libertad del
minorista–, en donde cada quien distribuye y fuma María de acuerdo a su conveniencia en un ambiente izquierdista.
El libro de Salvajes
es punzante en su apuesta con un pistón elíptico que libra moralismos,
distinto a la narrativa correcta y al hilo secuenciado de El poder del perro. Salvajes
en cambio es una novela con escalas asimétricas: escenas sanguinolentas
mezcladas con humor negro, sobre todo lo relacionado con O, Ophelia, de
entorno familiar que podríamos calificar como Yoga y yogur way of life.
A
Oliver Stone seguramente la novela le pareció un guión en ciernes, como
si Winslow hubiese pensado, ante todo, en la interpretación visual del
texto. La novela de Salvajes, sin descripciones exhaustivas,
permite que un director como Stone le cepille un par de cuestiones –como
eliminar a la esposa de Lado–, para montar una prosa plástica que en
variados aspectos supera a la acción de Winslow –lo que evoca al Stone
de Asesinos por naturaleza. Stone también cercena episodios
crueles de Elena cuando se instala como la Jefa del Cartel de Baja. Y al
personaje de Travolta, Dennis, lo caricaturiza y le quita lo suicida, y
hasta en el doble final lo luce con sombrero ajeno.
No hay problema en relacionar a Salvajes
–película y novela– con los discursos de Quentin Tarantino y Robert
Rodriguez. A mí la cinta de Stone en todo caso me recuerda también a Punto de quiebra de Kathryn Bigelow –obviamente por la pareja de surfistas. En Salvajes notamos
a un Stone estilista, por supuesto, con una prudente y sana distancia
con el melodrama. La victimización del ciudadano estadounidense de Pelotón y Nacido el cuatro de julio tiene su némesis en Salvajes,
donde Chon, marino, egresado de la Escuela de los SEAL, máquinas de
matar para operaciones especiales, padece un trastorno contrario a los
azotados del díptico citado: le falta estrés (Chon odia Afganistán
porque los talibanes no practican el surf).
El
otro personaje, Ben, especialista en botánica y marketing por Berkeley,
es un objetor de conciencia, activista a favor del Tercer Mundo, un mal
budista –“no chingues a nadie”–, quien produce la Viuda blanca, la
mejor mezcla de cannabis a partir de una semilla que trajeron
precisamente de Afganistán.
Stone ha dicho que Salvajes se conectaría con Butch Cassidy and the Sundance Kid de George Roy Hill y al cine de Arthur Penn –con Bonnie and Clyde.
El telón de fondo de Winslow es ese discurso: el desafío de una
cultura, la estadounidense, al envejecimiento y la muerte en su etapa
posmoderna. Los dioses de la riqueza y de la salud están plasmados en la
pareja de narcos alternativos del condado de Orange. Stone sintió el
vértigo de John Mayall por California –donde nunca se pone el sol– y
plasmó de forma liberal el problema de la droga sin una gota de culpa o
de corrección política. ♦
Salvajes. Director:
Oliver Stone. Con: Blake Lively, Aaron Johnson, Taylor Kitsch, Benicio
del Toro y John Travolta. Estados Unidos, 2012. Duración: 131 minutos.
Por Raciel D. Martínez
Por Raciel D. Martínez