Chíngate


Publicado porJosé Homero el 6:18 p.m.

A mí la muete me la pela... la dentadura 
[Fotograma: Salvajes]

 Salvaje, la nueva cinta de Oliver Stone, basada en la novela homónima del norteamericano Don Winslow, “es una obra cínica que destaca el tipo de vida ácrata del sur de California”. Raciel Martínez, un entusiasta del director y del escritor, lee en la propuesta del cineasta el desafío de una cultura a la finitud humana.
Compartiría el entusiasmo que Rodrigo Fresán tiene por la novela El poder del perro. La equipara sin ningún remilgo con El padrino de Mario Puzzo. Y, es más, considera que el libro escrito por Don Winslow en 2005 es el magnus opus del autor de Nueva York que escribió ni más ni menos una “documentadísima enciclopedia” del comercio de drogas en la frontera de Estados Unidos y México.
En efecto, Winslow impacta con la Gran Novela Americana del Narcotráfico. Se trata de una novela que aspira a contar una historia total, que teje una urdimbre contextual que va desde la raíz del narcotráfico con la crisis de los gomeros de Sinaloa hasta la explicación política del trampolín mexicano que se convirtió en el eje de transportación de la ruta Colombia, Honduras, México y EEUU.
El poder del perro no es literatura pura, asimismo no es un reportaje o mural periodístico, pues combina la ficción y la realidad con un equilibrio en donde dosifica el dato duro. Winslow es un tipo con mucho oficio para liar archivos desclasificados y declaraciones de testigos protegidos con historias domésticas que transitan de la callejera vesania de los irlandeses, pasan por la obsesión de un agente de la DEA y desembocan en las pasiones de los capos.
Por ello se entiende el tono de Salvajes, escrita en 2010 por Winslow, un libro con estilo diferente a El poder del perro, cuyo trabajo implicó más de seis años de investigación. Salvajes es una obra cínica que destaca el tipo de vida ácrata del sur de California. Vamos, que estaríamos frente a un narcotráfico altermundista, sostenible, con un comercio justo –la libertad del minorista–, en donde cada quien distribuye y fuma María de acuerdo a su conveniencia en un ambiente izquierdista.
El libro de Salvajes es punzante en su apuesta con un pistón elíptico que libra moralismos, distinto a la narrativa correcta y al hilo secuenciado de El poder del perro. Salvajes en cambio es una novela con escalas asimétricas: escenas sanguinolentas mezcladas con humor negro, sobre todo lo relacionado con O, Ophelia, de entorno familiar que podríamos calificar como Yoga y yogur way of life.
A Oliver Stone seguramente la novela le pareció un guión en ciernes, como si Winslow hubiese pensado, ante todo, en la interpretación visual del texto. La novela de Salvajes, sin descripciones exhaustivas, permite que un director como Stone le cepille un par de cuestiones –como eliminar a la esposa de Lado–, para montar una prosa plástica que en variados aspectos supera a la acción de Winslow –lo que evoca al Stone de Asesinos por naturaleza. Stone también cercena episodios crueles de Elena cuando se instala como la Jefa del Cartel de Baja. Y al personaje de Travolta, Dennis, lo caricaturiza y le quita lo suicida, y hasta en el doble final lo luce con sombrero ajeno.
No hay problema en relacionar a Salvajes –película y novela– con los discursos de Quentin Tarantino y Robert Rodriguez. A mí la cinta de Stone en todo caso me recuerda también a Punto de quiebra de Kathryn Bigelow –obviamente por la pareja de surfistas. En Salvajes notamos a un Stone estilista, por supuesto, con una prudente y sana distancia con el melodrama. La victimización del ciudadano estadounidense de Pelotón y Nacido el cuatro de julio tiene su némesis en Salvajes, donde Chon, marino, egresado de la Escuela de los SEAL, máquinas de matar para operaciones especiales, padece un trastorno contrario a los azotados del díptico citado: le falta estrés (Chon odia Afganistán porque los talibanes no practican el surf).
El otro personaje, Ben, especialista en botánica y marketing por Berkeley, es un objetor de conciencia, activista a favor del Tercer Mundo, un mal budista –“no chingues a nadie”–, quien produce la Viuda blanca, la mejor mezcla de cannabis a partir de una semilla que trajeron precisamente de Afganistán.
Stone ha dicho que Salvajes se conectaría con Butch Cassidy and the Sundance Kid de George Roy Hill y al cine de Arthur Penn –con Bonnie and Clyde. El telón de fondo de Winslow es ese discurso: el desafío de una cultura, la estadounidense, al envejecimiento y la muerte en su etapa posmoderna. Los dioses de la riqueza y de la salud están plasmados en la pareja de narcos alternativos del condado de Orange. Stone sintió el vértigo de John Mayall por California –donde nunca se pone el sol– y plasmó de forma liberal el problema de la droga sin una gota de culpa o de corrección política.
Salvajes. Director: Oliver Stone. Con: Blake Lively, Aaron Johnson, Taylor Kitsch, Benicio del Toro y John Travolta. Estados Unidos, 2012. Duración: 131 minutos.



Por Raciel D. Martínez

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