Historias de Cosas pequeñas de Juan
Antonio Nemi Dib reúne una serie de escritos cuya materia, más que el discurso
político, trata sobre valores más altos y cada vez más escasos: la amistad y lo
moral. En este texto, que fungió como prólogo al libro, Rafael Antúnez desentraña
el porqué su autor prefiere apostar por lo políticamente incorrecto.
¿Que yo me contradigo?
Pues sí, me contradigo. Y, ¿qué?
…..
Me dirijo a quienes tengo cerca y aguardo en el umbral:
¿Quién ha acabado su trabajo del día? ¿Quién terminó su cena?
¿Quién desea venirse a caminar conmigo?
Walt Whitman
Este es un libro que puede ser visto como varios
libros. Un libro donde un político reflexiona sobre la moral, un libro donde un
moralista reflexiona sobre la política, un libro sobre lo privado visto desde
el mirador de lo público, un libro sobre lo público visto desde el mirador de
lo privado, la culminación de un dilatado y apasionado ejercicio periodístico,
una vindicación de la mezcolanza, un elogio de la divagación, la bitácora de un
metomentodo, un libro de ensayos, sí, todas estas cosas, pero fundamentalmente un libro sobre la
amistad.
Trataré de ir por partes. He mencionado
político y moralista y sé que ambas palabras gozan de una muy bien ganada mala
reputación en nuestros tiempos. Aunque no siempre fue así. Hoy, el político es,
o podría ser, definido como una persona capaz de hacer cualquier cosa, menos
decir la verdad. Un moralista, por su parte, sería una persona que gusta de
juzgar y condenar las costumbres de los otros, por el solo y simple hecho de no
ser las suyas. Nada parecería más alejado del espíritu de la política y de la
moral que un político y un moralista de nuestros días.
El diccionario Espasa Calpe (en su
edición de 1923) dice en la entrada correspondiente a político: “adjetivo
perteneciente o relativo a la política: cortés, urbano, atento, fino, afable,
versado en las cosas de gobierno y negocios del Estado. Afiliado a alguno de
los partidos que aspiran a dirigir el gobierno de un país. Que interviene
activamente en las luchas, intrigas o manejos de esos partidos”. Quizá no sea
una buena definición de lo que hoy son los políticos, pero no me cabe duda de
que sí es una buena descripción de lo que, como personaje político y como
escritor, es Juan Antonio Nemi Dib. Volvamos al diccionario Espasa-Calpe y
veamos su definición de moralista: “calificativo de escritores que, como
Montaigne, La Rochefoucald, Vauvernargues, La Bruyére y otros, describieron las
costumbres de la sociedad, en contraposición a los llamados filósofos
morales que como Kant, Fichte, Herbart y otros, midieron y juzgaron esas mismas
costumbres según una norma estatuida por ellos o por otros”. Un buen moralista
era aquel que se juzgaba a sí mismo, antes que a los demás, y si señalaba los
hierros y vicios de otros era porque se reconocía en ellos; el objeto de sus
críticas no eran las falencias de los otros, sino las propias. El moralista,
más que un yo, era un nosotros.
En uno de los primeros artículos que
componen Historias de cosas pequeñas hallé esta más que reveladora frase
sobre la actitud que mantendrá el autor a lo largo del libro: “Opinaré aunque
sea políticamente incorrecto”. En ese sentido, la crítica ejercida por Juan
Antonio Nemi, no sólo es válida, sino bienvenida, pues aunque milita en un
partido (ha tenido puestos de elección popular y se ha desempeñado como funcionario
público), está lejos de ser un vulgar promotor partidista y, mucho menos, un
apologista del poder o del autoritarismo.
Que el primer texto de Historias de
cosas pequeñas esté dedicado a reflexionar sobre la filantropía, no puede
ser visto como una mera coincidencia, sino como una declaración de principios.
En este sentido, el autor es un hombre que cree en los otros. Este pasaje
ilustra muy bien su fe en los demás: “hace muchos años un primo y compadre me
hizo una apología de la confianza como un elemento esencial de las relaciones
humanas y de la vida diaria. Sin una dosis de credibilidad para con los demás
no se puede vivir”. Por contrapartida, nos dice: “Un desconfiado por convicción
es un terrorista por naturaleza, que no hará sino envenenar sus relaciones con
los demás”. La confianza en los otros no descarta la duda, principal sustento
de la crítica, pero la duda, cuando no es una herramienta para la vigilancia,
es una enfermedad, lo mismo que la fe en los otros sin crítica es una fe ciega,
un abandono.
Mal entendida, la crítica puede verse
únicamente como la descalificación del otro. A esto nos han acostumbrado tanto
los moralistas (religiosos y laicos) como los políticos (de izquierda y de
derecha) contemporáneos. Y sí, la crítica puede ser devastadora, pero no por
ello debe renunciar a los buenos modales y a la difícil práctica de la
tolerancia. “No llamo a nadie tolerante a menos que pueda aceptar opiniones
distintas de su opinión normal, y estados de ánimo distintos de su estado de
ánimo momentáneo”, decía Chesterton, y en este libro, que como ya he dicho
admite varias lecturas, una de ellas es sin duda la del hombre que busca ser
tolerante (con los meseros, con los taxistas, con los que no piensan como él)
¡y con él mismo!
Otra lectura: un libro de ensayos. Juan
Antonio Nemi ha elegido como medio para ensayar el artículo, una forma de la
que se han valido con fortuna autores como Jorge Ibargüengoitia, José Alvarado y
Carlos Monsiváis, entre otros. No es un género fácil, pues a la necesidad de
ser breve, suma todas las otras dificultades inherentes al género, mismas que
Octavio Paz enumeró de manera inmejorable: “El ensayo es un género difícil, por
esto, sin duda, en todos los tiempos escasean los buenos ensayistas. En uno de
sus extremos colinda con el tratado; en el otro, con el aforismo, la sentencia
y la máxima. Además exige cualidades contrarias: debe ser breve pero no
lacónico, ligero y no superficial, hondo sin pesadez, apasionado sin patetismo,
completo sin ser exhaustivo, a un tiempo leve y penetrante, risueño sin mover
un músculo de la cara, melancólico sin lágrimas y, en fin, debe convencer sin
argumentar y, sin decirlo todo, decir todo lo que hay que decir…” Juan Antonio
Nemi se muestra en este libro como un ensayista versátil y capaz, lo mismo
cuando reflexiona que cuando cuenta, lo mismo cuando rememora que cuando
critica. No escribe como un académico ni como un político (lo cual se le
agradece), sino como un escritor que va con naturalidad (y aun con cierto
desparpajo, lo cual en estos menesteres es una virtud) de los recuerdos
familiares a la política, de Piolín (su perro muerto) a la economía, de Castro
y Bush a la Cruz Roja, de los problemas del medio ambiente a la poesía de
Sabines y su tía Lupe Dib, de la violencia del narco a la figura de Obama o las
flatulencias. A lo largo y ancho del libro Juan Antonio Nemi nos deja ver que
es un escritor que no teme (lo cual también se le agradece) ni a la confesión
ni a la divagación, que ni los grandes temas ni las minucias le son exteriores,
pues ha hecho suya la máxima de Terencio: “hombre soy, nada humano me es
ajeno”.
Otra lectura: la del hombre público que
ventila (quizá para escándalo de los políticamente correctos) asuntos privados.
No menos escandaloso debe resultarles el ejercicio inverso (que también se da
en este libro): el político, el funcionario público, hablando de asuntos
domésticos. Como si lo público estuviera divorciado de lo privado, como si lo privado
pudiera disociarse por completo de lo público. Nada hay quizá más íntimo que un
poema, pero éste, para existir, necesita ser público. Nada hay más público que
la política, pero si ésta no se refleja en bienestar privado, no tiene razón de
existir. No hay divorcio entre uno y otro mundo: hay puentes, puertas y
ventanas, sendas que los cruzan y los unen. Lo privado es aquello que
“pertenece a cada uno en propiedad, en su singularidad, su diferencia; lo
público es aquello que debe ser puesto en común e igualmente participado entre
los miembros del grupo”, nos dice Jean Pierre Vernant quien refiere también lo
siguiente: “Existe en griego una suerte de sentencia, un refrán que expresa un
consenso: entre amigos, todo es común […] La amistad pertenece a uno y otro
dominios; ella enlaza y rige ambos. Toda amistad es, en efecto, “particular”:
cada individuo tiene su círculo personal de amigos, pero ese círculo forma una
comunidad que es como la imagen reducida de la ciudad. Para que exista la
ciudad es preciso que sus miembros esté unidos entre sí por los lazos de la philia,
de una amistad que los haga semejantes e iguales entre sí. En el espacio
privado que dibujan los amigos, todo es compartido entre pares, todo es común,
como el espacio público de la ciudadanía. La amistad se teje en la articulación
de lo privado, lo propio, lo diferente y de lo público, lo común, lo que es
igual”.
Por eso digo que este libro puede o debe ser visto como la
culminación de un dilatado y apasionado ejercicio periodístico, como una
vindicación de la mezcolanza, un elogio de la divagación, la bitácora de un
metomentodo; como un libro de ensayos, sí, pero sobre todo, como un libro sobre
la amistad. ♦