Que no se diga jamás
que tú no fuiste un guerrero.
Que no fuiste compañero,
que no diste un poco más.
Amigo, ahora que no estás
se queda lo que sembraste.
Los caminos donde andaste
guardan de la vida un gajo.
¡Qué viva tu contrabajo
y las risas que dejaste!
Daniela Meléndez
Es mundialmente conocida la gran diversidad cultural de la India, el
gigante asiático de 3 268 000 m2 de extensión y 500 000 000 de habitantes. La
república está formada por dieciocho estados, nueve territorios y el idioma
oficial es el hindi. Este enorme triángulo está rodeado de agua: el mar Arábigo
al occidente y el Golfo de Bengala al oriente; al norte, las alturas de la
cadena montañosa más grande del mundo: los Himalaya; y Pakistán al noroeste.
Sería en la costa del Golfo de Bengala, en las ciudades de Orissa y Bengala, donde
nacería una de las ocho danzas tradicionales de ese país: la danza Odissi. Si
bien esta milenaria danza se presentó originalmente en las cortes, su devenir
la llevó a los templos, donde se desarrolló y convirtió en una danza sagrada,
en la que las bailarinas danzaban para los dioses a puerta cerrada. Al ser la
India colonizada por los ingleses, la visión conservadora victoriana prohibió
esta danza por juzgarla vulgar y de prostitución. Sería hasta los años cuarenta
del siglo pasado que algunos maestros se afanarían en conservarla. Por ser una
danza sagrada, la mayor parte de su repertorio está dedicada a las deidades
buscando un vínculo entre lo divino y este mundo. Y también cuenta historias
mitológicas, como el Guitá-govinda o el Mahabhárata.
Fue la
bailarina Djahel Vinaver quien trajo este estilo de danza a Xalapa,
difundiéndola entre sus pequeñas vecinas, allá por el poblado de Rancho Viejo.
Entre ellas estaban las hermanas Yamani, Tlaoli y Quiahui Fuentes. “En algún
momento entre el 88 y el 94, las cinco hermanas y hasta mis primas se unieron a
las clases. Yamani bailó seis años y en el último periodo que estuvo
aprendiendo con Djahel fue que yo empecé a estudiar. Entré en el 94, y estuve
sólo unos meses con ella, no llegué al año. Yamani continuó con danza
contemporánea, su carrera de músico. Hace unos años, Djahel la invitó para una
función y lo increíble es que se acuerda de todo; por eso la invité”. Yamani
estudió flauta en la Facultad de Música de la Universidad Veracruzana e hizo su
maestría sobre el instrumento en Inglaterra y, actualmente, es miembro de la
Orquesta Filarmónica de Querétaro. Tlaoli es bióloga y actualmente está por
ingresar a la maestría.
La menor
de las tres mayores, Quiahui, terminó sus estudios de piano en la facultad, sin
embargo, esta danza sería el lenguaje artístico escogido, siendo uno de los
avatares de la vida que unieron a esta gran bailarina con un gran músico, muy
apreciado en las comunidades musicales del jazz y del son jarocho: Aleph
Castañeda.
Oficialmente,
conocí a Aleph en Jazzuv cuando me metí a estudiar el diplomado de jazz, en el
2009, y él era mi maestro. Me daba las clases de historia de la música,
junto con Memo Cuevas, y ensamble. Y era de mis maestros favoritos, que siempre
me echaba pa delante porque estaba toda tímida. Me sentía rara porque era la
primera vez que me metía a tocar jazz. Sabía un poquito de jazz pero la pura
teoría, y por parte de la escuela clásica me reprimía bastante de que no me
salía y él era de los que decían “sí te sale”. Sus clases siempre eran mis
favoritas. Las únicas en las que al principio siempre sacaba diez. En ese
entonces estaba en los últimos semestres de la facultad, y justo en mi último
semestre estaba pasando por un momento difícil en la facultad, pianísticamente;
y él se acercó y me empezó a ayudar muchísimo. Y esa relación se fue volviendo
más cercana y para final de semestre me ayudó a lograr mi examen final y a que
me regresaran las ganas de tocar. Nos hicimos novios en mayo del 2010, y su
presentación como novio la hizo oficial en mi examen final, que llevó un ramo
de flores; y allí estaban todos y se dio cuenta que se iba a delatar. Yo no
había dicho nada todavía, llevábamos como un mes saliendo. Me dio las flores
enfrente de todos y todo mundo se enteró. Me enamoró su alegría, siempre estaba
alegre a pesar de todo; su energía, siempre era muy positivo. Era muy cariñoso
y nos acercamos en un momento en que yo necesitaba justamente eso, y era bonito
que siempre lo mantenía.
Desde el
2009, Quiahui forma parte del Ensamble de Danza Clásica de la India. Fue
becaria del gobierno de Veracruz y el Fondo Nacional Para la Cultura y las
Artes para continuar sus estudios bajo la guía del gurú Ratikant Mohapatra y la
gurú Suhata Mohapatra, en su escuela Srjan. “Estuve en la India dos veces: de
2011 al 2012, estuve diez meses. Y la segunda vez fue en 2013, por medio año”.
Simultáneamente, ese mismo año forma parte del grupo Quikapu, junto con las
bailarinas Pupa Luna y Karina Gutiérrez, alumnas también de Djahel Vinaver.
Como
quizá tenga conocimiento el lector, Aleph falleció a principios de año; después
de unos meses de recaídas y leves mejorías que sostenían la esperanza viva.
Dicha crisis lo fue también en el aspecto económico debido los costos
hospitalarios. Afortunadamente, la comunidad musical se organizó de una forma
inédita tal que quien esto escribe no había visto en sus más de veinte años de
residencia en Xalapa tal apoyo a la familia de un artista. Emilio Bozzano,
Messe Merari y Patricia Ivisson, entre muchos otros, tuvieron especial
dedicación al asunto. Naturalmente, los trágicos hechos afectaron directamente
a la familia, pero el dolor se extendía también a Son de Madera, agrupación de
son jarocho a la que Aleph pertenecía y que era uno de sus amores.
Paradójicamente, el grupo estaba presentando su última grabación, recién salida
del horno, cuando aconteció la crisis. Su homenaje final reunió, en inédito
concierto, a los músicos jarochos y jazzeros. Quiahui, su compañera, absorta en
su dolor, fue estrechamente arropada por los amigos.
Los
duelos fueron sublimándose a través de homenajes y conciertos; pero faltaba el
último, el de Quiahui. Que, cuando sintió llegado el momento y después de no
haber bailado desde el inicio de la crisis, convocó a sus cómplices en la danza
Odissi: Pupa Luna y Karina Gutiérrez. Convocó también a su hermana Yamani, y a
Ernesto de la Teja, bailarín de danza hindú en el estilo Baratanatyam (estilo
del sur de la India). “Él regresó hace un año, la última vez que lo vi fue en
la India, donde Aleph me visitó” y organizó Moksha. La liberación del
alma. Se buscó que las personas que
participarían tuvieran que ver con él, por haber trabajado juntos o ser amigos.
Por mi parte, apoyé en la iluminación, y las reuniones para resolver las
cuestiones técnicas del evento me proporcionaron la información histórica que
me llevaría a entender mejor el contexto sociocultural en que se desarrolló
esta danza, para la adecuada recreación de las atmósferas. Tal ceremonia ritual
se llevó a cabo el 1 de julio en la Sala Chica del Teatro del Estado (se
presentó además en el DF). Con lleno absoluto (se quedó un buen número de
personas afuera), los afortunados asistentes presenciaron y participaron tal
como se acostumbra en la India. Hubo lágrimas y risas de felicidad. Para tal
ritual, Quiahui armó un amoroso programa formado por siete coreografías
pensadas en Aleph: Namami Mangala Charan (plegaria a Dios), Gurú Vandará
(invocación), Batu, Vasant Pallavi (danza pura), Natanam Adinar (dedicada al
dios Shiva), Hari Riha Mughda (Krishna jugando) y Moksha (la liberación del
alma). Todo ello bajo la conducción de Azucena, gran amiga.
Al
finalizar la presentación, una Quiahui resplandeciente compartió:
Hay una
imagen que nadie pudo ver, solo nosotras, las bailarinas; que fue justo cuando
terminó la función y se apagaron las luces. ¡Y qué bueno que estaba oscuro
porque todas nos levantamos y ya estábamos llorando! El objetivo de la función
era liberar, y fue un poco como quitarme un peso de encima; el sufrir por esto.
Y también me siento alegre porque fue mi manera de entregarme a él, a pesar de
que ya no está aquí. ♦
Por Eduardo Sánchez Rodríguez