Las chicas del carrer notariat 10 de Karina Eguía es un
mosaico de voces que gritan desesperadas por ayuda existencial. Una mexicana,
una italiana y una brasileña que se persiguen a sí mismas mientras se
justifican de todo lo que han hecho y han fracasado. Quizá, se culpan inclusive
de la ignorancia o del tiempo perdido. Pasan los días construyendo un nuevo
destino que se diluye en cada intento de vivir sin límites ni fronteras. Siempre se conjugarán o al menos lo intentan,
en dos pasiones: el “teatro” y el “amor”.
Más que el resultado de
una “búsqueda”, la obra logra el hallazgo fortuito de una “verdad” en la
necesidad de ser intensamente, sin importar el precio de esto. Creo que
Karina Eguía, directora y dramaturga de la obra, conecta con su teatro de
manera acertada en la mirada del espectador.
Por su parte, Ana Lucía
Ramírez Garcés, Paty Estrada y Esther Castro le dan vida a nuestras
protagonistas de una forma bastante buena como para que esta obra sea
recomendada. Saben adaptarse sin problemas a las condiciones de la obra de una
forma muy profesional –bastante ausente en el teatro en estos días–, por
cierto. Y proyectan esa energía y pasión con la que hacen con éxito este
proyecto.
El elemento que le da un
énfasis contextual es la caracterización del lenguaje. Sin duda el pilar que
sostiene la dinámica puesta en escena. En sentido armónico me parece que esto
es un reto bastante bien logrado en un argumento que tacharía de versátil en
alguna de sus partes, y no quiero decir que sea malo, sino que me parece que
fluye o va fluyendo con bastante gracia y, de repente, se detiene para
convertirse en un circo del teatro shakespeareano como si fuera lo único en lo
que debe profundizarse cuando se habla de teatro. Lo pienso como un intento de
profundizar o no; o quizá con sentido crítico o no. Y aunque eso fuese una
sobreinterpretación, definitivamente sobran algunas escenas que se quedan en el
intento de ser.
Además, el diseño de la
escenografía solidifica sin duda la obra, la vuelve distinta. Creo que cumple
un magnífico papel semiótico que se va desarrollando durante toda la puesta y
que no necesita mayor referente para estar aunado a un lugar o a otro.
Evidentemente estamos en
un periodo de nuevo teatro, uno que nos hace ver nuestra realidad social. Aquel
que se detiene a opinar sobre el teatro actual y sobre la gente que hace
teatro. Vemos un teatro que narra el existencialismo del siglo XXI, y la cosmovisión
de esta generación del querer ser. Un teatro que lanza un volado para
las generaciones próximas que luchan por hacer teatro y las que sólo hacen
obras como una moda o por los premios universitarios. ♦
Por Víctor Benítez