B. B. King |
La muerte de una figura emblemática nos conmueve hasta la
hipérbole, al punto que no pocas veces decimos que si muere un poeta “ha muerto
la poesía”; y si es un cineasta, “ha muerto el cine”. Y aunque estas frases
revelan un pensamiento vulgar y perezoso, al despedir a B. B. King es imposible
no expresar que ha muerto el blues.
Habíamos olvidado que B. B. King lista dentro de
los penates, los dioses caseros, más importantes de la música popular, como
Elvis Presley, David Bowie, The Beatles, Mick Jagger, Jimmy Hendrix, Kurt
Cobain, Ramones, Jim Morrison y otros más, no tantos, pues en este panteón no
sólo importa el talento sino también el carisma, la dimensión icónica. B. B.
King devendría la encarnación del propio blues, del mismo modo que el jazz
tiene su rostro en Louis Armstrong.
¿De dónde procede esta identificación?, ¿es acaso
B. B. King el mayor intérprete de blues de la historia?, ¿el más trascendente?
Responder afirmativamente sería revelarse como villamelón. No. B. B. King no es
el mayor intérprete ni el más trascendente. Entonces, ¿por qué proclamarlo
ícono, emblema del blues?
En principio por su papel privilegiado dentro de la
historia del blues. King es un eslabón entre la época heroica y la
popularización masiva del blues; a un tiempo heredero y conservador de una
tradición, y por la otra, el gran maestro no sólo de las siguientes
generaciones de bluseros sino también de una inesperada camada: los
guitarristas de rock blancos. En el maravilloso documental The life of Riley de Jon Brewer, King reconoce que su estilo mezcla
diversas escuelas y estilos. En la guitarra de King, cuya carrera comienza en
la década de los cincuenta, reverbera el blues de Chicago –Muddy Waters, Elmore
James, Willie Dixon, muchísimos otros–, pero también, por su extracción
estrictamente campesina, el entroncamiento directo con los pioneros del género
fuera de los campos: Robert Johnson y Blind Lemon Jefferson –una influencia más
decisiva que la del luciferino Johnson en King, cuyo estilo es muy diferente–.
No sólo eso: King abreva directamente en el manantial del blues. Siendo un niño
piscador de algodón escuchó el holler, el canto esclavo de los campos de
algodón. “Sí, ahí es donde todo comenzó. Considero que el holler está en todos
nosotros”, confió a Ed Vulliamy. King, cultor del boogie woogie, coetáneo del
sonido urbano de Chicago, al mismo tiempo es un visionario que cambia la manera
de interpretar el blues, más técnica por la variedad de recursos y de ritmos
que conoce y comprende. El discípulo de los héroes fundadores y contemporáneo
de las grandes figuras del blues urbano se convertirá por derecho propio en una
nueva clase de intérprete –que no olvidemos, además de genial guitarrista es un
gran cantante–. Y al devenir héroe del blues se convierte en modelo para una
nueva generación de bluseros que no sólo ya no proceden del ghetto sino que ni
siquiera son muchas veces negros y en el extremo tampoco estadounidenses. B. B.
King encarna entonces una tradición y con ello deviene en una nueva tradición y
en la figura más reconocible del bluesman.
Para ser un emblema del blues no basta con ser un
legatario, un conservador; se requiere encarnar el blues. Y ¿qué es el blues?
El sufrimiento, la emoción, la orfandad, la opresión, la humillación, el
sentimiento de quiebra y derrota a un tiempo mientras se expone el anhelo. King
conoce siendo niño la discriminación. En su natal Itta Bena, Mississippi,
linchan y castran a un hombre negro culpable de piropear a una muchacha blanca.
No es el único crimen que atestigua: cadáveres de negros ahorcados deslindan
los campos como fúnebres corcheas. Infamia: no casualmente su tierra natal es
también la del Comité de Ciudadanos Blancos, un órgano del Ku Klux Klan. Acaso
por ello en su autobiografía Blues all
around me escribió: “Ser cantante de blues es ser doblemente negro”. Y más
adelante: “Me he enfrentado a más humillación de la que pueda recordar”. King
recuerda los abusos de los policías blancos; los robos y golpes. “Te sientes
herido y sucio, menos que una persona”.
Nada importaría el papel de King dentro de la
historia del blues, ni su historia de sufrimiento –que surge desde su temprana
orfandad, avistada en “Nobody loves me but my mother”, o su carisma si no fuera
porque Riley B. King fue un intérprete conmovedor, con un timbre vocal
impresionante y una técnica guitarrística que extendió los registros más allá
del género. King quería tocar con slide,
a la manera de su primo Bukka White, o con ese sonido saltarín a través de
acordes que devenían solos que troqueló en sello T Bone Walker, su héroe personal.
Fracasó en aprender a tocar de ese modo. A cambio encontró su propio estilo; un
estilo inconfundible al punto que es un lugar común decir que basta escuchar
una nota para reconocer a King.
I think that the
best thing I’ve done is learning to trill in such a way that I create a sound
similar to that produced by a person using a bottleneck,” says King. “Trying to
get that effect is what started me working on my vibrato, which is kind of like
a steady pulse, pushing the string up and letting it go without losing control
of it. I try my best to make my left hand trill evenly without any effort. Of
course, a great deal of practice is necessary before the hand attains the
dexterity required to move smoothly enough to get that vibrato. I want to make
it just like my heartbeat, something I don’t have to think about at all.
¿Cuál es la técnica de King? Ante la dificultad de
usar su dedo medio para recorrer el cuello de la guitarra sosteniendo notas, el
recurso llamado slide, introdujo el vibrato y una compleja red de armonías y
escalas cromáticas mediante cuyo círculo es posible componer solos. Se trata
del círculo del blues (blues box) compuesto por King, uno de los dos aportes de
un músico a la técnica guitarrística –la otra es la escala de Hendrix. Si este
es el rango musical en que se desenvuelve King–trasladando esas vecindades
cromáticas a todo el diapasón conservando la proporción, su estilo distintivo
consta de otros movimientos. Por un lado: pulsar con el dedo anular una cuerda
sometiéndola a la vibración, oprimiéndola y soltándola, pero también
empujándola hacia arriba, efectuando la distorsión mediante la pura pulsación,
sin recurrir a artilugios. Mientras, con otro dedo, pulsa una cuerda que mueve
reafirmando, asegurando, añadiendo otra vibración más, todo eso mientras la
mano se sacude como si se estuviera quemando, con la elegancia de un duque
inglés bebiendo té con todos los dedos levantados excepto el anular. Sí, King
era un caballero de la guitarra cuyo mariposeo decidió la manera de tocar no
sólo de sus pares –entre ellos, los otros reyes del blues, cuyo apellido es un
homenaje a B. B.: Freddy y Albert King– sino también de todo músico heredero
del blues, el rock, el hard rock, el heavy metal. Consideramos natural oprimir,
levantar o arrastrar las cuerdas más allá de su posición, así como interpretar
en sucesión notas armónicas sin menoscabo de la melodía, pero quien lo hizo
primero fue King. Y acaso por ello no es gratuito decir que se trata del músico
de blues más influyente, no sólo porque actuando como un misionero difundió el
blues por el mundo (en el citado documental señala que su deseo es llevar el
blues a todo el mundo) sino también nos legó una manera de concebir la guitarra
y su técnica al punto que su legado está presente en la mayoría de los
guitarristas actuales.
Y hasta aquí la historia de cómo aquel chico del
blues, sobrenombre del que proceden las iniciales B. B. (Blues Boy, debido a
que siendo pinchadiscos de una radiodifusora local se le conocía como The Beale
Street Blues Boy), se convirtió en el gran sacerdote, el gran santo y a final
de cuentas en el mismo blues.
Para los interesados en la técnica interpretativa
de B. B. King recomiendo “10 things you gotta do to play like B. B. King”,
publicado en Guitar Player.
Igualmente la serie ♦
Por José Homero