Aunque La brújula y el
laberinto. Encuentros con Octavio Paz tuvo su origen en una serie de entrevistas realizadas en un
periodo de diez años (1986-1996), durante los cuales Miguel Ángel Quemain
dialogó con el poeta en diversos escenarios y por motivos distintos, el libro
–y esta es su primera gran virtud– se lee como una sola, extensa e inédita
conversación organizada por temas. Ya desde el “Prólogo”, Quemain nos advierte
que su acercamiento a Paz mucho se debió a que conocía su obra, a que nunca
tuvo una actitud reverencial hacia él, sino más bien beligerante, a que se
asumió como un cuestionador respetuoso y puntual, y a que temía traicionar sus
palabras. A propósito de la aparición de este libro, Quemain concedió a
principios de abril una entrevista a Milenio
de la que retomo la siguiente declaración:
Yo tenía una imagen del poeta –en esa
circunstancia de los años ochenta– de alguien cercano al poder, con una visión
priista; sin embargo, con un gran poder intelectual y con una gran visión que a
mucha gente en la sociedad mexicana le incomodaba, como la bienvenida que le da
a Carlos Salinas como presidente en el 88. Cuando uno es joven tiene muchos
prejuicios… Pero al final descubrí una gran figura detrás, a un gran hombre
generoso.
Finalmente, el joven reportero de
entonces, que con el paso del tiempo se convirtiera en uno de los periodistas
culturales más destacados de México, se ganó la confianza de Paz, tan esquivo y
reacio a dialogar con los representantes de los medios de comunicación. Pero
¿sobre qué dialogan, cuáles son los temas que sostienen en estos encuentros a
lo largo de diez años? Entre ambos, el poeta y el periodista, suman una vasta y
antojadiza lista que aquí resumo: el destino del pensamiento crítico unido a la
creación, el ejercicio del periodismo cultural, el universo de las artes
plásticas, la pareja, el amor y el erotismo, el pensar en México (que Paz
resumía en conversar con nuestro pasado), la defensa de la independencia
intelectual sobre las ideologías castrantes, la polarización de la
intelectualidad en torno al Encuentro de Vuelta y el Coloquio de Invierno, los
usos y abusos de los recursos de las instituciones culturales, el triunfo de la
impunidad sobre la libertad de expresión, el ámbito académico y sus cotos de
poder, la apuesta por la democracia versus la revolución, Sor Juana Inés de la
Cruz y el mundo novohispano, la vitalidad y permanencia de nuestra tradición
literaria, el ser del poeta y sus infinitos destinos.
Si las mezquinas pugnas por el poder
político y cultural de la década referida en La brújula y el laberinto le provocaron a Paz afirmar “la búsqueda
de la verdad, la congruencia, parece hoy un romanticismo a los ojos de los
cínicos para quienes todos tienen un precio”, ¿qué nos diría en estos momentos
sobre nuestra realidad nacional? El propio Quemain, en el párrafo final de su
prólogo, aventura una probable respuesta:
este libro está alimentado de un pasado
que se hace presente de muchas maneras. Si el pasado no cura, si el tiempo
verifica muchos de los planteamientos que hicieron de Paz una figura polémica,
hoy se cumplen como una profecía indeseable: la advertencia sobre la
parcialidad de un periodismo servil al dinero y la política, los periodistas en
un ejercicio que deja mucho que desear y que se distingue por su desprecio a la
alta cultura. La utilización de las instituciones para el enriquecimiento
personal y la acumulación de poder político y cultural.
Y es que a través de la voz de Paz
iremos conociendo a uno de los testigos más atentos de su tiempo, que abarca
por poco todo el siglo XX. De ahí que sólo los grandes poetas y pensadores,
como lo es Octavio Paz, establecen un diálogo permanente y fecundo con las
obras y los lectores de todas las épocas. El título del libro es por demás
elocuente, Paz transmutado en la voz de la tribu, sí, pero no se trata de una
presencia solitaria atrapada en su laberinto, Quemain le señala más de una vez
la ruta a seguir. Y en el intercambio los dos quedan expuestos: un Paz en plena
forma mental y con el brillo peculiar de siempre que no deja de sorprendernos
(sólo moriría dos años después, en 1998), con el aplomo y la congruencia de
quien lo ha conseguido todo o casi todo; emergen aquí los rasgos más acusados
de la personalidad del autor de Piedra de
sol, unas veces desconfiado, otras motivado y casi siempre amable y
caballero, generoso en sus respuestas, pero también malhumorado y regañón,
alguien que se toma su tiempo para hacer juicios certeros y significativos
acerca de sus contemporáneos escritores y para exhortar a su interlocutor a que
haga un periodismo más exigente y menos separado de la literatura.
Mire, no caiga usted en la confusión en
boga de que los periodistas culturales son los que trabajan en una sección
donde se anuncian las artes y los espectáculos, las carteleras y la aparición
de los libros. Un periodista cultural es aquel que es capaz de entender su
tiempo y la información en el orden de la historia, de la tradición y de la
cultura.
Y Quemain, ya de por sí culto y
excelente periodista, se toma a bien los consejos. Leemos a un entrevistador
inteligente, audaz, persuasivo, claro en sus ideas y hasta temerario, si las
circunstancias así lo exigen. No en vano él eligió conservar el formato de
entrevista, el género privilegiado de su quehacer periodístico, para presentar
al público esta lectura sobre la figura y el pensamiento de Octavio Paz. En
términos formales no contábamos hasta ahora con un estudio equiparable a La brújula y el laberinto, un libro que,
gracias los buenos empeños de Rafael Antúnez y Rebeca Piña, está destinado a
ser una referencia importante para todo lector o estudioso de Paz. La
aportación más reciente de Quemain a nuestra cultura, una obra de divulgación
con una fuerte carga didáctica, bien podría encontrar otros destinatarios:
pienso en todos aquellos lectores primerizos que desean acercarse a la persona
y la literatura de un autor cuyas aportaciones e ideas proféticas aún
deslumbran por su vigencia, como esta que anuncia el Paz poeta en alguno de
aquellos lejanos encuentro con Quemain:
Los poderes comerciales del siglo XX
han asimilado y domesticado, por una parte, a los pintores y novelistas, se han
convertido por virtud del comercio en el diablo de nuestra época, en valores
cotizables. Pero con la poesía no ha sido posible, es decir, lo que queda más
al margen del mundo y de la especulación financiera de finales del siglo XX es
la poesía, de ahí, yo creo, su valor moral y subversivo.
La brújula y el laberinto.
Encuentros con Octavio Paz (1986-1996) de Miguel Ángel Quemain, col. Casa de Otros, Instituto
Literario de Veracruz, Xalapa, 2015, 140 pp. ♦
Por Nina Crangle