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Con la entrega que tienes
en tus manos, querido lector, nuestro periódico Performance cumple diez años de publicación ininterrumpida. Sería
fácil y predecible aludir a la vigencia inusitada de un periódico semejante, no
sólo dedicado a la cultura sino sufragado por medios propios y exclusivamente
publicitarios, en una ciudad y un estado donde no se concibe la vida fuera de
las dádivas presupuestales. Sería fácil y predecible ejemplificar que ni aun en
la propia metrópoli tal edad es frecuente en los medios impresos culturales.
Sería igualmente fácil y predecible mencionar el grave panorama para la cultura
y más para los empeños críticos en un país donde el presupuesto cultural en vez
de crecer decrece con recurrencia cíclica.
Performance
apareció
en 2005 en un contexto diferente al actual. Se inauguraba el sexenio de Fidel
Herrera que a pesar de los dudosos resultados de las elecciones suscitaba
expectativas favorables. En el Instituto Veracruzano de la Cultura había sido
designada Esther Hernández Palacios, mujer de letras y funcionaria sin tacha,
en lo que se interpretaba como un resarcimiento por su salida poco clara
durante su primer dirección. La Universidad Veracruzana lucía más afianzada en
su vocación humanista con una editorial acaudillada por el poeta José Luis
Rivas y su feria del libro listaba entonces entre las cuatro más importantes
del país. Era un panorama favorable para la cultura y para la difusión y
crítica de la cultura, por lo cual decidí retomar, tras reuniones y meses de
planeación con muchos de los aún colaboradores cercanos, no sólo la actividad
editorial sino también un proyecto que en su primera encarnación –en 1998–
murió por la falta de recursos.
Muchas
cosas habían cambiado en apenas un lustro. En 2005, no sólo se respiraba un
clima favorable, también habían aumentado los espacios privados e
independientes. Xalapa no era ya más la ciudad provinciana emburocratizada con
apenas un puñado de espacios para las artes. Había tiendas de tatuajes, de
cómics, librerías bien nutridas, amplia oferta de cafés, sitios gastronómicos,
teatros alternativos, bares donde podía escucharse diversos géneros musicales,
espacios que se formaban como centros culturales con cafetería, librería, foro.
Sobre todo surgían nuevos artistas y nuevos actores de inéditas al menos en
esta provincia formas artísticas. Se advertía por doquier la emergencia de una
nueva generación más libre y al mismo tiempo más informada e interesada en
expresarse. Así que tanto en el aspecto institucional como en la floración de
pequeñas empresas el año 2005, parteaguas de la década, parecía un año
inmejorable para emprender una aventura editorial.
La desarición de todas
las cosas
En esta
década sin embargo hemos pasado de las expectativas de una vida posible merced
a las obras propias, a los emolumentos por el desempeño creativo y a la oferta
de empresas culturales y de estilos de vida alternativos, al cierre paulatino
de estas empresas, a la depauperización de otras y a la emigración de muchos de
aquellos jóvenes que auguraban un mejor futuro para el ecosistema cultural de
Xalapa. Incluso en aquellos años dorados ahora por la nostalgia, los primeros
académicos formados en la gestión cultural habían llegado a Xalapa con sus
flamantes títulos prometiendo enseñar métodos para la autosuficiencia. Es
sintomático que estos gestores se hayan integrado a la academia, emigrado o
bien que subsistan no generando recursos merced a sus propios medios sino
gracias a los innumerables subsidios que ofrece el gobierno federal –del
estatal ya sabemos que nada puede esperarse excepto hostilidad. Se crearon
festivales que en su momento suscitaron expectación y cada uno auguraba
beneficios económicos al situar a Veracruz como un destino de turismo cultural.
Sin excepción cada uno ha desaparecido o se encuentra en la parte más crítica
de su existencia. Del festival Afrocaribeño al festival de Salsa, del Hay
festival al festival Jazzuv, los festivales veracruzanos desaparecen o se
convierten en pretexto para representar de nuevo el concierto que atraiga a las
masas y justifique el dispendio y el latrocinio del presupuesto.
En una
década hemos pasado de la esperanza a la desesperación. El ecostistema cultural
de nuevo se ha reducido. El gasto público ha menguado en más de un 50%
comparado con la década anterior. Las instituciones culturales sobreviven
gracias a la generosidad de los creadores independientes y a los subsidios
federales, los cuales no sólo se emplean con discreción y sin transparencia,
sino que asimismo se desvían del uso original y se pierden en el laberinto de
esa boa constrictor que es la Secretaría de Finanzas del Gobierno del Estado de
Veracruz. Veracruz sobrevive sofocado.
Cultura crítica, crítica
de la cultura
Performance nació como un heredero
de Graffiti, la revista de cultura
que editamos a finales de los ochenta y durante toda la década de los noventa,
un puñado de jóvenes y algunos menos –entre ellos nuestro llorado Ramón
Rodríguez–, cuya propuesta fue integrar en un mismo discurso las artes
habitualmente consideradas cultas y otras que aún padecían de la etiqueta
amarillista de popular. Hoy esa batalla es vieja pero en los ochenta pugnamos
por abordar géneros tildados de populares con la seriedad del análisis crítico.
A diferencia de la mayoría de empresas de corte literario surgidas en
provincia, el interés primordial de Graffiti
no fue construir un espacio para amplificar la voz creativa de cada uno de los
conjurados sino una revista que buscaba construir mediante la crítica un
espacio más vivible para la cultura. A su modo, Graffiti retoma la herencia de las grandes revistas culturales de
México: de Contemporáneos a Vuelta pero combinándola con la impronta
de revistas no menos importantes aunque a menudo soslayadas, como La regla rota de Rogelio Villarreal.
En Performance hemos continuado con esa
tarea crítica. Entonces y ahora las generaciones de escritores emergentes se
preocupan más por la difusión de sus creaciones que por propiciar un espacio
adecuado para la reflexión. Cada día nacen más creadores y cada día se forman
menos lectores. Por eso consideramos un deber cívico y una tarea intelectual
necesaria contribuir a la recepción a través de la crítica. Performance no es ni una revista de
literatura ni una cartelera; busca conciliar el rigor del estilo con la
variedad que ofrece la oferta en cultura cotidiana en Xalapa. En esta década
hemos integrado a diversos escritores y críticos y aun ahora continuamos
sumando nuevas voces que atestiguan la diversidad cultural que nos orienta.
Son diez
años de vigencia a favor de la libertad. Desde la pequeña trinchera de este
periódico se han exhibido los atentados contra la libertad de expresión y la
creciente inseguridad así como el hundimiento en la miseria que caracterizan a
Veracruz durante el mandato de Javier Duarte. Desde la crítica cultural
ejercida por El Diletonto y desde los reportajes de diversos periodistas hemos
mostrado la simulación y corrupción de este régimen. Sabemos que sólo
recibiremos hostilidad pero también que estamos sirviendo a la construcción de
un mejor país. Esa es nuestra recompensa.
Estos
diez años no se hubieran cumplido sin el apoyo de diversos amigos y
colaboradores. Nina Crangle, responsable de la redacción; Rafael Antúnez,
Raciel D. Martínez Gómez, Juan Carlos García Rodríguez y Luis Enrique Rodríguez
Villalvazo, quienes además de colaborar aportan su sabiduría para enmendar los
tumbos de esta nave; Ezra Crangle, responsable de la cartelera desde hace más
de seis años. Colaboradores fieles y ejemplares: Rafael Toriz, el Conde de
Saint Germain, Omar Gasca, Juan Javier Mora-Rivera, Eduardo de la Torre, Sergio
Raúl López, Camila Krauss y en la fotografía Jorge Castillo. No son los únicos
colaboradores por supuesto pero sí los más constantes. Vuelvo a manifestar de
nuevo mi reconocimiento a Pablo Moya por renovar el concepto de diseño, a
Carlos Romero por su trabajo callado pero importantísimo en la redacción, a
Jobanni Díaz por su pulso firme y su talento como diseñador cotidiano del
periódico. A lo largo de esta década hemos publicado a más de una centena de
periodistas, críticos y escritores, a todos ellos, cuyo recuento es en este
espacio imposible, mi agradecimiento por su confianza. ♦
Por José Homero